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Ni coche, ni tele, ni casa: la cultura del millennial

Broad City, mileuristas o lo que surja

Lucía Lijtmaer

La generación más escurridiza de los últimos tiempos cambia los hábitos que conocemos. Ni televisión, ni casa, ni tendencias de consumo definidas: los patrones que funcionaban como etiquetas de reconocimiento resultan cada vez menos identificables y sus datos se atomizan –y por tanto, se escabullen de la definición más básica–. ¿Qué define a un millenial? La pregunta del millón que se hacen publicistas, guionistas y medios de comunicación tiene poca respuesta fácil pero sí algunas claves, y también pistas en la última cultura contemporánea.

No ven la televisión: En Estados Unidos, dónde se origina la etiqueta, el ciudadano medio consume el 71% de su parrilla audiovisual en televisión, pero en la horquilla que comprende entre 14 y 24 años esto disminuye al 46%, ya que consumen entretenimiento especialmente en teléfono, tabletas y ordenadores. En España las cifras son similares, y según el Observatorio del Ocio y el Entretenimiento Digital rondan el 44%.Toda una generación avanza hacia el rechazo completo a la televisión, lo cual deja a los creadores audiovisuales tirándose de los pelos en busca de una audiencia cada vez más atomizada.

Productos españoles televisivos como El Ministerio del Tiempo obtienen al menos un tercio de la audiencia directamente de internet y proporcionan a sus espectadores los ganchos necesarios para un seguimiento en red constante. Por otra parte, estrenos televisivos como Scream, dónde el asesino puede ver si sus víctimas están en línea en Whatsapp o anunciar las muertes a través de listas de difusión masiva buscan replicar algunos de los nuevos miedos de las redes sociales a través de sus tramas.

No invierten en nada (o como mucho, en una habitación)

Criados en la crisis económica más devastadora de los últimos cien años, no resulta sorprendente que los jóvenes europeos no compren ni inviertan a la par que generaciones anteriores a su edad. No es novedad que los planes de pensiones o las hipotecas estén fuera del escenario natural, pero sí comienzan a verse sus consecuencias. Si hace cinco años se gestaban movimientos urbanos como V de Vivienda que serían caldos de cultivo para la acción política futura, el aprovechamiento o reaprovechamiento del espacio se convierte ahora en una alternativa.

Proyectos de arquitectura social como “Home back Home” de Enorme Studio tratan, por ejemplo, de poner perspectiva sobre algunas de las nuevas realidades españolas: en un país donde el 54% de los menores de 25 años no tienen trabajo, muchos se ven obligados a volver a casa de sus padres -o a no salir de ella- y desean hacerlo con dignidad.

No tienen coche

Lo cual es toda una novedad, especialmente en Estados Unidos, donde desde 2010, las cifras de compra de automóviles por parte de jóvenes no deja de descender. Los adultos de entre 21 y 34 años compraron el 27% de los vehículos nuevos, frente al 38% de 1985. ¿Qué significa eso para una cultura forjada en el viaje y en el vehículo como objeto central? Si el sueño americano juvenil en el siglo XX se transmitía a partir de la road movie y de la novela de exploración motorizada, el foco se desplaza completamente a partir del siglo XXI.

La prosa de la nueva generación estadounidense nos deja a un Tao Lin que en Taipéi explora la ansiedad de la multiplicidad de opciones a partir de un mundo casi hikikomori, o una Sheila Heti que se autoanaliza en una revisión del Candido de Voltaire para saber Cómo ser una persona. Nadie se mueve de su centro de acción -nadie se mueve de sí mismo ni siquiera como hilo temático-. Incluso si nos fijamos en la televisión que anuncia a “las voces de una nueva generación”, ¿cuántos coches salen en Girls o en Broad City?

No se casan ni tienen hijos

Los españoles se casan, de media, 11 años más tarde desde la llegada de la democracia, si es que se casan. En Estados Unidos, los hijos de los baby boomers retrasan también las bodas o directamente las descartan. Si el 35% de la llamada Generación X -nacidos durante los años setenta- se casaron entre los 18 y los 35 años, en la actualidad, la horquilla de esa edad que pasa por el altar desciende al 26%.

Los estudios indican además que los ni-nis retrasan -cuando no eliminan- la posibilidad de tener hijos. Menos de la mitad planean formar una familia (el 42%), lo cual es un descenso considerable del 78% de hace veinte años. El sexo, así, se convierte en un espacio de exploración más que de compromiso, y eso se trasluce también en la ficción.

Después de It Follows, que mostraba un mundo juvenil en el que el sexo es una cadena de terrores sin escape, el reciente estreno de Bang Gang en el festival D'A, nos muestra a una pandilla de adolescentes de un pueblo del sur de Francia, pasan de la clásica fiesta de instituto a la orgía desenfadada convocada vía móvil. Sexo y amor se disocian, y el romanticismo se aleja del final feliz clásico.

No compran lo que les aconsejan (a menos que no te conozcan)

A diferencia de sus padres -producto de una economía boyante y cuya infancia y adolescencia no transcurrió bajo el paraguas de Internet-, la mitad de los adultos jóvenes afirman preferir recomendaciones de extraños en lo que a consumo se refiere. El contenido generado por el usuario afecta directamente a su acceso a la información y al uso y disfrute de la cultura. Un 84% presta atención directa a aquellas plataformas en las que se valora ese contenido, y la mitad de los jóvenes en España lo utilizan como fuente de información.

Así, aparecen nuevas perlas de ironía en el consumo y la importancia del usuario: las cuentas que, echando mano de buenas dosis de humor, venden coca-cola de “la mejor cosecha” a treinta euros el litro. Eso sí, avalados por más de setenta comentarios. Un acto warholiano de esta nueva era.

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