Cocinoterapia: cómo preparar alimentos puede ayudar a resolver problemas

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Cristian Vázquez

La alimentación es un elemento central en nuestras vidas, y no solo por las razones fisiológicas más obvias. “La preparación y el consumo de los alimentos son una actividad que a lo largo de la evolución de la especie humana se ha investido de distintas connotaciones”, como ha apuntado en un documento la nutricionista Silvia Lema. “De lo imprescindible para la supervivencia a lo ritual -añade-, de lo hedonista a lo terapéutico, del agasajo a la ostentación de la riqueza y poder, la alimentación humana es una instancia tanto social como biológica”.

A partir de esas bases, profesionales de la nutrición, la gastronomía y la psicología se han dedicado a desarrollar talleres y otras maneras de dar forma a la cocina terapéutica. Esta actividad -también llamada cocinoterapia- se puede definir, del modo más esencial, como una búsqueda de que la cocina sea una herramienta para alcanzar una vida más saludable y para mejorar los vínculos interpersonales.

“Cocinar es una actividad terapéutica en sí misma”, afirma el psicólogo Raúl Carvajal, creador, junto con su colega Sergio Sepúlveda, de un taller de cocinoterapia. “Es una experiencia -define Carvajal- que busca unir el acto de cocinar con un espacio de reflexión, vinculando diversas temáticas con las acciones implicadas en la preparación de los alimentos”. El objetivo, apunta, es “conectar los sentidos, la creatividad y la comunicación”.

Carvajal llegó a la cocina terapéutica a través de su propia experiencia. Él y su esposa compartieron con otras parejas una clase de cocina. “Después de cocinar en conjunto -cuenta- compartimos la comida, y se generó un espacio muy agradable entre personas que no nos habíamos visto antes. Esto me quedó dando vueltas en la cabeza, y luego se dio naturalmente: la cocina empezó a ser un espacio de encuentro, primero replicando las recetas aprendidas y luego innovando”.

De esa manera surgieron talleres pensados sobre todo para parejas en crisis, que trabajan “la comunicación como gran motor, pero conectada con el disfrute y con el hacer”. El psicólogo explica que “el aspecto sensorial del cocinar conecta además con la sexualidad, la creatividad y la colaboración”, lo cual permite a cada persona ver de otra manera su propio comportamiento, tanto en relación consigo misma como con su pareja. Pero los talleres no se limitan a la cuestión de pareja: pretenden ser “un espacio colaborativo y lúdico desde el cual abordar temáticas como el liderazgo, comunicación y confianza”.

Cocinar, un acto de amor

En algunos casos, al hablar de cocina terapéutica no se piensa tanto en el aspecto psicológico sino en el biológico: una alimentación más saludable, libre de productos industriales y refinados, a menudo ligada al veganismo. Y en otros lo que se procura es una combinación de ambos. En este último grupo se encuentra la psicóloga Claudia Strauss, quien propone una serie de cambios en la alimentación (como dejar de lado los azúcares y los carbohidratos) a la vez que tener otra relación con la naturaleza y dar importancia a los aspectos creativos y de relación con los demás al momento de cocinar.

Strauss dice que cuando uno se dedica a una actividad creativa -que puede ser cocinar, pero también muchas otras, como música, pintura o danza- lo que se logra es “que el cuerpo empiece a sonreír, que esté más contento”. El objetivo es que cocinar se torne un placer y que se vea como un acto de amor. Esto último es muy visible cuando se preparan alimentos para otras personas, pero no siempre cuando se realiza para uno mismo. La psicóloga enfatiza que ese es otro de los objetivos: “Desde el momento en que me siente frente a ese plato que me cociné, voy a sentir la satisfacción de saber que es algo de mi propia producción. Y no tiene que ser algo grande, puede ser algo pequeño”.

