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El soberanismo: la reacción del nacionalismo catalán en la Gran Recesión

Mario Ríos

Finalmente, a pesar de que hubo momentos en que parecía que no sería así, el Presidente Mas ha convocado las elecciones que anunció a principios de año, utilizadas constantemente a lo largo del año como arma arrojadiza para presionar ERC y las entidades soberanistas. El próximo 27 de septiembre, pues, los catalanes estamos llamados a las urnas para elegir un nuevo Parlamento y valorar la acción y las políticas del gobierno saliente, según unos, y para decidir sobre la independencia de Catalunya, según otros, tal y como afirmaba el último barómetro del CEO. Pero más allá de estas elecciones, de su carácter plebiscitario o no, me interesa más analizar los cambios que se han producido en el espacio nacionalista catalán, el cual se encuentra en plena ebullición política, programática y organizativa, en el marco de esta crisis económica y financiera global.

La dura y vergonzante campaña de recogida de firmas del PP contra el Estatuto de Autonomía, la incapacidad política y jurídica del TC a la hora de juzgar el texto catalán, y la posterior sentencia provocaron un punto de inflexión en la historia política del catalanismo afectando sus tendencias presentes y futuras. La manifestación de julio de 2010 con el lema “Som una nació, nosaltres decidim” es el primer adoquín de este camino empedrado de movilizaciones populares que ha llegado hasta nuestros días, y que ha marcado la agenda mediática, política y electoral en Catalunya en un solo sentido, situando la cuestión nacional en el centro de cualquier debate. Esta posición central de la cuestión nacional y el consiguiente continuo ascenso del sentimiento de catalanidad y de los apoyos a que Catalunya se convirtiera en un Estado independiente, lanzaron a los partidos catalanistas, en especial CiU, a una carrera para alcanzar mayores cuotas de autogobierno (pacto fiscal, Estado confederal y derecho a decidir) haciendo subir constantemente la apuesta y topando siempre contra un Gobierno central enrocado en sus posiciones inmovilistas y reaccionarias.

Sin embargo, este panorama político catalán lo debemos entender en el contexto de crisis económica y financiera global que estamos sufriendo y en sus sucesivas ramificaciones nacionales. En España (y en Catalunya, también), la crisis global se materializó en el estallido de la burbuja inmobiliaria y su contagio a las cajas y bancos españoles que provocó una espiral recesiva en forma de pérdida de puestos de trabajo, aumento espectacular del paro, falta de ingresos para el Estado, endeudamiento para rescatar el sector financiero, y una dura política de ajuste fijada desde Bruselas e implementada tanto desde Madrid como desde Barcelona, dirigida a acabar con las certezas sociales y laborales con las que habíamos vivido. Las consecuencias de todo ello son sobradamente conocidas: paro, precariedad laboral, bajada de sueldos, desahucio, inseguridad económica, pobreza, exclusión social, etc. Una crisis social sin paliativos. En Catalunya, pues, se solapan ambas crisis: la nacional y la económica-social.

Uno de los resultados políticos más destacable de esta doble crisis ha sido el cambio en la correlación de fuerzas dentro del catalanismo político. Por primera vez en más de cien años de catalanismo, la opción independentista se ha convertido en hegemónica dejando al margen las opciones federalistas o dirigidas a la modernización de España. Esto es resultado de los grandes cambios y transformaciones vividos por el independentismo, que en los últimos años ha pasado de ser un movimiento romántico y fuertemente identitario, lo que le condenaba a ser minoritario dada la pluralidad de la sociedad catalana, a uno basado en la recuperación de la capacidad de decidir por medio de una serie de estructuras políticas, jurídicas y administrativas. El independentismo del S.XXI se basa en recuperar la soberanía política en un momento en que las grandes decisiones son tomadas en Madrid, Bruselas o Washington por poderes o élites en muchos casos ajenos a las reglas del juego democrático. Esta transformación es fundamental para entender la gran acumulación de capital social, político y electoral que ha experimentado la opción independentista, también conocida como soberanismo, durante los últimos años. El soberanismo, pues, se ha convertido en la corriente mayoritaria y hegemónica del catalanismo y, por tanto, tal y como indican en estos momentos las encuestas para el 27-S, de la política catalana.

Visto el objetivo de este nuevo movimiento político, podemos pasar a mirar quien lo sustenta, tanto política como socialmente. El máximo defensor de este nuevo independentismo del S.XXI o soberanismo, ha sido el Presidente Mas y CDC. El partido de las clases medias catalanas, en constante refundación por el ocaso del pujolismo y los sucesivos escándalos de corrupción que le flagelan, ha sido quien ha construido esta nueva opción política que ha dado la vuelta al tablero de juego del catalanismo político. Este cambio, que ha provocado la rotura de la federación nacionalista y una alteración brutal del sistema de partidos catalán, ha atraído a las clases medias catalanas que caminaban desorientadas buscando una respuesta, “una utopía de repuesto” en palabras de Marina Subirats o “una utopía disponible” para a Ramoneda, que hiciera frente al deterioro en los servicios públicos, los problemas relacionados con la vivienda, el paro y la precariedad laboral, y el hundimiento de las expectativas vitales presentes y futuras creadas durante el boom inmobiliario. Esta utopía es encarnada por el decisionismo del soberanismo. Ante el derrumbe de las revoluciones sociales del S.XX, del pacto socialdemócrata y del Estado del Bienestar que dio a luz, y de la aparición de las inseguridades económicas, sociales y laborales que están caracterizando este inicio de S.XXI, en Catalunya gran parte de la población (principalmente las capas medias) se decanta por esta opción política motivados por la promesa de que con un Estado propio, los catalanes y las catalanas podrán decidir sobre todo lo que les afecta para poder garantizar el bienestar social y las certezas económicas perdidas en esta crisis. Sin embargo, la capacidad de decidir no tiene porque ir de la mano de la capacidad de implementar la decisión tomada, tal y como demuestra el caso griego.

Podemos concluir, pues, que el soberanismo político y su formalización organizativa actual, Junts Pel Sí (la suma de CDC, ERC y de las entidades soberanistas) son la transformación que ha experimentado el nacionalismo catalán ante los miedos e inseguridades que la globalización económica y financiera, y sus derivadas sociales, laborales y políticas han provocado en Catalunya, y los ataques llevados a cabo por parte de un Gobierno Central marcadamente conservador, reaccionario y nacionalista español. La suma de los dos factores, pues, hace del soberanismo la reacción del nacionalismo catalán en la Gran Recesión.

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