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'Los hombres libres de Jones', la maldición de hacer historia

Francesc Miró

La historia de Newton Knight es la de muchos hombres y mujeres que tuvieron que empuñar un arma por pura fatiga. Un jovencito DiCaprio nos lo recordaba hace ya casi veinte años: “Cuando no tienes nada, tampoco tienes nada que perder”, y muchos de los que se dejaron los huesos en la Guerra de Secesión no tenían más que agujeros en el cinturón.

La particularidad, en este caso, es justo esa: Los hombres libres de Jones no es otra película sobre la guerra civil americana, sino la historia de una revuelta campesina motivada por la pobreza. Justo cuando la consabida contienda se encontraba en su más encarnizada etapa, muchos agricultores y lugareños del Condado de Jones, en Misisispi, se levantaron contra el ejército por el que se suponía que tenían que luchar. Hombres que no pasaron a la historia, pero que decidieron que no serían pasto de cañonazos para beneficiar a terratenientes ricos que sí tenían mucho que perder si se abolía la esclavitud. Podían, de hecho, perder la vida.

¿Por qué? Pues resulta que la Confederación había aprobado una ley que eximía del reclutamiento a ricos si proporcionaban esclavos a las filas, mientras que obligaba a alistarse a quienes no poseían ninguno. En estados como el de Misisipi, muchos supieron ver que se trataba de una guerra de pudientes, en la que la sangre la ponía la gente que no tenía qué llevarse a la boca.

La cuerda de la paciencia se rompió y Newton Knight, al que da vida un entregado Matthew McConaughey, encabezó un levantamiento en el que desertores de la armada y esclavos fugitivos unían fuerzas contra el ejército al que debían haber servido, estallando uno de los episodios más controvertidos del conflicto.

El Robin Hood de Misisipi

Aquel suceso pudo haber quedado como tanto otros: un caso aislado dentro de una lectura histórica más cómoda basada en sudistas esclavistas contra unionistas abolicionistas. Sin embargo, el revuelo llegó a mayores debido a una conjunción de factores que llevaría al llevó al Condado de Jones a independizarse, creando el Estado Libre de Jones y marcando la historia de Norteamerica para siempre.

Es lo que pasa cuando se juntan el hambre y las ganas de comer. La guerra había enviado a muchos hombres lejos de sus hogares, dejando sin sus principales sustentos a miles de familias. Hogares a los que, además, el ejército confiscaba grano, leche, textil y hasta muebles para apoyar a sus tropas. 

Los hombres que siguieron a Newton Knight a su particular protesta armada, también estaban motivados, pues, por un movimiento antifiscal en contra del abuso de las autoridades. Pura lucha de clases contra los intereses y las políticas de la élite esclavista. Los hombres libres de Jones contribuye pues, a forjar esa leyenda de una especie de Robin Hood entre campos de algodón y pantanos del Misisipi.

No obstante, el film de Gary Ross va más allá de los hechos hasta ahora narrados y parece preguntarse: ¿Qué es de los héroes cuando ya han hecho historia? Lo cierto es que la pregunta tiene su miga y, en este caso, descubre a una figura fascinante superados casi tres tercios del film. Knight no fue solo el hombre que puso en jaque al ejército secesionista.

Dedicó su vida a luchar por los derechos del pueblo afromamericano, algo que argumentalmente vehicula el personaje de Mahershala Ali, el inolvidable Remy Danton de la serie House of Cards. Luchó contra el concepto legal del “aprendiz”, que permitía esclavizar a muchos niños de ascendencia esclava, capitaneó una milicia estatal que protegía el derecho a voto de los libertos y cedió la propiedad de sus tierras a su pareja Rachel (Gugu Mbatha-Raw), conviertiéndola en una de las primeras mujeres afroamericanas terratenientes de Estados Unidos. Casi nada.

Entre el drama bélico y el documental histórico

El principal problema de Los hombres libres de Jones, en cierto modo, es eso mismo: abarca demasiado. Asume el reto de contar esta historia desde una posición arriesgada, adoptando las formas de una docuficción realista sin por ello renunciar al espectáculo ni a la emoción. Y eso la deja a medio camino entre el ejercicio de memoria didáctico y el cine bélico de corte hollywoodiense.

Se suma a sus dificultades el hecho de que en determinado momento el conflicto dramático entra en un bucle repetitivo del que le es difícil escapar. La tragedia asoma con tanta constancia e insistencia que es fácil desconectar del desarrollo emocional de sus protagonistas.

Sin embargo, se tiene la sensación de que pesa más su discurso que las formas del mismo. Estamos ante una película cuyo “basado en hechos reales” no se queda en lo básico y más propiamente cinematográfico: la historia de campesinos rebelándose contra la injusticia. Va un poco más allá y decide plantear la alargada sombra de cambiar la historia, investigar en qué te conviertes cuando has protagonizado algo que ha cambiado la vida de muchas personas. A veces, se asume el heroicisimo. Pero a veces, es el héroe el que tiene que asumir que no fue más que un hombre con un fusil en la mano.  Un campesino que no tenía nada que perder.

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