Los talleres de cocina terapéutica permiten “aprender del otro, escuchar, sonreír, compartir, encontrar un espacio”, apunta Strauss. “Los espacios de pertenencia hacen que uno se sienta acompañado. Compartir algo con alguien siempre es reparador”. La psicóloga habla de “la alegría y la emoción” de muchas personas al hallar su sitio en el taller. Personas que “después llegan a su casa y cocinan el mismo plato, y se dan cuenta de que a sus hijos les gustó y reciben un mimo y un ‘gracias, qué rico, qué bueno’. Esto les da una alegría que les hace animarse, volver a tener ganas”.

Beneficios de la cocina terapéutica

La psicóloga Sara Montejano ha señalado en un artículoque “la cocina puede ser una técnica eficaz de gestión emocional para aquellas personas que no se sienten cómodas en otras actividades creativas”, como podrían ser la escritura, la pintura o la música. Al fin y al cabo, subraya, cocinar “supone una comunicación de nuestros sentimientos y nuestra manera de ser”, ya que “sin duda todos nuestros platos llevan un poquito de nosotros mismos”.

Enumera una serie de habilidades que la cocina terapéutica contribuye a desarrollar:

Creatividad. Es necesaria para combinar los ingredientes de formas atractivas y originales y lograr, de ese modo, resultados satisfactorios.

Organización. Tanto a nivel físico como mental, la organización es vital para la cocina. Hay que estar atentos a contar con todos los ingredientes, tenerlos en sitios accesibles, ejecutar cada paso de una receta en el orden preciso y tener en cuenta la duración de cada paso antes de realizar el siguiente. Esta disciplina puede luego trasladarse al resto de la vida.

Paciencia y relajación. Cada plato lleva su tiempo y no hay otra opción que adaptarse a él. Esto ayuda a dejar de lado las prisas de la vida cotidiana y, en consecuencia, a relajarse, mientras se enfoca toda la atención en el procedimiento.

Memoria y aprendizaje. Por supuesto, cocinar también contribuye con la memoria: a medida que uno practica, recuerda y aprende los pasos a seguir para preparar los platos y las utilidades y funciones de los ingredientes. Es este conocimiento el que luego permite combinaciones nuevas y, por ende, desarrollar la creatividad.

Resolución de problemas. Con mucha frecuencia, quien cocina se enfrenta a problemas y situaciones imprevistas, ante los cuales debe actuar de inmediato. Esta capacidad de tomar decisiones sobre la marcha, algo que les cuesta mucho a algunas personas, es otra de las habilidades que la preparación de alimentos puede ayudar a desarrollar.

Conciencia sensorial. Cocinar es una tarea que, quizá como ninguna otra, pone en acción los cinco sentidos. Colores, formas, texturas, sonidos, sabores, aromas: todo se pone en juego durante la elaboración de un plato. Es una forma de estimular la concentración y la coordinación, y también -en un mundo como el nuestro, tan dominado por lo visual- un modo de valorar muchas características de diversos productos, más allá de la imagen.

Un artículo en ConsumoClaro proponía reintroducir las clases de cocina en los colegios, y enumeraba cinco consecuencias positivas de tal medida: fomentar la igualdad de género desde la infancia, ser conscientes del despilfarro global de comida, optar por una alimentación más saludable, mantener la tradición oral de recetas que se están perdiendo y ganar autonomía respecto de la manipulación mediática relacionada con el consumo.

Silvia Lema, de hecho, destaca en su texto que “el contacto con los alimentos es una de las actividades que mayor interés despierta en el bebé” durante el proceso en que se introducen otros productos en su dieta, además de la leche. Al crecer, el niño manifiesta “un interés por ‘ayudar a mamá o papá’ a preparar las comidas de la familia”, hecho que permite “capitalizar una situación lúdica y creativa que, de hecho, genera situaciones de aprendizaje”. De algún modo, también un poco de eso se trata la cocina terapéutica: aprovechar el carácter lúdico y creativo de esta actividad para aprender, para aprovechar sus beneficios, cultivar o recomponer vínculos y llevar una vida más sana.

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