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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Derecho y subversión: ¿por qué es tan difícil hacer justicia a las víctimas de violencia sexual?

Wolfgang Kaleck

Como si no fueran suficientes los asesinatos y maltratos que implican, los crímenes de lesa humanidad suelen ir acompañados a menudo de violencia sexual. Llevar a sus responsables ante los tribunales no es nada sencillo, incluso en la época de los tratados internacionales de derechos humanos y de la Corte Penal Internacional.

A menudo no percibimos ni somos conscientes del problema que afrontamos. Doy un ejemplo. Tengo unos amigos muy comprometidos con la defensa de los derechos humanos que cuentan que, ante la realidad cotidiana de la violencia masiva, lo más fácil, y a veces lo único posible, es contar primero los muertos e identificar los cadáveres. Por ello, ni siquiera llegan a hablar con las víctimas de este martirio físico y psicológico con efectos tan duraderos, a menudo traumatizadas, ni a registrar su dolor y cooperar con ellas para llevar ante la justicia a sus agresores.

En Alemania se registran cada año aproximadamente 7.500 violaciones, y se considera que esta oscura cifra es algo superior. A los medios alemanes les gusta investigar a fondo la situación de la India, e informan al detalle sobre violaciones como las que sufrieron recientemente dos niñas de 15 años en el estado federal de Uttar Pradesh. Pura violencia patriarcal, es cierto. Pero sería necesario informar también sobre el sistema de castas y la discriminación de los “dalit”, los llamados intocables, como algunas de las causas del aumento de las violaciones.

Alarmante es también la situación en zonas de conflicto como Sri Lanka. Allí fueron violadas cientos de mujeres, y no sólo durante la fase final de la lucha de la guerrilla tamil en 2009. Unas imágenes extremadamente duras del documental “No Fire Zone” del Canal 4 británico muestran el llamativo caso de la periodista asesinada Isaippiriya. Tras la victoria del ejército gubernamental, los soldados siguieron cometiendo fechorías: secuestraban a mujeres por las noches en los campos de refugiados, las detenían en controles de carretera del ejército y abusaban de ellas.

También en Colombia miles de mujeres han sido víctimas de violencia sexual en los últimos años. En la actualidad, el European Center for Constitutional and Human Rights intenta abordar junto con otras organizaciones regionales las situación que se vive en este país y en otros como Sri Lanka. Sin embargo, apenas hemos dado pequeños pasos. El peligro para las mujeres afectadas y para sus defensoras es enorme. Una y otra vez escuchamos cómo las mujeres defensoras de derechos humanos, sobre todo en zonas rurales, son perseguidas individualmente y violadas por su compromiso con la causa.

Llega algo tarde, por tanto, la cumbre mundial que tiene lugar en Londres esta semana. En ella se debate la elaboración de un protocolo para la documentación e investigación de la violencia sexual en zonas de conflicto bajo la batuta del por lo demás muy denostado, y con razón, Ministerio de Exteriores británico. Son pasos en la dirección correcta. Lo es también el informe más reciente de la Fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, de la que esperamos que pronto presente la primera demanda en un caso de ese tipo.

Occidente, en realidad, no tiene ninguna razón para presumir de un supuesto grado superior de civilización. Las víctimas de las violaciones en masa llevadas a cabo por soldados del Ejército alemán y de la Armada imperial japonesa no han sido indemnizadas hasta el día de hoy, ni los agresores llevados a juicio. Eran británicos y estadounidenses, también, los soldados que vejaron a prisioneros de guerra iraquíes con métodos de tortura dotados de connotaciones sexuales.

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