La condición de vaticanólogo, de analista de temas del Vaticano, es una especialidad de la vida cortesana más que del periodismo de investigación. Consiste esencialmente hacer pasillos y contactos sociales a la espera de la filtración interesada por parte de algún miembro de la populosa corte, la “garganta profunda” de cada momento. Requiere una larga paciencia y, sobre todo, amar la vida cortesana para moverse en ella con naturalidad y satisfacción. Algunos se dedican como modus vivendi de elección porque les fascina, otros se cansan con el paso del tiempo. Se debe tener vocación y un grado de afinidad para seguir el ritmo moroso de la vida curial.
El ciudadano común no alcanza a imaginarse el volumen de miles de personas que en Roma gravitan alrededor del Vaticano, ya sea desde dentro o desde la miríada de instituciones paralelas. Cualquier orden religioso que se precie tiene en Roma la casa madre, con numerosos residentes de todo tipo que auscultan o intentan auscultar los designios de la corte y sus movimientos sísmicos internos, en algunos casos desde siglos atrás.
Estos días se habla de nuevo por la aparición de dos libros, fruto directo de aquellas filtraciones periódicas: Via Crucis, de Gianluigi Nuzzi, y Avarizia, de Emiliano Fittipaldi. Derivan de los últimos documentos confidenciales sobre las irregularidades detectadas por la comisión formada por el actual papa Francisco con la intención de sanear las finanzas vaticanas, un intento de cada pontífice con cortocircuitos y resultados similares.
El reclamo de la confidencialidad vencida y aireada no llega a contrarrestar la impresión de “minestra riscaldata”, formada por ingredientes muy repetidos y presumibles, aunque los detalles temporales sean de última generación. Las finanzas del Vaticano, ¡Dios mío!
Los grandes medios de comunicación internacionales mantienen vaticanólogos en plantilla como una tradición, una de tantas tradiciones. Siguen las informaciones de periodistas especializados como Giancarlo Zizola, Marco Politi, Gianluigi Nuzzi, Gian Guido Vecchi. El más veterano, informado y socarrón es Rossend Domènech, corresponsal de El Periódico, residente en Roma desde 1968, con cerca de cincuenta años de experiencia profesional. Es autor del libro Marcinkus, las claves secretas de las finanzas del Vaticano (1987) y previamente tuve el placer de escribir conjuntamente con él Roma, passejar i civilitzar-se (1986, reeditado en 2000).
Nunca ha pretendido ser tratado como una autoridad mundial entre los vaticanólogos, pese a serlo de facto, probablemente porque forma parte de los cansados de la vida cortesana. Le interesan también otras cosas y eso le permite la dosis de escepticismo con que es preciso contemplar el déjà vu de aquellos movimientos sísmicos internos. El Vaticano y los vaticanólogos cambian muy poco, a pesar de los aspavientos propios de cada momento.