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Desmontando a Mister Marshall: 60 años de secretos y mentiras berlanguianas

La explicación más famosa de la historia del cine.

Javier Pulido / Javier Pulido

Madrid —

“Además de muchas otras cosas buenas, es un gran embustero”, se sinceraba Concha Velasco en el documental Ciudadano Berlanga, aludiendo a la prodigiosa inventiva del genial director valenciano. “Si los futuros historiadores de su figura se basan en las declaraciones que hace Berlanga, aquí y allá, según le conviene, van listos”, ha refrendado en alguna ocasión Florentino Soria, historiador y compañero de estudios de Berlanga en El Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC).

La habilidad para fabular, exagerar anécdotas y mentir descaradamente que siempre caracterizó a Luis García Berlanga ha devenido en rocoso obstáculo para todo aquel que se aventure a investigar sobre su vida y obra, pero también ha provocado que seis décadas después de su estreno ¡Bienvenido, Mister Marshall! siga envuelta en misterios y leyendas.

“¡No, no es una película del oeste! ¡Que va a ser una película histórica! ¡Desde luego no es una película neorrealista! ¡No, tampoco es una película folclórica! ¿Qué es?”, rezaba uno de los textos publicitarios del filme. Probablemente ni a los productores de Uninci les quedara muy claro el asunto, y eso que el encargo estaba claro desde el principio: debía tratarse de una obra cómica-folclórica ambientada en Andalucía y protagonizada por la tonadillera Lolita Sevilla.

Poco sospechaban que en manos de García Berlanga y Juan Antonio Bardem, la idea se iba a transformar en una sátira negrísima de la España del momento, convenientemente camuflada entre la mezcla de dulzura y ternura con la que los habitantes del pueblo de Villar del Río esperan la llegada de la comitiva norteamericana. “Del mismo modo que El Quijote es un libro de caballerías sin serlo, ¡Bienvenido, Mister Marshall! es una comedia andaluza sin serlo”, explican Eduardo Rodríguez Merchán y Luis del Tell Escolar, autores de ¡Bienvenido, Mister Marshall! Sesenta años de historias y leyendas (T&B Editores, 2013), obra que resuelve numerosas dudas sobre la película y pone en solfa algunas convenciones comúnmente aceptadas. Eso sí, siempre con el ánimo de “continuar el debate, nunca de sentenciar”.

Con el visto bueno de la censura

Con el visto bueno de la censura¡Bienvenido, Mister Marshall! no fue una película precisamente barata, pese a que se haya fabulado una y mil veces sobre las penurias del rodaje. Al coste de los decorados –que incluso hubo que reconstruir en varias ocasiones–, hay que sumar el sueldo de un elenco de primera: Lolita Sevilla se embolsó 200.000 pesetas por su trabajo. Manolo Morán cobró 75.000 pesetas y los honorarios de Pepe Isbert ascendieron a 50.000. El presupuesto de rodaje fue lo suficientemente amplio como para que los productores se permitiesen alguna veleidad: aun sabiendo de antemano que la secuencia del sueño en la que aparece el Tío Sam no iba a aparecer en el montaje final, se filmó en su totalidad.

Según consta en el expediente remitido por la productora el 27 de enero de 1953, el presupuesto total de la película fue de 4.954.982 pesetas. No parece una cifra muy escandalosa, al menos hasta que se compara con el coste medio, cercano a las 2.500.000 pesetas, de las películas españolas estrenadas entre 1953 y 1955. En la campaña publicitaria tampoco se escatimaron medios, como se puede comprobar revisando los rotativos de Madrid y Barcelona en cualquier día de las dos semanas previas al estreno.

Tampoco fue un filme perseguido ni maldito. Berlanga padeció durante años el exceso de celo de la censura franquista, pero en esta ocasión se salió con la suya. La Junta de Clasificación y Censura realizó, es cierto, algunas advertencias; más bien pocas para los estrictos cánones de la época: el sueño de la maestra no debía “degenerar” en festín erótico, la figura del cura don Cosme debía estar revestida de cristalina dignidad y en la escena del entierro convenía evitar chascarrillos que restaran gravedad a la ceremonia. Una vez solventadas estas naderías, Bienvenido, Mister Marshall pasó el examen de la censura y obtuvo la calificación de Película de Interés Nacional. A efectos prácticos, la productora Uninci se embolsaba 1.600.000 pesetas, además de disponer de las correspondientes licencias de rodaje.

