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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Los traumas y las crisis globales, cada vez más aceleradas, aumentan la brecha percibida entre los ciudadanos respecto a las instituciones y quienes las ocupan. Políticos, gestores de lo público, académicos o expertos son percibidos como parte de una élite que se distancia del mundo real. La polarización se extiende como un clima, pero tiene una parte tangible: la brecha entre quienes pueden permitirse una vida digna y quienes se quedan colgados. En este espacio surgen los populismos, las respuestas radicales o las opciones tecnocráticas, que en aras de la ortodoxia económica y el conocimiento académico se alejan del concepto de bien común. El futuro de las democracias se plantea como un espacio para la investigación, reflexión y difusión de procesos y mecanismos de participación ciudadana hasta el análisis de las causas y consecuencias de la fatiga democrática y la respuesta de lo público.

Twitter, el medio y el mensaje: la fragmentación del discurso como herramienta de manipulación

Rotativa de prensa en papel.

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El pasado abril, la dirección del New York Times recomendó a sus periodistas que redujeran su tiempo en Twitter. La cabecera estadounidense recordaba que la presencia en las redes sociales no es una obligación y apuntaba que los profesionales “pueden estar demasiado enfocados en cómo reaccionará Twitter” a sus artículos. De un lado, la llamada de la dirección alertaba a los periodistas de la vinculación entre la conocida marca personal y la cabecera para la que trabajan; de otro, lanzaba una iniciativa de apoyo a los trabajadores que sufren acoso como consecuencia de las publicaciones del periódico en la red.

En una entrevista reciente, publicada por los diarios del grupo Vocento, su nuevo director, Joe Kahn, apuntaba que “la polarización política supone un gran desafío para el periodismo” en las democracias occidentales y recalcaba la necesidad de reforzar la calidad de la información y de la independencia. El directivo norteamericano insistía en que la audiencia es más “amplia y rica” que lo que muestra la red social, y reiteraba: “Twitter genera debates muy tóxicos y no deberíamos utilizarlo como una especie de barómetro de lo que es bueno y lo que no”.

La recomendación del rotativo, una enmienda a las prácticas periodísticas en red y al modelo de negocio de la última década, sirvió como llamada para no tomarse tan en serio la actividad pública en internet, para enfatizar que las redes sociales no son un fiel reflejo de la opinión pública, del mundo real, de todo el mundo real. Si acaso, muestran una parte. Empieza a tomar fuerza la idea de que en la última década hemos conferido a las redes sociales demasiado poder, casi hasta el punto de confundirlas con una esfera pública, un foro para el debate y el intercambio de ideas, ignorando que responden a la lógica del mercado y que su subsistencia se nutre de nuestros datos.

Los cambios tecnológicos han alterado las dinámicas en los medios de comunicación, el discurso político y la construcción de la esfera de la opinión pública. También la propia experiencia, con una línea entre lo vivencial y lo virtual cada vez más difusa. La actividad en redes sociales, aún sin llegar a los modelos inmersivos que plantea el metaverso, se torna parte de la actividad diaria y a menudo ocasiona una especie de efecto burbuja, retroalimentando una visión del mundo acorde a los valores del individuo que se sumerge.

Las redes son ya agentes que interfieren en ese proceso de mediación entre política y ciudadanía, un papel de filtro delegado en los medios de comunicación en los dos últimos siglos. Y estas han impuesto su modelo, su marco físico y conceptual, tanto a los medios como a los actores políticos, en el modelo de negocio y en la determinación del impacto de las informaciones. Como apunta Beatriz Gallardo Paúls, catedrática de Lingüística en la Universitat de València y autora de media decena de libros sobre lengua y discurso político, la información se vuelve un estímulo más en un contexto de atención dispersa. Gallardo se muestra muy crítica con un modelo que se ha dedicado a “satisfacer” a redes sociales como Facebook, adaptando sus contenidos a los formatos que prioriza la red: lo audiovisual, lo llamativo y lo declarativo frente a información menos espectacular.

El periodismo declarativo convierte en protagonistas a los emisores y refuerza los personalismos, apunta la lingüista, experta en análisis discursivo público, que considera que está dinámica, enmarcada en la necesidad de proporcionar contenidos constantes, alimenta la retórica conflictiva.

“En nuestro contexto de política mediatizada, y en medio de la enorme crisis provocada en el negocio de los medios por la digitalización, la enunciación política ha sido magnificada de un modo tan exagerado que a veces parece que la actualidad de los asuntos públicos se reduce a una simultaneidad de voces, cercana con frecuencia a la algarabía”, apunta en su última publicación.

La autora señala un reduccionismo “que pretende equiparar la política con el discurso político” y lo vincula con la crisis de los medios de comunicación y la polarización social, un cocktail corrosivo para los principios de las democracias occidentales. En conversación con elDiario.es, Gallardo señala que “la fragmentación es una herramienta de manipulación”, que “siempre es más rentable en términos de negatividad”, en la acción por oposición.

“Reducir la política a lo que se dice sobre ella, o a lo que dicen sus actores visibles con más o menos vehemencia –incluyendo los medios de comunicación y, más recientemente, las plataformas de redes sociales–, contribuye a la separación entre representantes y representados, a la desafección política, y, en suma, a la crisis de la democracia”, describe en Signos rotos. Fracturas de lenguaje en la esfera pública (Editorial Tirant).

