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Las fotografías españolas de un joven Meyerowitz se exponen en Valencia

Una de las instantáneas de Joel Meyerowitz

Majo Siscar

Valencia —

Unos guantes de podador olvidados en uno de los naranjos del patio del museo Bombas Agens llaman su atención. El hombre calvo y esbelto, que baila tras la cámara para buscar el mejor ángulo, es Joel Meyerowitz, el pionero de la fotografía callejera de Nueva York. El continuador de fotógrafos míticos como Henri Cartier-Bresson y Robert Frank, el que se atrevió a documentar en color cuando todavía se despreciaba entre los fotógrafos de prestigio.

Meyerowitz acaba de cumplir los 80 años pero sigue tan apasionado por la imagen como cuando empezó, hace 65 años. “Tú no tomas una fotografía, tú creas una relación, tienes que ver lo invisible.  Es decir, ves algo que te llama la atención y que está ahí, y lo pones en relación con su entorno, en el espacio que te ofrece la cámara. Se trata de conseguir que ellos mismos se describan claramente y así estableces una manera de estar en el mundo”, explica a Eldiario.es al ser interceptado junto al naranjo.

En sus imágenes todo encaja asombrosamente. En el imaginario de cualquier amante de la fotografía está aquella icónica imagen de la vendedora de boletos cuya cara está cubierta por la mirilla que sirve para comunicarse, tomada por Meyerowitz en 1963, cuando apenas le acababan de regalar una cámara. Joel Meyerowitz era diseñador en una agencia de publicidad en Nueva York y pintaba en sus ratos libre cuando conoció la obra de Robert Frank y entendió que eso era “pintura en acción”. Entonces supo que él quería ser fotógrafo. Su jefe le regaló una Pentax, y él le puso un rollo en color. En aquel momento el color todavía no estaba bien en la fotografía artística, pero como dice ahora en “él no tenía ni idea de fotografía”. Fue aprendiendo junto a sus amigos, Garry Winogrand y Tod Papageorge, hasta que en 1966 se tomó un año sabático para venir a Europa. A finales del año llegó a Málaga, y se quedó seis meses conviviendo con una familia gitana que se dedicaba al flamenco. Le fascinó porque “estaba tan distanciada de la cultura española tradicional como un negro en el sur de EEUU”.

En aquel entonces tenía apenas 28 años y “era un jovencito americano experimentando que era una dictadura y a la vez desarrollando mi mirada artística en la calle. Vivía en un pueblo muy pequeño, fuera de mi entorno neoyorkino de fotógrafos, solo, haciendo fotos que ni siquiera pude ver durante seis meses porque no las podía revelar. Me sentía en caída libre, ese momento en qué miras alrededor pero que en realidad te estás buscando a ti mismo”, narra en la rueda de prensa en Valencia para presentar su obra.

Aquel joven Meyerowitz tiró en Málaga 300 rollos en color y blanco y negro, más de 8 mil fotografías. La exposición Hacia la luz, comisionada por Nuria Enguita, reconstruye la vida cotidiana de un país en dictadura que lucha por despertar. Va desde la omnipresencia militar en las calles a través del Ejército y la Guardia Civil, a las periferias gitana de una región en desarrollo turístico, pasando por escenas cotidianas en el bar, en la carretera o en las fiestas.

“Estas fotografías son piedras preciosas, cada una representa una serie mucho más amplia”, dice el autor quién, además, no guardaba impresiones de las fotos en color de ese viaje. Su etapa en Europa fue decisiva para distanciarle de la influencia de Cartier-Bresson y de Frank y dotarlo de una capacidad tremenda para mostrar los contrastes y simultaneïdades de la vida en la calle.

De hecho, al contemplar las instantáneas 52 años después, se reconoce en ellas y ve una línea de continuidad con su trabajo posterior. “Ver estas fotos es una inspiración para llegar a algo más, para devenir algo diferente. Puedo ver ese joven, muy diferente de mi ahora, pero veo sus fotos,... mis fotos, y pienso que ya habla de quién soy ahora. Y eso es el mérito de la fotografía”, confiesa con un tono suave y afable, casi tierno.

Su posición en la cámara no es la de un cazador de instantes, si no la de un observador que pasea y responde a un impulso sensorial que va más allá de la vista. “La fotografía es una experiencia personal, es una introspección hacia quién eres en ese momento, un proceso de autoconocimiento. En la pintura por ejemplo, generas un estilo al pintar, pero esto no va de estilos, va de cómo describes tú el mundo a través de una máquina. Hay una unión entre yo y la cámara”, relata y continúa desmarcándose de uno de los males contemporáneos: “Hay un montón de fotógrafos que solo piensan en construir un portafolio, en crear objetos de consumo para galerías, museos,... son mercaderes. Hacen cosas para venderlas. Yo nunca lo hice para vender porque ni siquiera había un mercado para la fotografía, entonces pude ser libre”.

Sin embargo al final ha encerrado su fotografía en museos como el MoMa de Nueva York, el Instituto de Arte de Chicago, o ahora el Centro Bombas Gens de Valencia. “Ahora el mundo ha aceptado la fotografía como un arte serio y este espacio en concreto es increíblemente bonito para vivir el arte. Estoy contentísimo de ver mis piezas en un espacio público con tanta sencillez, claridad y su generosidad”, concluye.

Hacia la luz, de Joel Meyerowitz, estará hasta el 20 de enero del año que viene en el Centro de Arte Bombas Gens, de la Fundación Per Amor a l'Art que abre al acceso gratuito lo mejor del arte contemporáneo en Valencia.

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