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Visiones de ciudad para la Valencia del futuro

De izquierda a derecha, los arquitectos Carles Dolç, Carmel Gradolí y Tato Herrero.

Abelardo Muñoz

Valencia —

Pensar la ciudad de Valencia desde el desafío ambiental que se avecina, la defensa del derecho de los ciudadanos a su propio hábitat frente a la especulación y gentrificación. Una visión crítica y renovada de la política urbanística sobre el espacio público y el diseño del mismo son temas que abordan en este reportaje tres arquitectos con una visión de futuro de la ciudad de Valencia. Carles Dolç y sus colegas Tato Herrero y Carmel Gradolí, opinan en un encuentro en Ca Revolta sobre el futuro de la ciudad. Justo en el mismo edificio del barrio de Velluters que Dolç restauró hace dos décadas.

No son solo arquitectos y urbanistas expertos en pensar ciudad. Son humanistas y disidentes frente a las políticas del poder; pertenecen a las generaciones de profesionales que han luchado por reivindicar la ciudad para sus habitantes frente a la voracidad de la especulación capitalista. La izquierda ha echado mano de ellos para sus proyectos. Son también activistas sociales por un urbanismo al servicio de la gente. Por una ciudad habitable que poco a poco va saliendo del caos en el que la sumió la depredadora política de la derecha en el Ayuntamiento durante un cuarto de siglo. Hay males irreversibles pero también hay futuro.

El verde

¿Para qué sirve el espacio público? Cabe preguntarse el ciudadano. Percibido, por lo general frio y aséptico y diseñado desde los despachos y en peor de los casos a merced de la especulación y el poder del dinero. La ciudad aparece hostil a su propio habitante. Darle un sentido al espacio es lo que se plantea.

Cuando se pone sobre la mesa qué es lo que necesita de manera esencial una ciudad que se enfrenta al cambio climático, las respuestas son rápidas.

Para Carmel Gradolí sobran en Valencia muchos aparcamientos, trastos y barreras. “Hacer accesible la ciudad, quitar coches y ruido y sobre todo, poner mucho verde a todas las escalas: el árbol es la cosa más vistosa, es un elemento climático de primer orden y que mejora el ambiente. Y a nivel visual y de paisaje es un elemento de bienestar. También que los pavimentos sean drenados y permitan respirar a la tierra”.

Carles Dolç, conoce bien el problema. Veterano arquitecto humanista, un histórico en la lucha por una ciudad sostenible que contribuyó de manera decisiva a la recuperación de El Saler y del Jardin del Turia, entro otras muchas cosas. Junto con su desparecido colega Just Ramirez luchó contra el alucinante plan del último franquismo de destruir el barrio del Carmen prolongando la avenida del Oeste. Eso parece ahora un mal sueño, pero sucedió.

“Los dos grandes asuntos son la movilidad y el verde. En el primer tema la anterior legislatura lo ha abordado, solo abordado; queda mucho por hacer para un objetivo esencial: que el coche deje de funcionar como entrada libre al centro histórico. La perspectiva actual de los cascos históricos de las ciudades es que los coches dejen de circular por entre ellos, que la gente vaya en bus, en bici o caminando. Esto permitiría bajar la contaminación y disponer de una mayor seguridad para la gente que camina.

Y eso va ligado a la otra cuestión, el verde. Esta ciudad tiene espacios públicos de gran valor. El Jardín del Turia es un eje vertebrador de gran importancia. El Parc Central está muy bien, pero, a pesar de eso, la cobertura verde de la ciudad es muy insuficiente.

No hay aun una red urbana de árboles. Los árboles deben ser un hilo conductor. La vegetación en general. No se puede poner en todas las calles pero hay avenidas en que son imprescindibles“.

Dolç recuerda y denuncia desastres ambientales concretos en Valencia: lo sucedido con el Camí de Trànsits donde los árboles han desaparecido; o el lamentable diseño de la Avenida del Puerto como una pista de coches y la inexistente conexión vegetal entre la Malva-rosa y Natzaret.

Rehabilitación vs construcción

Pero no solo la cobertura vegetal es básica, la construcción indiscriminada es otro asunto que hipoteca el bienestar de los ciudadanos y su derecho a vivienda dignas. Los barrios marítimos y su difícil integración en la ciudad. Los nuevos planes de urbanización de la administración no son todo lo integradores que deberían ser. En muchos casos aparece el fantasma de la gentrificación. Hay lagunas y enfoques dudosos abiertamente puestos en solfa por los urbanistas.

Para Tato Herrero, arquitecto y urbanista muy ligado a la conservación del Cabanyal y su larga lucha, “La apuesta por la rehabilitación frente a la obra nueva es algo que debe hacerse. Al actual sistema le gusta más derribar y construir de nuevo que rehabilitar. Otra cosa es que sea más caro. Pero se ese gasto es por recursos ecológicos”.

Herrero participó en los proyectos para el diseño del barrio marítimo con unos criterios muy específicos en apoyo de la rehabilitación frente al derribo y sobre todo con un proyecto que respeta la estructura reticular primigenia del barrio, su red de calles sin barreras frente al mar. La línea de diseño urbano apoyada por el Ayuntamiento le hizo distanciarse del plan de rehabilitación. Ahora Herrero disiente de el Plan Especial previsto por el Ayuntamiento.