¿Cómo es posible que la censura simpatizara con una de las películas más políticas de la historia del cine español? Por motivos completamente ajenos a Berlanga, el filme se encontraba en perfecta sintonía con el antiamericanismo del franquismo más reaccionario, que no había sido capaz de digerir la derrota de Hitler en la II Guerra Mundial y seguía escocido con la intervención estadounidense en el conflicto. Los hermanos Joaquín y Alberto Reig, productores de Uninci, no sólo vivieron y trabajaron en la Alemania nazi, sino que comulgaban políticamente con sus ideas. Al igual que las autoridades franquistas, no podían verse reflejados en algunos de los personajes de Villar del Río, como ese arrogante hidalgo don Luis que defiende el honor de sus antepasados o el párroco que identifica los valores norteamericanos con el pecado.

¡Bienvenido, Mister Marshall! se estrenó el 4 de abril de 1953 en el madrileño Cine Callao. De haberse retrasado el rodaje, parece más que probable que la película de Berlanga hubiese llegado a las salas escandalosamente mutilada. Un poco de contexto: agotado el modelo autárquico, el franquismo se afanó por buscar una alianza económica y política con Estados Unidos, aunque ello implicara enterrar las diferencias ideológicas. Tan sólo unos meses después de la llegada del Mister Marshall ficticio se firmaba el convenio defensivo con Estados Unidos, que autorizaba la presencia de bases y tropas en territorio español, pero también aconsejaba no buscar las cosquillas al nuevo amigo americano.

El caso del guionista ignoradito

El caso del guionista ignoraditoNo se ha insistido lo suficiente en el vital papel que jugó Miguel Mihura en ¡Bienvenido, Mister Marshall! Aunque Berlanga llegase en alguna ocasión a menospreciar la labor del dramaturgo, las más de dos décadas de investigación del catedrático de la Universidad Complutense Rodríguez Merchán en torno a la película, Mihura y la Otra generación del 27 le han llevado a la fuerte convicción, sostenida por abundantes pruebas, de que la segunda versión del libreto –por la que Mihura cobró 25.000 pesetas y que considera que se utilizó como guión de rodaje– corrige y enmienda algunas de las deficiencias del original, escrito por Bardem y Berlanga.

Los personajes están mucho más trabajados en la revisión de Mihura, que incorpora muchos de los elementos de humor surrealista que impregnaron sus anteriores trabajos como guionista y sus geniales colaboraciones en La Codorniz, la emblemática revista satírica que fundó. ¿Estaríamos hablando de un clásico sin sus aportaciones? “No se podría decir si hubiera sido mejor sin la presencia de Mihura. Berlanga era un genio y la película funciona por sí misma por una conjunción de casualidades –reflexiona Rodríguez Merchán–. Esta es una película perfecta por sus imperfecciones”.

El vigor, y el gracejo, de los diálogos de !Bienvenido, Mister Marshall! siempre ha sido uno de los elementos más apreciados por crítica y público. Sin menospreciar el guión de Berlanga y Bardem y la genialidad de la puesta en escena del primero, la labor de Mihura fue fundamental en este sentido. Uno de los parlamentos más icónicos de la película –“como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”– que el alcalde, protagonizado por Pepe Isbert, pronuncia en caótico bucle desde el balcón consistorial, tan sólo aparece en la segunda versión del guión, que Mihura escribió en solitario.

Otra de las más famosas secuencias, la conversación de Manolo y don Pablo en el camerino salpicada por los “¡ozú!” de Carmen Vargas, “la máxima estrella de la canción andaluza”, también lleva el sello inconfundible del autor de Tres sombreros de copa. La versión de Mihura elimina por lo demás las secuencias –sustituyéndolas por otras– que distraían la la atención de uno de los principales focos narrativos de la película: la falta de preparación de los habitantes de Villar del Río ante la inminente visita.

Un sueño discutible

Al guión de Mihura también se debe el llamado sueño del lejano Oeste, en el que el alcalde, don Pablo, reta en duelo a Manolo, y del que no aparece ni rastro en la primera versión. El madrileño ya había parodiado con gracia los géneros hollywoodienses en la olvidada trilogía de Eduardo García Maroto: Una de fieras (1934), Una de miedo (1934) y Y ahora, una de ladrones (1935); la inclusión de un cariñoso guiño al western completaba el círculo virtuoso, aunque está lejos de ser la secuencia preferida por críticos y historiadores. “Todos los sueños te sacan completamente de la película y la desestructuran, como sucede con esta locura de Mihura”, explica Rodríguez Merchán.

