La doble pregunta consensuada por una amplia mayoría parlamentaria en Catalunya tiene la virtud de romper los esquemas que encorsetaban el llamado debate soberanista. El dilema ya no es únicamente independencia, sí. Independencia, no. La gran cuestión está en si las fuerzas mayoritarias de la política española serán capaces de ofrecer una alternativa creíble al estatus quo actual. ¿Quiere que Catalunya sea un Estado? Y, en caso de votar sí, ¿quiere que este Estado sea independiente? A la primera pregunta, una mayoría muy cualificada de catalanes votaría ‘sí’, como reflejan todas las encuestas. Y a la segunda cuestión, una parte significativa de los ciudadanos responde que depende de si existe o no una alternativa federal o confederal. Es decir, si el Estado sólo ofrece la regresión que demuestra el Partido Popular y su entorno social y mediático, el doble ‘Sí’ tiene todas las de ganar.
El Gobierno, y el partido que lo sustenta, pueden reincidir en el error histórico que nos ha traído hasta aquí e insistir en el inmovilismo y la provocación. O, por el contrario, puede optar por el camino del diálogo y la alta política. Las primeras reacciones del Gobierno no dejan mucho espacio a la esperanza. Las del PSOE, tampoco. El veto a la consulta como única forma de resolver el desafío planteado desde Catalunya es abocar el país a la confrontación. Porque para millones de catalanes ya no hay vuelta atrás y están decididos a superar el marco actual. Con la independencia o con una nueva relación bilateral con el Estado.
El PP debe saber que ahora se enfrenta a su obra. Combatió el Estatut, la normalización lingüística, sembró prejuicios contra los catalanes para alimentar su nacionalismo español, rechazó cualquier acuerdo fiscal, rompió, en definitiva, el pacto de la Transición entre España y Catalunya. Y, además, ha contribuido como el que más al descrédito de las instituciones del Estado. Ahora se equivoca de nuevo al pensar que la democracia, la consulta, es el problema. Todo lo contrario, es la única solución. Es la única vía para dar salida al profundo sentimiento de agravio de buena parte de la población catalana. Un sentimiento tan transversal como la foto de ayer en el Palau de la Generalitat.
La pregunta formulada desde la mayoría parlamentaria catalana es inteligente y abre la puerta a respuestas inteligentes por parte de la política española. Es el momento de ofrecer, de una vez, una alternativa para que Catalunya se sienta realizada como nación junto al resto de los pueblos de España. Es el momento de desmentir el desafortunado, sectario y tendencioso título del simposio ‘España contra Catalunya’. Existe una España negra que ha sido una lacra para Catalunya y, también, para buena parte de la sociedad española. Una España negra, intolerante y reaccionaria de la que también han participado muchos catalanes. Es el momento de la alianza entre la Catalunya y la España que han compartido tantas esperanzas a lo largo de la historia.
Ahora es necesario el encuentro entre la Catalunya que reclama votar su futuro y la España que también quiere regenerar la democracia. Esta es la responsabilidad y el reto de los sectores más avanzados de la sociedad española. Posiblemente, la doble pregunta formulada ayer en Catalunya sea el último llamamiento a España, el último “escolta España” (escucha España) que, como el poeta Maragall, aún están dispuestos a pronunciar millones de catalanes.