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ENTREVISTA | Giampaolo Musumeci

“Mientras Europa no quiera inmigrantes, habrá traficantes: es la ley de la oferta y la demanda”

Giampaolo Musumeci, autor de 'Confesiones de un traficante de personas'.

Gabriela Sánchez

“Siguen mi viaje. Cada cierto tiempo, tengo que comunicar las coordenadas”, detalla Alexander acerca de su primera experiencia como conductor de una patera, su estreno como “traficante de personas”. “Si no cargas a 31, tendrás problemas”, le dijo una voz al otro lado del teléfono. Todo estaba oscuro cuando el bote alcanzó una zona rocosa. No sabía los pasos a seguir, desconocía cuál era el plan específico, hasta que empezaron a subir: eran 31 jóvenes, afganos e iraquíes. Tenían entre 16 y 25 años.

“Los inmigrantes rezan durante la travesía. Yo soy su única esperanza. Podría haberlos abandonado a su suerte, pero no soporto la idea de hacer correr un riesgo tan grande a personas indefensas, sería un crimen. ¿Lo es también el tráfico de personas? Yo creo que Moisés fue el primera guía de migrantes de la historia. Yo soy como él: yo soy Moisés”, defendía su trabajo como contrabandista en un testimonio recogido en el libro 'Confesiones de un traficante de personas', del periodista Giampaolo Musumeci y el criminólogo Andrea Di Nicola.

Cuando preguntan a Alexander por el nombre de su jefe, del traficante que controlaba sus pasos durante la travesía, asegura desconocerlo: jamás habló con él, no conoce su identidad. El croata Josip Loncaric fue uno de esos “organizadores”, el “traficante número uno” durante los años 90. Su negocio en la penumbra permitió que llegasen de forma irregular a Italia cerca de 35 .000 inmigrantes al año, la mayoría chinos, bangladesíes y filipinos. Entre su expediente se encuentran numerosos abusos, secuestros y extorsiones, recoge. Su beneficio alcanzaba los 20 millones de euros, según la investigación.

El entonces fiscal antimafia de Trieste fue el primero en investigar el tráfico de personas a través de los parámetros de la lucha antimafia. Y así encontró a Josip Loncaric. El histórico traficante de la década de los 90 fue condenado a seis años de prisión por asociación delictiva para favorecer la inmigración irregular, por secuestro y extorsión, pero nunca cumplió su condena. “Para Italia siempre será un fugitivo”, concluye el capítulo dedicado al criminal convertido en “mito” para muchos traficantes en la actualidad, relata Musumeci.

El conductor encarcelado, Alexander, y el líder inalcanzable, Josip Loncaric, representan dos de las diferentes caras escondidas bajo las palabras “mafias de la inmigración irregular”, tan mencionadas por las autoridades europeas pero sobre las que tan poco detallan. Esa niebla que rodea a las personas que están detrás del tráfico de personas, esa falta de descripción de los matices ligados a los diferentes escalones de las redes delictivas, empujó a Musumeci y a Di Nicola a iniciar una investigación que ha cristalizado en el libro 'Confesiones de un traficante de personas', publicado en español a principios de año.

Durante diez años, Musumeci trabajó para distintos medios de comunicación en las rutas migratorias hacia la Unión Europea. Cuando entrevistaba a quienes las recorrían y preguntaba sobre los traficantes, el periodista recibía una respuesta “abstracta”. “Quizá te decían un nombre, que en realidad no era el del verdadero traficante, sino el del último eslabón, pero no sabían para quien trabajaban”, añade el reportero italiano durante su visita a Madrid. Tampoco las autoridades profundizaban en ellos.

“Intentamos explorar ese territorio oscuro, arrojando luz sobre un área de sombra: ¿por qué el gran traficante no es iluminado?”, se pregunta el periodista italiano en una entrevista con eldiario.es. Entonces, los autores se chocaron con lo que Musumeci denomina “el triunfo del claroscuro”. “En el libro se describe una actividad delictiva donde no todo es blanco o negro. Es gris. Todos los traficantes tratan de decirte que son buenos, que no lastiman a nadie, que tratan bien a los migrantes, y no es cierto. Pero hay una realidad ineludible: para los migrantes muchas veces son su única salvación”, considera el autor.

Si las fronteras están cerradas y necesitan migrar para sobrevivir, solo queda una opción: “El refugiado sirio que logra llegar a Europa está vivo gracias a un traficante. Estaba en Homs bajo las bombas y ahora él, su esposa y sus tres hijos viven en Alemania. ¿Gracias a quién? Al traficante”, afirma. “De vez en cuando un barco se hunde y algunos clientes mueren. Entonces, tal vez ya no sea tan bueno, pero luego el hermano de un refugiado llega vivo, así que vuelve a ser un sistema positivo para él. Todo esto explica la existencia de una línea discontinua a la hora de describir la actividad del traficante”.

A través del acceso a sumarios italianos sobre tráfico de personas, los autores fueron identificando a algunas de las personas que se lucran de la demanda de rutas clandestinas ante el cierre de las fronteras europeas. De las grandes y de las pequeñas. Y se sentaron a tomar cafés con ellas. “Fue un gran descubrimiento. Antes de ir, podría pensar que el traficante era como el criminal de las películas. Me los imaginaba como Ernst Stavro Blofeld, el villano de James Bond. Vestido de negro con el gato, observando los monitores. En vez de eso, son gente muy sociable y agradable. Porque, para el trabajo que realizan, deben tener buenas relaciones sociales. Para que su negocio funcione, deben tener capacidad para hablar entre unas redes y otras, los libios, los tunecinos, los turcos, los egipcios...”, detalla.

