“No vamos a ceder ante el conservadurismo, seguiremos luchando por la igualdad”
“No vamos a ceder ante el conservadurismo, seguiremos luchando por nuestros derechos”. Con estas palabras de Mervat Tallawy, delegada de Egipto y presidenta del Consejo Nacional Egipcio para las Mujeres, que arrancó los aplausos de toda la sociedad civil que nos encontrábamos en la sede de Naciones Unidas, concluían dos semanas de reuniones, encuentros y negociaciones de la 58 edición de la Comisión sobre el Estatus de la Mujer. A pesar de la escasa repercusión que la conferencia ha tenido fuera de las paredes de las salas de reuniones, las mujeres se jugaban mucho, tanto como el avance de sus propios derechos. Sin embargo, el resultado final nos ha dejado un sabor agridulce.
Este año 2014 se dedicó a analizar los avances que se han producido en materia de igualdad desde el año 2000 en el que se lanzaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio y que expiran en 2015. Y desgraciadamente, a pesar de ciertos avances, la noticia sigue siendo lo que no se ha conseguido; y lo peor de todo es la falta de unanimidad de los países para dar un paso adelante y hacer realidad los derechos de más de la mitad de la población del planeta.
Y es que en pleno siglo XXI los derechos de las mujeres siguen siendo un tema conflictivo, una línea roja, la moneda de cambio de las negociaciones entre los estados para aprobar cualquier documento que les comprometa. Los estados están perdiendo la oportunidad de transformar las condiciones que generan la desigualdad, discriminación y marginalización de millones de mujeres en el mundo.
A pesar del acuerdo logrado en el 2000, cuando 189 países firmaron la Declaración del Milenio y se comprometieron a “Promover la Igualdad entre los sexos y el empoderamiento de la mujer”, ahora resulta inaceptable que se pretenda retroceder en acuerdos y compromisos asumidos en Naciones Unidas.
Durante estas dos semanas de conferencia, los derechos humanos de las mujeres han sido cuestionados por algunos gobiernos con posturas conservadoras que han impedido la negociación del documento y han puesto todos los obstáculos posibles para el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos o de diversas formas de violencia contra las mujeres, entre otros temas. Incluso, algunos delegados -y nótese aquí el género masculino- han llegado a proponer sustituir la referencia a “mujeres” por la de “esposas”.
En vista de estas posturas, lograr un acuerdo en la declaración final era misión imposible, por lo que se encomendó a la mesa una propuesta que pudiera conseguir un consenso. ¿El resultado? Una declaración “light” en la sólo se considera un modelo de familia, y de la que se ha borrado cualquier rastro de derechos sexuales, orientación sexual o identidad de género.
A pesar de ello hay dos cosas buenas a las que agarrarse: No se han incluido clausulas respecto a la posibilidad de que los países aludan a su “soberanía nacional” para no cumplir con sus compromisos. Y la segunda, es la preocupación que han mostrado muchos estados por la falta de avances en el reconocimiento de derechos. Aunque pueda parecer mentira – por la postura del gobierno español respecto a ciertos derechos de las mujeres en nuestro país- España se ha dejado llevar por la posición mayoritaria europea que ha mostrado su rechazo a negociar retrocesos en los derechos de las mujeres.
Ante este panorama habrá que hacer nuestras las palabras de Tallawy, redoblar esfuerzos, continuar trabajando y no permitir ni un paso atrás en los derechos de las mujeres.