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Los fake-votos

Xavier Latorre

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Algunos votantes han acudido al matadero electoral intoxicados por sus cinco minutos de móvil matutinos, bien cargados como el café, de fake news, de campañas de distracción masiva interesada y más tarde retuiteadas, en plan pardillo, amplificadas y rebotadas verbalmente en la barra el bar o en la panadería de la esquina. ¡Lo que habremos oído estos meses!

“Eso de las clases de costura y de la violencia machista Vox no lo dice”, interpela a sus vecinos una incondicional que les ha votado y que niega las evidencias vertidas por los telediarios. La señora se ha inventado un partido a imagen y semejanza de su cabreo, y lo ha bautizado igual que el puñado de amigos aristócratas de la cuadra de Abascal. “Me queréis liar”, advierte ofendida.

Hay algunos emprendedores con potra que han logrado pergeñar apps de éxito por medio de una rentable idea puesta en circulación por la red. Grandes compañías luego se han enriquecido con esas ocurrencias sencillas, de cajón, propuestas por dos avispados estudiantes de computación. Ahora, con las mentiras como arma arrojadiza de guerra, se están forrando ideológicamente los poderosos sin escrúpulos que hurgan en nuestras conciencias hasta hacernos ver que subirles los impuestos a los más ricos es una calamidad. Y lo asumen resignadamente algunos ilusos creyentes que tienen, vaya paradoja, unos trabajos abusivos, precarios y esporádicos, y que maldicen a todas horas a las huestes de izquierda. Aquí, el tripartito que gobierna ahora la Generalitat se las ve y se las desea para revertir una negocio redondo como las ITV al sector público, un follón de cuidado, cuando, seguramente, al expresidente Zaplana le costó solo un par de días ponerlas en mano de sus amiguetes predilectos durante varias décadas. Y lo mismo con los hospitales privados de gestión pública, ¡todo un invento valenciano! Muchos incautos trabajadores de a pie, hostigados por las fake news, han sucumbido inocentemente a las peroratas de unos fabricantes de bulos interesados. Lo que dicta la prensa más adicta a la derecha, mucha de Madrid, va a misa para muchos de sus fieles que, de milagro, llegan a final de mes.

Esas falsedades, machaconamente vertidas en todos los dispositivos electrónicos, han conseguido que el 10-N se haya votado masivamente a unos mariachis estirados, a unos nostálgicos del franquismo, que han intentado lavar su imagen de machistas anacrónicos con el dinero de algún banco o con infames secretos comprados al por mayor a algún Villarejo descontrolado. Muchos de esos votos no deberían computar, porque están impregnados de razonamientos descabellados y de tramposos sentimientos de odio. Esos hermanos mayores despiadados abusan de una población desarmada intelectualmente, que se deja aleccionar por unos señores que prescriben medicinas caducadas y contraproducentes a una sociedad bastante enferma, convaleciente todavía de los excesos económicos de unos insaciables “mercados”.

En Madrid han sacado unos espectaculares resultados agitando un trapo bicolor y en Murcia, tierra de invernaderos, de jornaleros ecuatorianos y de pastores de raza negra, Vox ha salido victorioso. Ellos, que venden melocotones y vino de Jumilla por toda Europa, votan enérgicamente por el único partido que se declara contrario a la UE y a la inmigración. ¡Viva la coherencia! Todos somos víctimas de una curiosidad malsana por esos bulos convenientemente disfrazados y maquillados.

En las próximas elecciones, amañadas por un hacker ruso reclutado por un mafioso local, van a ganar las fake news por goleada. El fenómeno es generalizado: en Bolivia, unos lamentables comicios, unas maniobras de intoxicación de la opinión pública, un notorio afán por su litio, sus reservas de agua dulce y sus ingentes bolsas de gas han puesto al país patas arriba: hay burdos fotomontajes y videos virales indecentes que se traga mucha gente. Cada vez vamos a ser más los que sucumbiremos a las mentiras de esos charlatanes cibernéticos. Como la cosa siga así “ellos” van a votar por ti a control remoto, que lo sepas. A este paso no nos salvará ni la máquina de la verdad portátil que íbamos a pedirnos para Reyes.

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