Destaca también la doble vida que suele marcar sus vidas. El irregular y el oficial. “Encontré algunos con una tienda en un bazar, una flota de barcos de pesca, armadores... Siempre tienen un doble trabajo, por lo que deben estar acostumbrados a tratar con muchas personas, con inmigrantes y con la policía”.

Más allá del conductor de una patera

Otro de los tópicos que, dice, suele primar en el imaginario existente sobre traficantes de personas consiste en centrarse en el conductor de la patera. “Muchas veces cuando las autoridades hablan de traficantes detenidos se refieren al que maneja el barco, el que hace el pequeño trabajo sucio”, sostiene el reportero, quien recuerda que en ocasiones el capitán de la embarcación no es un traficante, sino una de las personas que trata de llegar a Europa.

Algunos conductores, matiza, sí forman parte de la estructura criminal, sí obtienen dinero a cambio, pero conforman el último eslabón de la cadena: “Ellos no cuentan para nada. El gran jefe es el que se refugia en la retaguardia, y es poco probable que la policía lo atrape: normalmente la policía se lleva a ese perdedor. El perdedor entra en la cárcel”.

“Los verdaderos traficantes de personas son muy inteligentes, muy racionales. Estudian el comportamiento de los gobiernos, estudian las leyes y sus puntos débiles”. Sus tareas son múltiples, pero en la sombra. “Las fronteras a veces no son solo físicas, son también legales. El buen traficante las rompe todas y controla todo el proceso: organiza colaboradores, el sistema de envío de dinero, los factores de producción... Son como grandes start-ups criminales”, asevera el escritor.

Lo compara con las redes de narcotráfico. Para Musumeci, el negocio del tráfico de personas resulta “más rentable” que la venta de drogas. “Para ellos, la 'mercancía humana' vale menos que la droga pero, al mismo tiempo, paga mucho dinero”, sentencia el periodista en base a su investigación.

“Se tiene más cuidado en el traslado de droga que de inmigrantes: ¿qué pasa si desaparece la cocaína? Es un gran problema. Pero la muerte de las personas traficadas no suele provocar grandes perjuicios a los traficantes: pagan su viaje con antelación”, concluye de forma tajante. “El Mediterráneo hace facturar mucho más por el contrabando de migrantes que el tráfico de cocaína”.

“Si Europa no crea vías legales, ahí están los traficantes”

¿Por qué es tan complicado atrapar a quienes protagonizan este negocio criminal? Musumeci apunta a varias direcciones. Por un lado, el propio entramado de las redes de tráfico, muy ramificadas por distintos países, algunas basadas en Estados con escasa capacidad de cooperación con la justicia, y con un sistema de envío de dinero que no deja rastro. Por otro, el autor confiesa una opinión personal: “No hay voluntad política para invertir en atraparlos. El tema de la inmigración en Europa está muy caliente y a muchos gobiernos les conviene mantenerlo abierto para ganar votos con un discurso de invasión y emergencia”.

Basa su reflexión en una “certeza”: el peor golpe para el tráfico de personas es la apertura de vías legales y seguras de acceso a Europa. “Estamos en un momento en el que Europa se lleva los barcos de las ONG, Italia retira la misión militar Mare Nostrum, tratan de cerrar las rutas, etcétera. ¿Quién está trabajando? Los traficantes”, explica. “Si Europa no crea corredores humanitarios, los traficantes lo hacen. Los traficantes son la respuesta criminal a las necesidades de los migrantes, cuando no existe una respuesta institucional por parte de los Estados y de la comunidad internacional”, continúa el autor.

“Mientras los inmigrantes quieran irse y Europa no los quiera, siempre habrá traficantes. No es una opinión: es el mercado, la ley de oferta y demanda”, zanja el italiano.

En un café próximo a la plaza de Tharir, Musumeci se reunió con 'El Douly', un tipo “amable, de conversación fluida y broma fácil”. También traficante de personas, uno de los casos que más impactó al periodista. Si Douly se dedica a este negocio delictivo, escribe, es por un hombre “grande y gordo” llamado Admen Isimari. “Se hacía cargo de los desertores jóvenes, los sacaba de Iraq para evitar que fuesen ejecutados por Sadam. Negociaba con los militares de kuwait y luego los hacía llegar hasta Turquía”, describen las páginas del libro.

“Gracias a él descubría que las personas pueden cruzar las fronteras ilegalmente. Cuando lo conocí me quedé deslumbrado. A su lado, una idea comenzó a rondarme la cabeza...”. Douly también migró de Iraq de forma irregular, y acabó aprovechándose del sufrimiento de sus compatriotas, mientras facilita la huida clandestina de quienes no tienen otra manera de hacerlo.

En el momento de la publicación del libro, El Douly gestionaba una red egipcia que colabora con otra red libia especializada en trasladar a Sicilia de manera clandestina a emigrantes y solicitantes de asilo. Los migrantes cuentan atrocidades de su paso por Libia. Torturas, abusos, extorsión y secuestros marcan el “infierno” instigado por los traficantes de personas. Pero El Douly no le contó esto a Musumeci. Como lo hacía el 'Moisés' siberiano, él también describe su negocio clandestino con ciertos aires de heroicidad. Y ahí es donde reaparece el claroscuro.

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