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Sala Russafa estrena el primer proyecto escénico de Lara Salvador
Sala Russafa acoge el estreno absoluto de la versión extendida de Qué sabe nadie o les cançons de Penèlope, ganadora del Premio de Dramaturgia Russafa Escènica 2020, otorgado por el festival en colaboración con la SGAE. Una pieza escrita y dirigida por la actriz Lara Salvador, que toma su segundo apellido para el apelativo ‘La Peydro’ en su faceta como creadora y productora teatral.
Del 15 al 18 de abril, dentro del ‘10é Cicle de Companyies Valencianes’, se presenta este montaje donde la narración oral, la poesía, la música y el teatro conviven en una fórmula híbrida, que se acerca “de manera singular al cabaré para trasladarlo a una esfera íntima y narrar las consecuencias de la ausencia, de la desaparición, de las distancias obligadas”, describe la sala en un comunicado.
“Es un gran reto y me ha hecho valorar todavía más todo el trabajo que conlleva crear y poner en pie un espectáculo”, admite esta valenciana, premio a la Actriz Revelación en 2015 por la Associació d’Actors i Actrius Professionals Valencians, cuya trayectoria incluye papeles en teatro, cine y televisión.
El parón de las giras durante el confinamiento le llevó a enfrentarse con la inquietud que desde hacía un tiempo le hacía tomar notas y escribir en un pequeño cuaderno lo que acabó siendo el germen de su primer espectáculo, una pieza en la que se alternan el valenciano y español. “Empecé a escribir en castellano pero, a medida que avanzaba el trabajo e iba profundizando, me reencontraba con mi lengua materna. Por eso muchas partes están escritas en valenciano, porque me conecta con los temas más íntimos. Para mí, como para muchos, este es un tránsito natural que se ha visto reflejado en la obra”, explica la creadora. Igual que ha sido fluido pasar del lenguaje teatral al musical en este espectáculo, en el que colabora con Jesús Salvador 'Chapi', su padre, reconocido compositor e intérprete de percusión, cofundador de Amores Grup de Percussió.
“Estudié seis años de piano y uno de percusión, pero desde niña tenía claro que quería ser actriz. Mi abuelo formaba parte del teatro amateur del pueblo, mi tía fue intérprete profesional durante algunos años y mi madre era vestuarista”, comenta La Peydro sobre una infancia en la que la influencia de ambas disciplinas artísticas era constante. Ahora, las dos se funden en un montaje para el que buscó la colaboración de 'Chapi' por dos motivos: “primero porque, musicalmente, le admiro muchísimo y es la persona en la que más confío. Segundo porque, por amor, es la única capaz de dedicarme tantas horas”.
Invirtiendo los roles, la hija ha dirigido al padre, que aporta la mágica sonoridad del vibráfono a este, su primer montaje. Aunque ha seguido sus consejos en la faceta musical porque “todavía tengo mucho que aprender de su experiencia”. Un proceso creativo en el que la intérprete ha descubierto en la música la virtud de desatar muchos nudos: “mi abuela tenía una congoja en la garganta que le hacía apretar los labios. En este espectáculo canto las canciones que ella no se atrevió a cantar y siento una liberación que ojalá hubiera tenido ella”.
Historias de amor, incertidumbre y espera
La abuela de la autora y directora, junto a su madre y sus tías, son las mujeres que subyacen en estas historias donde la pérdida, la duda, la soledad y la espera conforman los hilos de una trama que, cual Penélope, va tejiendo en escenas que alternan monólogos, canciones, anécdotas y confesiones.
Composiciones populares, junto a otras originales de 'Chapi' y La Peydro, acompañan a un texto sobre la fortaleza de quienes parecen pasivas, de las que aguardan “como esperamos todos a un amor, al trabajo ideal, al momento perfecto…”, comenta la creadora, quizás inconscientemente movida a contar esta historia sobre la incertidumbre en un momento en el que la sociedad se enfrentaba a lo desconocido.
Con el asesoramiento de la dramaturga Begoña Tena y de Mónica Almirall, además de la residencia creativa en Sala Russafa para la puesta en pie del espectáculo, la obra ha ido floreciendo, pasando de una duración de 30 minutos a más de una hora de representación en la que la sensibilidad, el recuerdo y la cercanía son claves. “Cuando hicimos las funciones de la pieza corta en Russafa Escénica era precioso, veías la emoción en los ojos del público porque estábamos en una pequeña floristería, con ocho espectadores por pase. Ahora la experiencia va a ser diferente. Añadimos la belleza de la iluminación de Mingo Albir y la escenografía de Luis Crespo, también el hecho de tener un escenario hace crecer el espectáculo en todos los sentidos. Pero conservamos esa sensación de contacto por la proximidad del patio de butacas, tan característica de Sala Russafa”, comenta la autora, directora e intérprete, quien está deseando testar esta nueva versión de la obra.
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