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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Oh, Cataluña! ¡Oh, España...! ¡Oh...!

Puigdemont, durante un acto del Consejo por la República

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¡Pues sí, la verdad es que el devenir y futuro de Catalunya me tiene algo desarbolado! No tengo previsto ningún viaje con destino a aquella espléndida comunidad autónoma española, pero me cuesta mucho renunciar a ella como destino de mis viajes, ya sean de placer o de cualquiera otra condición. Leo los periódicos y no dejan de asustarme las dudas de todo tipo, de modo que no sé bien con qué puedo encontrarme cuando llegue, si un día me decido a ir. Mi garantía es que tengo un sinfín de amigos que viven allí -ya sean catalanistas o, sencillamente, catalanes-, con los que puedo sentirme debidamente acompañado y cortejado.

Anteayer leí un titular preocupante: “Junts fulmina al secretario segundo del Parlament por cuestionar la desobediencia”. El tal secretario (Jaume Alonso Cuevillas) ha durado 24 días en su cargo, pero aunque tan corta presencia ensombrezca su currículo -si lo leen los catalanistas-, su expulsión le honra teniendo en cuenta la razón esgrimida por su superiora, la altanera Laura Borrás: desobediencia. En una comunidad como la catalana resulta difícil triunfar con una identidad tan poco catalana: Alonso Cuevillas. Pero si hubiera sido “fiel”, y hubiera obrado obedientemente, la presidenta Borrás la hubiera respetado, eso sí, con la amenaza de que cualquier actitud “rebelde” la alejaría de su privilegiado puesto. Alonso Cuevillas -que había protegido también a Puigdemont en otras ocasiones- consideró una “barbaridad” (“bestiesa”) que la Sra. Borrás optara por debilitar al Estado Español mediante la desobediencia.

No conviene entrar en más remilgos. Cataluña está en ese momento en que a los mandamases nacionalistas les parece más digno ser rebeldes que ser útiles. Los nacionalistas catalanes no se caracterizan por sus desatadas muestras de amor, ni siquiera por su afán de servir a todos los catalanes, sino por su fidelidad a la quimera independentista que les obnubila y les impide admitir que el 80%, o más, de los catalanes no están entusiasmados con su quimera liberalizadora e independentista, sino con una vida razonable, lógica y, a poder ser, abundante.

Es tal la ofuscación del independentismo catalán (“independentismo ciego”, más bien), que soporta estoicamente que un grupito de “huidos” maneje unos hilos invisibles desde un país extranjero. El siempre “fotogénico sonriente” Puigdemont no para de desestabilizar la situación mientras sus “amigos” -sin duda mucho más auténticos y decentes que él- no paran de salir y entrar en la cárcel, ora sonriendo ora apesadumbrados, para mantener encendida la antorcha de la rebeldía.

Los nacionalistas catalanes no se caracterizan por sus desatadas muestras de amor, ni siquiera por su afán de servir a todos los catalanes, sino por su fidelidad a la quimera independentista que les obnubila

Ahora se le ha ocurrido lanzar la luminosa idea de proponer una especie de DNI digital, vinculado a su elucubración de constituir un Consejo para la República (dirigido por él mismo desde Waterloo). Con ese documento no solo pretende que los catalanes esquiven los controles legales actualmente en vigor, sino recaudar fondos pues no en vano el documento costará 12 euros a quien quiera tenerlo y usarlo. Es curioso que haya adelantado que servirá para “ejercer derechos de la República como puede ser votar y participar”, si bien solo podrán ser ejercidos tales derechos en la entidad privada impulsada por Puigdemont.

En esas estamos mientras el Estado muestra demasiados signos de flaqueza, la política se resquebraja y debilita, y la democracia pierde algunas de sus virtudes.

Es preciso un Pacto de Estado que reconstruya lo destruido, que ponga de acuerdo entre sí a los voluntariosos y honrados, que reduzca a los miserables y planifique una nueva sociedad pensando en la dignidad y el respeto que todos debemos ejercer con los que conviven con nosotros, no ya en el mismo edificio, barrio o pueblo, sino en el mismo mundo.

El Gobierno de España ha de tener la palabra, porque también tiene la responsabilidad.

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