“Tú (constructor) puedes comprar contaminación. Yo contamino mucho y compro más barato. Ese no es el camino. Se trata de construir menos. La construcción debe aprovechar los recursos existentes”.

Tato Herrero, profesor de proyectos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica y teórico del urbanismo participativo, tiene mucho que decir sobre los barrios marítimos.

“Para mí se trata de respetar la forma de crecer de ese barrio que siempre nació con la playa porque ahí estaba su industria. Se piensa que nace en Eugenia Viñes, junto a la playa, y crece hacia atrás y no es así. El Cabanyal es la playa de la que habla el cronista Antonio Sanchis en su libro, el barrio hijo del mar. Desvincular el barrio del mar seria perder su origen. Es igual que lo que ha pasado con Campanar y L'Horta. Tan solo queda un recuerdo de lo que fue. Ya no hay huerta y entonces la cosa queda como una ciudad de Disneylandia”. Para Herrero la posibilidad de que el anunciado corredor verde sea una simple acera frente al mar es un peligro real. “El corredor verde es la playa. El frente marítimo, por eso la ZAL tiene que desaparecer”.

Herrero cuestiona la gestión del patrimonio público del suelo para hacer vivienda social que lleva la administración. En la fachada marítima el Ayuntamiento ya está subastando terreno para construcción.

“¿Qué está pasando ahora mismo en el Cabanyal?”, se pregunta. “un territorio que es público y que se va a vender para que los privados hagan viviendas de protección oficial. Algunas. Con esos beneficios, obtener otra vez suelo público para más actuaciones. Se está revendiendo el suelo y los privados hacen negocio. ¿No podría lo público gestionar viviendas y no pasarlas a lo privado?”.

Un urbanismo de género

Se presentó el futuro diseño de la Plaza de la Reina, semanas después de este encuentro en Velluters, pero Gradolí ya lo tenía diagnosticado: “Es un ejemplo de mal uso del espacio público. El peatón no puede caminar. Pero es que una ciudad destinada al turismo está destinada al fracaso. Valencia tiene un peligro real de convertirse en un parque temático. Un ejemplo, en Russafa ya no se puede vivir. La gente se va porque ve insoportable tanta marcha. Hay que cambiar el modelo turístico. Esa apuesta kamikaze de los cruceros. Y luego están las franquicias que arrasan porque tienen más dinero; se eleva el precio”.

Para hacer amable el espacio urbano Gradolí sostiene la necesidad de un urbanismo de género. Que no es otra cosa que rescatar el urbanismo de toda la vida. Espacios para los peatones y no solo para los coches.

“Una ciudad que cuida a las personas. Lo tradicional es pensar la ciudad como una máquina de producir. Separa las funciones; aquí la gente a divertirse, aquí la gente para dormir, aquí para trabajar. Eso divide la ciudad y como todo está lejos, la gente necesita el automóvil. Todo está dirigido a un tipo de urbanita concreto: un hombre de edad media, con trabajo y capacidad económica y que se desplaza en coche para trabajar. Ese es el modelo. Peo hay otro tipo de gente: mayores, jóvenes, niños, enfermos; otras actividades no productivas que hay que contemplar. En definitiva se trata de diseñar una ciudad inclusiva”.

Lo mejor, la movilidad

Los tres contertulios son unánimes al considerar la política de movilidad como la mejor impulsada por el Govern de La Nau. Su mayor logro hasta el momento. Carles Dolç señala la necesidad de una ciudad que “se construya hacia dentro en lugar de hacerlo hacia afuera. Y cita la ciudad de Vitoria, en Euskadi, como un modelo a seguir. Uno de los responsables del Plan Riva de principios de los años 1990, que restauró y protegió el viejo barrio de El Carme, exige ”una política que fuerce a los inversores a cambiar la ciudad. A implicarse en su mejora ambiental en todos los sentidos“.

Cuando los políticos dicen “eso está muy bien, pero no puede ser” Gradolí recomienda que esos políticos “aparte de buena voluntad, tengan valentía para tirar adelante con políticas progresistas y alternativas a la vorágine inmobiliaria y turística”. Se habla del lobby portuario señalado por el sociólogo y urbanista Josep Sorribes.

“El puerto no puede ser un monstruo enorme que haga lo que quiera. Hay que abordar la emergencia climática y ocuparse de la huerta”.

Dolç recuerda que la ley de L'Horta, firmada en su momento, fue muy importante pero, como siempre, queda mucho por hacer. Y Gradolí concluye que todas estas ideas son posibles porque la ciudad de Valencia tiene tres joyas, aunque algunas estén en claro peligro: La Huerta, la Albufera y la Playa.

Otra ventaja es que Valencia es una ciudad plana. Mejor imposible. Es el escenario perfecto para ponerse manos a la obra. Presionar a los partidos que gobiernan para cambiar ciertos rumbos e inercias. Escuchar las visiones de vanguardia frente al viejo juego de mesa que protagonizan los tiburones inmobiliarios y sus socios. Las visiones reaccionarias que apoyan una convivencia individualista frente a la socialización efectiva de la urbe. Y hacer de Valencia un buen lugar para vivir y a la vanguardia de las soluciones ambientales.

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