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Opinión - ¿Respeto a Milei y al resto de la ultraderecha? Por Rosa María Artal

CV Opinión cintillo

Mi mamá me mima

Xavier Latorre

València —

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Muchos suspiran por aparentar que tienen más de lo que realmente poseen. Las revistas del corazón escupen fotos de famosos forrados tostándose al sol, rebozados en diseños de moda exclusivos, poderosos caballeros untados de euros exhibiendo esposas jóvenes con glamour. Los pobres lo son, piensan algunos, por accidente. Todos se creen predestinados a tener más fortuna en la vida. Conozco a una mujer de la limpieza, la doncella de una casa bien, que disimula su condición social llevando a su hija a un colegio concertado de religiosas atestado de madres arquitectas, abogadas o con chalets en primera línea de playa. La madre derrocha buenas intenciones. “Cariño te he apuntado a clases de equitación. Van muchas de tu clase”.

La derecha extrema acumula odios viscerales y ancestrales, una mercancía que tiene mejor salida que la solidaridad o la empatía con el vecino. En estos tiempos de sobrealimentación de titulares fugaces y de medias verdades, el alarmismo es un producto de fácil transmisión ideológica: el gobierno nos priva de la libertad de elegir centro educativo. ¡Toma castaña! ¿A quién le importa el salario mínimo? ¿A quién le importa evitar desahucios o cortes de la luz? A los que la crisis, consecuencia de la pandemia, ha dejado al descubierto. ¿A quién le importa la renta mínima? A los que están con el agua al cuello. ¿A quién le importa la dignidad de los inmigrantes?

Muchos currantes de a pie fantasean con un modelo de automóvil de gama alta con el que ir al hipermercado y poder fingir que van sobrados de dinero, aunque el coche sea casi todo, excepto el retrovisor, propiedad de una financiera. Atacar al rey emérito es generar inestabilidad institucional, criticar la vida padre de Juan Carlos I, el padre del rey, es pretender instaurar una república bolivariana. Mucha gente siente vergüenza de su situación y simula con su voto y su adscripción a la derecha un estatus diferente, soñado. En España hablas de subir los impuestos a los más pudientes y quién se indigna de forma más rabiosa es la gente corriente con sueldos pelados. ¡Vaya contrasentido! Luego se enfurecen porque el estado no cubra todas las mermas de rentas habidas y por haber a consecuencia del dichoso virus. ¿Cómo cubrir ese déficit contable? La tasa Google por ejemplo, que podría aportar más ingresos al presupuesto, fue desechada por VOX, PP y Ciudadanos en su trámite parlamentario.

Descargando su ira contra la izquierda se desquitan porque sus padres no se forraron con la barra libre impuesta por los falangistas durante el franquismo, se desahogan porque no pueden malvender la casa del abuelo en el pueblo, porque su hija ha sido víctima de los excedentes laborales de la fusiones bancarias, porque Amazon ha arruinado la ferretería de los cuñados o porque la licencia del taxi del primo se ha devaluado hasta el infinito. La limpiadora que conozco, a horas y en negro, anhela que a su hija la inviten a un cumpleaños de postín.

Ser de derechas es repetir a todas horas que España se rompe a pedazos. Ser de derechas es intoxicar con el finiquitado terrorismo etarra a la población civil indefensa. Ser de derechas es que no les suene mal que una clienta de una panadería exclame voz en grito ¡Arriba España! y que algunos clientes además crean que remover el pasado y condenar la dictadura de Franco es una maniobra sectaria de distracción de la dictadura pogre. Ser de derechas es generar malestar gratuito con los logros del feminismo. Ser de derechas, hoy, en definitiva, es ser un hooligan acérrimo que desea que España salga mal parada del Brexit, vapuleada por la Covid o que el desempleo no remonte. Al parecer mola ser cenizo.

Muchos votantes no aceptan su rol social y aspiran a demostrar con su vinculación a la derecha que ellos también forman parte ilusoriamente de esas élites que te arramblan al menor descuido los ahorros de la libreta. Al reconocerse de derechas muchos creen ficticiamente que su posición social es holgada y que el trabajo precario, los despidos o el cierre de pequeños negocios no les atañen.

“Cariño, te he planchado el uniforme del colegio. Date prisa que llegarás tarde a clase y a mí me regañará la señora”.

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