En política, la batalla por la atención se traduce en un aumento de los exabruptos y de las acciones valorativas, la oposición y refutación -esta última, cada vez menos frecuente- y el abuso de la hipérbole. La construcción de afinidades y divergencias, enuncia, ha derivado en un esquema maniqueísta de “buenos y malos”, que construyen así su discurso. “Los extremismos son los que salen beneficiados en este contexto comunicativo refractario al matiz y el detalle”, alerta Gallardo.

Ruptura de consensos

La autora enmarca estas ideas en un análisis más amplio sobre los “cismas semióticos” en este último trabajo, donde apunta causas y consecuencias de la ruptura del pacto básico del lenguaje y la gramática. Gallardo critica la magnificación de los aspectos formales del lenguaje, que sin embargo, evoluciona hasta distorsionar los registros formales -con el lenguaje inclusivo, la incorporación de signos o el abuso de la metonimia en el discurso público- y centrar la comunicación en la forma, no en el fondo. Dicho de otra manera: lo que uno dice parece tener más valor público que lo que uno hace.

Desbancados los medios como actores hegemónicos en la intermediación y con un modelo de negocio en crisis, se suma otra a la ecuación: la pérdida de legitimidad. Tanto el discurso científico-académico, como el jurídico y el mediático “se caracterizan por haber instituido pactos de lectura en torno a las garantías de veracidad: la verificación de fuentes en los medios, el método hipotético-deductivo en la ciencia, los fundamentos de derecho en el ámbito jurídico”, indica Gallardo en el libro, principios que en la actualidad están en cuestión.

En un marco que algunos autores denominan de “posverdad”, que se suma al escepticismo, se asume que los hechos son interpretaciones, y, en el marco mediático y periodístico, que lo que sucede es lo que los medios te cuentan.

Este esquema de ruptura de consensos y de atracción por el ruido es combustible para los populismos, alimentados en épocas de crisis económica e incertidumbre. Los dirigentes populistas se erigen como guardianes de la verdad ante unos medios que, deslegitimados en la última década y presos del modelo del click, pierden la autoridad de determinar qué es verdad. Así, al tiempo que proliferan los portales de bulos y los fact checks, manipulaciones interesadas cada vez más sofisticadas, lo hacen también las acusaciones de “fake news” ante hechos que son molestos para sus protagonistas.

La responsabilidad de los medios de comunicación como agentes institucionales

Recuperar la confianza de los lectores resulta fundamental para resolver en la crisis, como plantea el diario neoyorkino en sus nuevas directrices, pero no será per sé una respuesta eficaz. El modelo de negocio está en la base de esta crisis, defiende la catedrática de lingüística en la Universitat de València, que considera que “los medios de comunicación deben marcar estándares de calidad claros”, en las informaciones e incorporando los modelos de pago por suscripción, como se hace con los productos culturales.

Los medios, recalca Gallardo, “no pueden seguir eludiendo su responsabilidad como institución democrática”, pero ello requiere que el resto de instituciones, que el Estado, coopere con su financiación. “La era de la posverdad se ve condicionada por un ecosistema mediático que refleja un fallo de mercado, un grado de concentración empresarial que puede considerarse como amenaza directa a la pluralidad informativa y la libertad de circulación de las ideas”, destaca la autora, que defiende un modelo de inversión pública en medios para garantizar su estabilidad sin condicionamiento político.

En paralelo, los agentes de la esfera pública deben replantearse su papel y las posiciones que asumen.“ ¿Por qué sometemos a opinión cosas que son verdades incuestionables?”, plantea, apuntando que la introducción de determinados debates desplaza la línea de los consensos. “Llenar la esfera pública de exabruptos desplaza lo que consideramos moral” y es combustible para la extrema derecha, recalca.

Para la catedrática, resulta fundamental una regulación del ecosistema mediático y de las tecnológicas, al tiempo que una reflexión profunda, en términos democráticos, sobre qué poder le damos a internet. Con el metaverso tenemos que abordar cómo internet define la realidad. Al tiempo, regular empresas que bajo la apariencia del entretenimiento y la falsa idea del algoritmo como ente neutro condicionan qué mensajes recibe la audiencia, con la imposición del modelo Tiktok en las redes. Como resumió Marshall McLuhan: el medio es el mensaje.

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Los traumas y las crisis globales, cada vez más aceleradas, aumentan la brecha percibida entre los ciudadanos respecto a las instituciones y quienes las ocupan. Políticos, gestores de lo público, académicos o expertos son percibidos como parte de una élite que se distancia del mundo real. La polarización se extiende como un clima, pero tiene una parte tangible: la brecha entre quienes pueden permitirse una vida digna y quienes se quedan colgados. En este espacio surgen los populismos, las respuestas radicales o las opciones tecnocráticas, que en aras de la ortodoxia económica y el conocimiento académico se alejan del concepto de bien común. El futuro de las democracias se plantea como un espacio para la investigación, reflexión y difusión de procesos y mecanismos de participación ciudadana hasta el análisis de las causas y consecuencias de la fatiga democrática y la respuesta de lo público.

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