Sí figura en ambas versiones del guión el polémico sueño de la maestra de Villar del Río, del que se ha dicho en más de un ocasión que fue cercenado del montaje final. Lo cierto es que nunca llegó a rodarse, por razones que no se han podido desvelar en seis décadas. Ya se ha apuntado que la Junta de Calificación y Censura advirtió de la potencial carga erótica de la secuencia, pero Ricardo Muñoz Suay –hombre fuerte de la Uninci a principios de los cinquenta– aclaró en alguna ocasión que los motivos fueron más bien económicos.

Sea como fuere, aprovechando el 50º aniversario de la película, Berlanga rodó un cortometraje llamado precisamente El sueño de la maestra, que añadía aún más confusión al episodio. En realidad, estos trece minutos no parten de los guiones originales de ¡Bienvenido, Mister Marshall! Más bien son un compendio de las geniales obsesiones personales y cinematográficas del añorado director valenciano.

Igualmente enigmática es la autoría de la rotunda frase con la que arranca la película. En la primera versión del guión se puede leer “Pues, señor, érase una vez un pueblecito andaluz”, que en la definitiva pasa a convertirse en “Pues, señor, érase una vez un pueblo español, un pueblecito cualquiera”; un cambio en apariencia intrascendente que, sin embargo, resume en pocas palabras la miseria generalizada de la España de principios de los cinquenta. Algún historiador atribuye la feliz invención a Bardem, quien llega a insinuar el asunto en una carta a Berlanga fechada en enero de 1952, pero en el guión escrito meses después por ambos no se materializó el cambio.

Imprime la leyenda

Imprime la leyendaLa ingeniosa promoción de la película ha dado pábulo a numerosas leyendas que se han magnificado con los años. Como socarrona estrategia de publicidad de la película en el Festival de Cannes, se imprimieron unos dólares falsos con la efigie de los principales protagonistas. La broma le costó cara a Berlanga y al resto de la delegación, que acabaron con sus huesos en la gendarmería acusados de falsificación de moneda.

Una bonita historia, demasiado bonita para ser del todo cierta. El caso de los dólares berlanguianos no fue recogido por ningún medio de comunicación –español, francés o norteamericano– ni aparece en la documentación del certamen. Todo parte de una entrevista que concedió el director en el Festival de Sitges en 1972, en la que exageró y falseó, como acostumbraba siempre que le venía en gana, sus recuerdos. Un vistazo a los dólares de propaganda con los rostros de Morán e Isbert dibujados magistralmente por Jano basta para pensar que la divertida gamberrada no pasó a mayores.

También parece haberse exagerado la colocación en la Gran Vía madrileña –según otras versiones, en Puerta de Hierro– de gigantescos carteles anunciando la película, que coincidieron con la llegada del nuevo embajador de Estados Unidos a España, James Clement Dunn. Las versiones del presunto incidente que enfureció al diplomático varían en función de los recuerdos de los protagonistas: desde un profundo malestar de las autoridades norteamericanas durante las ceremonias protocolarias a denuncias en la Dirección General de Seguridad Social. De nuevo, es imposible encontrar mención alguna al polémico asunto en los expedientes administrativos del filme. También parece muy discutible que la película se hubiera enviado a Cannes de haber existido un riesgo real de perjudicar las incipientes relaciones entre España y estados Unidos.

Mucho se ha hablado del plano de la banderita norteamericana flotando en un charco que enfureció a Edward G. Robinson en aquel Cannes de 1953. Se da por sentado que, henchido de patriotismo, llegó a elevar su malestar a nivel de embajada, pero la realidad es bastante más prosaica. Sí protestó, pero ante el delegado general del Festival, Robert Favre Le Bret, que solicitó a los productores españoles que retiraran esos ocho segundos tan conflictivos. La delegación española en Cannes, que se olía las posibilidades reales de premio, no tuvo ningún inconveniente en eliminar el plano e incluso ir más allá, cortando el negativo que posteriormente se envió a Francia para la distribución internacional.

Como consecuencia de todo este embrollo, las copias distribuidas en España carecieron del polémico plano hasta 1989. Para colmo, se han visto durante años con dos rollos intercambiados por misteriosas razones, sin que ni siquiera los afectados se dieran cuenta. “Yo pensaba que lo más jodido de mi vida había sido la censura de Franco. ¡Pues no! Lo más jodido es la pérdida de memoria”. Y es que Berlanga fue genio y figura hasta en sus olvidos, ya fueran accidentales o interesados.

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