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¿Para qué sirve un parque natural?

Andreu Escrivà

Si prestan un poco de atención, verán como cada cierto tiempo el Consell utiliza a los parques naturales para algún acto propagandístico. Hace poco, Alberto Fabra los “impulsó” y ahora Isabel Bonig, consellera de Territorio, Infraestructuras y Medio Ambiente, se inventa el “parque del mes”. ¿Lo cómico del asunto? Que toda esta parafernalia publicitaria se enmarca en el salvaje ERE de Vaersa (la empresa pública que se ocupaba, entre otras cosas, de los parques naturales). Pongamos un ejemplo: hace un par de años, en l’Albufera había seis trabajadores en el centro de visitantes, mientras que ahora hay dos personas y se ha reducido el horario. ¿El resultado? Apenas pueden organizar alguna actividad mensual sin desatender a los visitantes. ¿Qué farsa de impulso es ése? ¿Qué sentido tiene el paripé del parque del mes si desmantelamos toda la estructura?

El Consell parece querer los espacios naturales protegidos sólo para fines publicitarios, pero ni eso saben hacer. Repiten hasta la extenuación la mentira de que el 40% del territorio valenciano está protegido. ¿La realidad? Sólo el 7,45% lo está mediante la figura legal de Parque Natural. Pese a ello, y pese a la ridícula extensión de algunos parques y el nefasto diseño de otros (el caso del PN del Penyagolosa y PN del Túria son tristemente famosos), Bonig no tiene problema en recalcar –con una comparación tan poco acertada como la de Cristina Tárrega- que “tenemos 22 [Parques Naturales] frente a los 24 de Andalucía, que a pesar de ser mucho más grande sólo nos adelanta en 2 Parques Naturales”.

Como las matemáticas no parecen ser (tampoco) el fuerte de la consellera, allá va una sencilla comparación: Andalucía (a fecha de 2011) tiene declarado como parque natural el 16,26 % de su superficie, lo que suponen 1.419.144 hectáreas, mientras que en el País Valencià los parques ocupan 173.364 hectáreas, ocho veces menos. Es decir, Andalucía tiene 1.245.780 hectáreas más bajo la figura de parque natural y más del doble en términos porcentuales. Como apuntaba un reciente estudio, aquí podemos detectar problemas serios de matemáticas y comprensión lectora. A modo de guinda para este desbarajuste, nada mejor que hablar de nuestro parque fantasma: el de Sierra Escalona y Dehesa de Campoamor. Pese a aparecer en el folleto de parques naturales desde 2008 hasta 2012, nunca ha sido declarado como tal: su PORN (Plan de Ordenación de Recursos Naturales) está tramitado pero parado desde 2006 por razones que el Consell nunca ha explicado.

* Tabla modificada a partir de los datos disponibles aquí.

Entonces... ¿a qué se refieren cuando hablan del 40%? Básicamente, a humo verde. El resto de espacios protegidos se amparan bajo distintas fórmulas, pero el grueso del porcentaje inflado corresponde a las zonas LIC (Lugar de Interés Comunitario) y ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves), declaradas en base a la normativa europea pero para las cuales no se han desarrollado herramientas de gestión. Es decir: protección sobre el papel, lo cual equivale a absolutamente nada en materia de gestión ambiental.

Pero el núcleo del asunto, la reflexión última debería ser ¿Para qué queremos los parques naturales? ¿Para qué se supone que sirven? A la vista de los hechos, para el Consell son tan sólo un ariete mediático de usar y tirar, y un torno en el que contar visitantes (hinchando burdamente los números, con la inestimable ayuda de RTVV). De hecho ahora los antiguos directores son llamados “dinamizadores”, síntoma claro del cambio en el enfoque de gestión. Sin embargo, no es para eso para lo que se concibieron los espacios naturales protegidos. Deben ser centros de disfrute y de difusión de los valores medioambientales, pero también de conservación de la biodiversidad, de preservación del patrimonio natural.

Su éxito no depende del número de parques declarados, ni de los visitantes recibidos, sino de lo que nos digan los indicadores adecuados: la calidad de las visitas, la continuidad de los valores singulares del espacio, el funcionamiento de sus ecosistemas. Si se hacen bien las cosas, el turismo –y el empleo- llegarán sin necesidad del sainete de la dinamización. ¿De qué vale tener más parques si nos olvidamos de ellos y recortamos sin piedad el personal que se encarga de su mantenimiento? ¿De qué valen las fotos del Molt Honorable con cernícalos y las ruedas de prensa en paisajes idílicos si para ser director de parque sólo hace falta tener el carné del PP?

Un parque natural no es un parque temático de la naturaleza: necesitan del trabajo constante durante años para que podamos observar los resultados deseados. Desgraciadamente, el triunfalismo al que está acostumbrado el PP no es aplicable al medio ambiente; los parques naturales no pueden –ni merecen- ser tratados como efímeros grandes eventos.

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