Cuando los hombres asumen las tareas de cuidados nacen más bebés
Tener o no tener un hijo. La disyuntiva, más allá de suponer una de las decisiones vitales de más importancia, tiene implicaciones sociales que trascienden lo personal: envejecimiento de la población, sostener las pensiones, gestionar la dependencia de las personas mayores. Un estudio apadrinado por el Departamento Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos concluye que el factor clave para que las mujeres europeas no tengan más hijos es que la carga de trabajo que suponen los niños no se reparte equilibradamente con sus parejas. Los autores señalan que las políticas más eficaces para mejorar la natalidad son las que buscan el reparto de los cuidados, y no las que ofrecen ayudas económicas generales.
Europa atraviesa una de las mayores crisis de fertilidad de la historia. Para que un país mantuviera una población constante, su índice de fecundidad debería ser de 2,1 hijos por mujer. Sin embargo, actualmente buena parte de los países europeos están por debajo de ese nivel, algunos muy por debajo. El índice de fertilidad en Austria, Alemania, o España se ha mantenido durante años en 1,5 hijos por mujer. Por contra, países como Francia, Suecia o Noruega han conseguido tasas cercanas o incluso superiores a 2 hijos por mujer.
“Esta fertilidad extremadamente baja implica un envejecimiento acelerado de la población, una presión creciente sobre los sistemas de seguridad social y a la larga una pérdida de población”, dice el informe “Negociando sobre bebés: teoría, evidencia e implicaciones para la política”.
El estudio, que ha analizado 19 países, la mayoría europeos, explica qué consecuencias tiene para la economía los acuerdos y desacuerdos que hay entre las parejas a la hora de decidir tener hijos y qué está influyendo para que no los tengan. La conclusión es que en Europa existe una clara relación entre la baja natalidad y una elevada carga de trabajo de cuidados sobre las mujeres. El estudio demuestra que es esta carga la que está haciendo que muchas mujeres se opongan a tener varios hijos.
“Sin acuerdo, prevalece el statu quo y tienen lugar menos nacimientos”, resumen. Los autores van un paso más allá: concluyen que, en caso de desacuerdo, es más probable que una pareja acabe teniendo hijos si es la mujer la que así lo desea. Por contra, si es ella el miembro de la pareja que se opone, es más difícil que el conflicto se resuelva con un nuevo hijo.
Esta relación de fuerzas es importante para entender hasta qué punto el trabajo de cuidados está influyendo en que las parejas no tengan más hijos. En los países donde los hombres hacen menos tareas de cuidado, las mujeres están menos predispuestas a tener más niños. España está en el grupo de los países con peores tasas de natalidad y junto a estados como Japón, uno de los países ricos con peores registros en los índices de igualdad de género.
El conflicto ente las parejas crece cuando se trata de decidir si se tiene el segundo hijo. “El desacuerdo va creciendo conforme se incrementa la existencia de hijos”, señalan. En todos los países estudiados, entre las parejas con al menos dos hijos predominaban las que no estaban de acuerdo sobre si tener más, es decir, las parejas en las que uno de los miembros de la pareja lo deseaba y el otro no. “Las mujeres suelen ser más reticentes a tener otro hijo que los hombres, particularmente en los países con tasas de fertilidad muy bajas”, apunta el estudio.
El estudio calcula el tiempo medio que padres y madres dedican a tareas como vestir a los niños, acostarles, estar en casa cuando se ponen enfermos, jugar con ellos o participar en actividades de entretenimiento, ayudarles con los deberes y llevarles y recogerles del colegio o la guarderia. Los países con las tasas de fertilidad más altas (Bélgica, Francia y Noruega) tienen también la participación más alta de hombres en estos trabajos.
Políticas para favorecer la natalidad
Estos niveles de natalidad tan bajos son sorprendentes, afirman los autores, teniendo en cuenta la cantidad de medidas que se aprueban para tratar de favorecerla. Salvo algunos casos, como Bélgica, Francia o los países nórdicos, estas políticas sí tienen el efecto deseado, mientras que en otros lugares apenas han contribuido a reflotar los índices de fertilidad.
El estudio subraya que esto sucede porque no se trata solo del coste total que conlleva un hijo, sino de cómo se reparten las cargas. “Por eso, el índice de fertilidad se mantiene bajo incluso aunque se subsidien los hijos”, dicen. A pesar de esos subsidios o ayudas globales, si las mujeres siguen haciendo la mayor parte del trabajo de cuidados seguirán estando menos predispuestas a tener más niños. En los países con la natalidad más alta el reparto de los cuidados es más equilibrado y no hay desacuerdos tan grandes entre las parejas sobre qué tipo de familia construir. Es paradigmático el ejemplo de Alemania, donde existen subsidios genéricos por hijos y cuyo sistema de ayudas fomenta que sigan siendo las mujeres las encargadas del cuidado.
“Nuestros resultados muestran que los gobiernos pueden hacer mucho para solucionar la crisis de fertilidad si diseñan políticas que actúen sobre el reparto asimétrico del trabajo que implican los niños y que recae sobre las madres”, apuntan y mencionan, por ejemplo, garantizar servicios públicos de cuidado. Los autores señalan que el factor cultural sobre cómo debe ser la paternidad y la maternidad sobrevuela este conflicto: “Que en la mayoría de países los hombres sigan haciendo una pequeña parte del trabajo de cuidados a pesar del crecimiento de la fuerza laboral de las mujeres sugieren que las expectativas culturales y los roles tradicionales están jugando un papel en esto”. Dicho de otra forma, cambiar los estereotipos también ayudaría a mejorar la natalidad.