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Refugiados saharauis desde los campamentos inundados: “Mi casa está destrozada y dormimos hacinados”

Las lluvias torrenciales en los campos saharauis dejan sin hogar a 25.000 personas

Gabriela Sánchez

Parecen acostumbrados al dolor. “Hay gente que ha perdido todo lo acumulado durante 40 años, pero están bien. Estamos bien”, dice Omar Ahmed, tras haber perdido su vivienda debido a las fuertes lluvias que azotan durante estos días a los campamentos de refugiados saharahuis. Las casas que la ocupación marroquí del Sáhara Occidental les empujó a levantar en medio de la nada, sus escasos alimentos, las habitaciones donde pasaban horas y horas frente a una taza de té, la escuela, esa esperada nevera vieja que un día trajo la ayuda internacional. Habituados a volver a empezar, sus palabras no transmiten lamento.

“Somos gente del desierto, acostumbrados a vivir con muy poco. Mientras no haya daños humanos, lo material no le duele tanto al saharaui”. Omar Ahmed, director de la única escuela de cine de los campamentos, vive en la wilaya del 27 de febrero. No es una de las más afectadas, pero su vivienda ha quedado arrasada por las corrientes de agua generadas en la zona baja del campo. Es uno de los 25.000 refugiados que han perdido sus hogares y se han quedado sin los escasos alimentos con los que contaban, según los datos recopilados por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

“Nuestra vivienda está en una cuenca seca. Cuando se reunió el agua, se ha llevado las casas de un montón de familias. Entre ellas la nuestra”, cuenta a eldiario.es desde el desierto argelino. “Lo poco que ha quedado es un 'conterner' -estructura metalizada que suele emplearse en acción humanitaria- que antes usábamos de almacén, ahora dormimos ahí”, dice el saharui.

“La verdad que estamos un poco hacinados: somos ocho personas en mi familia, y viven con nosotros dos vecinos con sus hijos que han perdido su casa... Pero estamos protegidos de la lluvia y del frío, somos afortunados. Otros no tienen nada”, añade Omar.

Su voz se oye entrecortada al otro lado del teléfono; el fuerte viento interrumpe su testimonio. “Ahora mismo llueve un poco, pero parece que el domingo va a caer fuerte otra vez. Muchas familias vecinas se han trasladado a lo alto de la colina con pequeñas jaimas -tiendas- o con cualquier material con el que refugiarse, por miedo a que el agua vuelve a acumularse”.

Los refugiados de los campamentos se están ayudando los unos a los otros: quienes han perdido todo acuden a las casas de los que han sido afortunados, duermen en un hueco en la jaima de sus vecinos o reciben agradecidos melfas -telas que visten las mujeres saharauis- o chapas para intentar formar algún tipo de refugio provisional.

Las casas que aún continúan en pie después de las tormentas tampoco son seguras. Como están construidas de adobe, las viviendas suelen desvanecerse cuando el barro se seca. “La cocina y una de las habitaciones se han caído. Estamos esperando a ver qué pasa con el resto estos días”, explica Lail Baba, vecina de Omar.

La joven, de 24 años, intenta dormir junto a su familia en una jaima situada en la parte baja del campamento, aquella zona mencionada por Omar, donde la acumulación de agua puede volver a arrasar las viviendas. Pero nota que el agua entra, y no es fácil pegar ojo.

“Si el agua viene fuerte, estar aquí es arriesgado”

“Es peligroso. La primera noche que la montamos pensábamos que era seguro, pero ahora vemos que el agua entra también. Al menos tenemos la seguridad de que no se nos va a caer una pared encima de nuestras cabezas”, dice con tranquilidad y en un perfecto español. “Una vecina estaba en su casa y, justo después de salir de casa, se derrumbó detrás de ella”.

“Si estamos en la jaima eso no puede pasarnos, pero si el agua viene fuerte es arriesgado”, apunta la joven saharaui. “Nos gustaría subir a la montaña pero todavía no hemos tenido tiempo de conseguir un coche para poder llevar lo que nos queda”, explica. Lail cuenta que, además, “casi todo lo que tenía en la nevera” se ha estropeado. “Hamos podido salvar las latas y algún paquete de arroz. Tampoco podemos ir a comprar a las tiendas porque se han derrumbado... Tenemos comida para dos días”.

Falta de ayuda internacional

El responsable de Acnur Oriente Medio y Norte de África ha solicitado ayuda internacional de emergencia a la comunidad internacional para asistir a los afectados, y recordó que la situación es desesperada porque en los últimos tres años sólo se ha obtenido el 20% de lo solicitado por la ONU para asistir los campos del Tinduf (Argelia).

Desde el Frente Polisario, denuncian que el Minisnterio de Exteriores español no ha respondido su petición de ayuda de emergencia para paliar los daños causados por las lluvias torrenciales. España sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental según la ONU. A pesar de haber cedido los territorios saharauis a Marruecos y Mauritania hace 40 años a través de los Acuerdos Tripartitos de Madrid, el pacto nunca ha sido reconocido por las Naciones Unidas.

Ahora han perdido aquellas casas que los refugiados saharauis exiliados en Argelia construyeron hace ya 40 años de forma temporal. A la espera de que algo ocurriese, del final del conflicto y de poder regresar a su país. Por eso la mayoría de sus casas no son de cemento, sino de adobe. Por eso sus vivendas se han derrumbado con más facilidad. Porque no están ahí para quedarse.

Dajla, el más afectado

Los mayores daños materiales han tenido lugar en el campamento de Dajla, el más alejado de todos. A pesar de sus propias penurias, la mayoría de refugiados entrevistados se muestran preocupados. “Es la wilaya -distrito- más dañada. Las familias se han quedado sin nada”, dice Omar. “Dajla casi ha vuelto 40 años atrás, un desastre”, añade Mohamed desde el campo de Smara.

Hace unos meses, Chibla enseñaba orgullosa a eldiario.es la nueva habitación que acababan de añadir a su pequeña vivienda en el campamento de refugiados de Dajla, el que todos nombran, el más afectado. Sonreía mientras mostraba las cortinas moradas que cubrían la claridad que se colaba por la ventana, mientras servía varias tazas de té a sus invitados. “¿Bonita, eh?”, decía tumbada sobre una de las alfombras que cubrían su suelo.

“Dajla está devastada”, confirma Abdullah Arabi, el delegado del Frente Polisario en Madrid. Tras las intensas lluvias, el teléfono de Chibla no da señal. Su wilaya está incomunicada. No hay los suficientes generadores, se han quedado sin electricidad, no pueden encender sus móviles. No pueden contar cómo están.

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