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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Fritz Bauer y los juicios de Frankfurt: el efecto catártico de la justicia transicional

Alfons Aragoneses

Hace dos semanas el Festival de Cine Judío de Barcelona estrenaba en España, con la colaboración del Instituto Goethe de Barcelona y del Departamento de derecho de la UPF, la película “Fritz Bauer: Muerte a Plazos” (Alemania, 2010).

Este magnífico documental narra la vida y la muerte acaecida en extrañas circunstancias del fiscal de los juicios de Auschwitz Fritz Bauer (1903-1968) y enseña una cara de la historia reciente de Alemania poco conocida. Las expresiones de las personas que vinieron al estreno expresaban muy bien lo impactante de lo que se narra en los noventa minutos que dura la película.

Jurista alemán, judío y socialdemócrata, Fritz Bauer fue juez durante la República de Weimar. Tras la llegada de los nazis al poder fue expulsado de la judicatura por judío pero, sobre todo, por socialdemócrata. Sufrió internamiento en un campo nazi. Pudo escapar y exiliarse en Suecia, donde entró en contacto con el grupo de Willy Brandt. En los años cincuenta decidió regresar a la RFA, donde comenzó una lucha incansable contra la impunidad de los crímenes del nazismo. Ejerció de fiscal en Braunschweig y en Frankfurt am Main. Su participación fue clave en la detención en Buenos Aires de Adolf Eichmann. Para ello colaboró con Wiesenthal y con el Mossad porque no se fiaba de los servicios de inteligencia y de la judicatura de la RFA, con fuerte presencia de antiguos funcionarios nazis. Fue el fiscal de los juicios de Frankfurt de los años 60 contra miembros de las SS responsables del asesinato masivo de judíos en Auschwitz. Murió en 1968 por causas que todavía hoy suscitan polémica.

La importancia de Bauer no radica solamente en las pocas condenas a prisión a algunos responsables nazis de Auschwitz. Ni siquiera se agota en su participación en la captura de Adolf Eichmann. Bauer y los juicios que promovió significaron un cambio en la relación de la sociedad alemana con el nazismo y el inicio de una importante transformación de la cultura jurídica y política alemana.

Con frecuencia se piensa que 1945 fue el “año cero” de la República Federal Alemana: nueva Constitución, nuevas leyes, administración teóricamente desnazificada y unos juicios de Núremberg que suponían un inicio para Alemania y una cesura respecto al pasado nazi. Esta imagen, creada y difundida por las autoridades de la RFA, dista de la realidad. Si bien miles de alemanes pasaron por los comités aliados de desnazificación y centenares fueron juzgados en los procesos de Núremberg, Dachau y otros que fueron organizados por los aliados, la lógica de la Guerra Fría impuso el olvido y la restitución de altos funcionarios, jueces, fiscales y empresarios vinculados al nazismo. Como explicaba Herta Däubler-Gmelin en la presentación en Barcelona de la película, la mayoría de jueces y fiscales tenían vínculos con el nazismo. La Constitución alemana y todo el nuevo derecho se interpretaba de acuerdo a viejos principios y no a los derechos humanos. En lo relativo a los crímenes del nazismo, imperaba la idea de que el derecho nazi era el derecho legítimo de la época y que, por tanto, no había delito en la aplicación de las odiosas leyes nazis. Esto lo vio claramente Fritz Bauer. Como afirma él mismo en un fragmento del documental “se pueden tener las mejores leyes y la mejor Constitución: lo importante son las personas que van a aplicarlas”. Esas personas, en la Alemania de 1950, provenían en su mayoría del Estado nacionalsocialista.

Las cosas empezaron a cambiar con los procesos de Frankfurt en los que Bauer tuvo un especial protagonismo. En estos juicios, de los primeros organizados por instituciones alemanas, se presentaron cargos no contra altos dirigentes sino contra los ejecutores directos, los oficiales de bajo rango encargados del transporte, la clasificación o del uso del gas Zyklon B. Se presentaron pruebas; hablaron testigos; se interrogó a víctimas y a verdugos. Alemanes juzgaban a alemanes por unos hechos que habían sido tapados y escondidos después de 1945.

La técnica y el rigor jurídicos hicieron que muchos alemanes abrieran los ojos. Tras estos procesos ya nadie podía alegar que el Holocausto no había existido o que se había exagerado. En los juicios en los que él hizo de fiscal se demostró con pruebas que había habido un asesinato masivo e industrial. La idea de que la obediencia a las órdenes tiene un límite se pronunció en Núremberg, pero se consolidó en los juicios de Frankfurt.

Bauer removió las conciencias de la feliz RFA del boom económico. Y pagó por ello siendo condenado al ostracismo por la mayoría de los colegas de su generación. En cambio sí le apoyaron los jóvenes como la ex Ministra Herta Däubler-Gmelin, el entonces doctorando Michael Stolleis y tantos otros que se preguntaban en aquel tiempo por la responsabilidad de sus padres en la barbarie, como El lector de la novela de Bernhard Schlinck o como los jóvenes que en mayo de 1968 quemaron las togas de los profesores universitarios al grito de “bajo las togas hay polvo de hace mil años”.

Fue esta la primera generación que tomaba conciencia colectivamente del carácter criminal de todo el nazismo y de la necesidad de conocer la verdad y de impartir justicia. Pero esa generación no logró cambiar la actitud de las instituciones alemanas hasta los años noventa, años en los que los altos tribunales comenzaron a criticar el silencio de los años anteriores. Y esta revisión del pasado no fue causada tanto por un deseo sincero de justicia sino por la voluntad de disimular la diferencia de trato que se daba a los crímenes del nazismo respecto a los crímenes de la RDA: al caer el muro las instituciones se ponen manos a la obra para juzgar con dureza a altos jerarcas y funcionarios de la Alemania del Este. El contraste con la indiferencia o la tolerancia con la que se había tratado a los responsables de crímenes nazis era demasiado evidente.

Sin Bauer, y sin el juicio a Eichmann en el que el fiscal colaboró, no existiría en Alemania la conciencia actual sobre la justicia y sobre los derechos y, probablemente, muchos preceptos de la Constitución que hablan de responsabilidad histórica, de dignidad humana o de igualdad se interpretarían de una manera diferente. Esto debería hacernos reflexionar sobre la aportación de los judíos e incluso de Israel a la identidad alemana y europea post-1945.

El caso de Bauer demuestra el potencial del derecho y de los juristas para transformar, no solo la forma de aplicar e interpretar las normas de los códigos sino también la cultura jurídica y la conciencia colectiva. Bauer enseñó que los juicios al nazismo tienen una dimensión que trasciende a las víctimas: pueden ser un revulsivo para la sociedad; pueden tener, como pasó en Frankfurt, un efecto catártico.

Eso es precisamente lo que ha faltado en España: que responsables franquistas se sentasen en el banco de los acusados y que su condena acabase la cultura de la impunidad y del negacionismo: algo que los alemanes empezaron a quitarse de encima en los años sesenta y que aquí todavía esperamos. Al ver el documental sobre Fritz Bauer pensaba en el efecto que podrían haber tenido y que aún podrían tener unos juicios similares en nuestra cultura jurídica y en nuestra sociedad.

Quizás los defensores de la cultura del viejo régimen surgido de la transición que tanto se oponen a que se juzguen, aquí o en la Argentina, a los criminales del franquismo, no temen tanto las posibles condenas sino el efecto transformador que tendrían en la forma de entender el derecho y la sociedad en España. Quizás lo que más temen es que se produzca en nuestro país un “efecto Fritz Bauer”.

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