Trastornos en el habla: cuáles son los más comunes y cómo actuar ante ellos

Silencio

Cristian Vázquez

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Los trastornos en el lenguaje y la comunicación pueden tener muchas formas distintas. Un subconjunto de esos problemas es el que afecta al habla, es decir, a la producción expresiva de palabras y otros sonidos. El habla incluye la articulación, la fluidez, la voz y la calidad de resonancia de una persona.

En el habla están involucrados parte tanto los órganos bucofonatorios como los circuitos cerebrales del sujeto, y los problemas pueden tener su origen en cualquiera de ambas áreas. En esos términos lo explican el psicopedagogo José Javier González Lajas y el pediatra José Miguel García Cruz en un trabajo sobre esta cuestión.

Muchos de estos problemas aparecen y se tratan en la infancia o la adolescencia. En numerosas ocasiones, sin embargo, se mantienen hasta la edad adulta, lo cual suele afectar no solo las posibilidades comunicativas de la persona sino también sus relaciones sociales y laborales y su autoestima y, por lo tanto, su calidad de vida.

Debido a esto, conviene actuar lo antes posible en procura de su tratamiento y solución. Los trastornos en el habla que se registran con mayor frecuencia son los siguientes:

1. Disfemia o tartamudez

Este problema es, sin duda, el trastorno del habla más común y más conocido. Se caracteriza por una expresión verbal interrumpida en su ritmo de un modo más o menos brusco, tanto por la repetición frecuente como por la prolongación de ciertos sonidos o los espasmos o bloqueos que impiden la fluidez al hablar.

Suele aparecer en la niñez, pero alcanza también a muchos adultos. En total, afecta a casi el 1% de la población: unas 467.000 personas en España y unas 72 millones en todo el mundo, según datos de la Fundación Española de la Tartamudez (TTM).

La TTM es una entidad sin ánimo de lucro que tiene el objetivo de “concienciar a las familias, docentes, profesionales de la salud y al público en general”, dado que “es nuestro deber con todo niño o adulto que tartamudee hacerle una vida más fácil y lograr que la sociedad no los mire como disminuidos mentales”.

Si bien la disfemia puede deberse a una lesión cerebral o a una situación emocional traumática, en la mayoría de los casos está relacionada con anomalías en el control motor del habla. De hecho, estas personas suelen tartamudear solo cuando hablan con los demás, y no lo hacen si hablan solas, al cantar, al practicar deportes, etc.

En muchas ocasiones también hay causas genéticas. Según un artículo de la Universidad de Valencia, las probabilidades de que la disfemia pase de padres a hijos son de entre un 30% y 40%. Y un factor de riesgo es ser hombre: tres de cada cuatro personas que la padecen son varones.

A menudo, la tartamudez produce vergüenza y ansiedad en quienes la padecen, lo cual a su vez agrava el problema, en una suerte de círculo vicioso. Un caso muy conocido fue el del rey británico Jorge VI, quien padeció de este problema antes de acceder al trono; su caso fue retratado por la película ‘El discurso del rey’, de 2010.

La logoterapia -combinada con terapia psicológica- ofrece resultados positivos. La propia historia de Jorge VI sirve como muestra de que, con un tratamiento adecuado, los efectos de la disfemia pueden reducirse hasta desaparecer o hacerse, en todo caso, muy poco perceptibles.

2. Disglosia

La disglosia se define como una alteración del habla de tipo orgánica, causada por una o varias malformaciones anatómicas o fisiológicas en el aparato bucofonatorio. No existe en estos casos, en cambio, ninguna dificultad a nivel neurológico ni sensorial.

Cuando las alteraciones son congénitas, en la mayoría de los casos afectan los labios o el paladar. En el primero de esos casos, el problema más común es el labio leporino, que por lo general afecta su forma, su fuerza o su consistencia. Esto suele ocasionar problemas para la pronunciación de sonidos labiales, como los de las letras B, M y P.

Las malformaciones en el paladar (o en el velo del paladar), por su parte, suelen provocar ciertos ruidos al pronunciar el sonido de letras como la P, T o K, y también ronquidos faríngeos, habla nasal, golpes de glotis y escapes de aire por la nariz al hablar.

No obstante, también otras partes del aparato bucofonatorio, como la lengua, los dientes y la mandíbula, pueden presentar alteraciones y, por lo tanto, causar la disglosia. Todas estas malformaciones pueden ser congénitas; a veces incluso propiciadas por el consumo de alcohol, tabaco o ciertos fármacos por parte de la madre durante el embarazo.

El tratamiento más efectivo consiste en la corrección de las malformaciones, a menudo por medio de cirugías. Cuando las alteraciones son congénitas, lo más apropiado es intervenir lo antes posible, en la infancia. Más tarde, los tratamientos logopédicos también resultan apropiados para mejorar el habla.

3. Disartria

La disartria también es un trastorno motor del habla. Pero, en este caso, el problema no reside en el aparato bucofonatorio sino en una lesión neurológica. Como consecuencia, la boca y los músculos encargados del habla se debilitan, mueven con lentitud o de forma limitada o sencillamente no se mueven.

De acuerdo con la Federación de Ataxias de España (la ataxia es el control muscular deficiente en alguna parte del cuerpo), los síntomas de la disartria van desde “arrastrar” las palabras al hablar hasta hacerlo en voz muy baja, casi en susurros, pasando por una lentitud o rapidez inusuales, cambios en el timbre de la voz, ronqueras, babeos, etc.

En muchos casos, este problema aparece como consecuencia de un ictus u otros hechos que dejen secuelas cerebrales. Por ello, también es bastante común en adultos.

El tratamiento procura fortalecer los músculos para incrementar el movimiento de boca, lengua y labios y mejorar la articulación de las palabras en la medida de lo posible.

4. Dislalia

En cuarto lugar se puede mencionar la dislalia, también llamada trastorno fonológico, que consiste en la sustitución, distorsión, omisión o inserción de sonidos incorrectos al pronunciar las palabras. Se trata de la clase de incorrecciones que son comunes hasta los cuatro o cinco años de edad y luego desaparecen de forma natural.

Algunos ejemplos: decir “cote” en vez de “coche”, “tes” por “tres”, “mecotón” por “melocotón”, etc. Solo son un problema cuando, superada esa edad, los pequeños persisten en esa pronunciación. Pero, en general, no es algo que se prolongue más allá de la niñez.

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