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Un techo de cristal resistente también en Educación
Desde que en un artículo del Wall Street Journal apareciera, en 1986, el término “techo de cristal” describiendo las dificultades que encuentran las mujeres trabajadoras para alcanzar los mismos espacios públicos y de poder que obtienen los hombres, la humanidad ha sido incapaz de eliminarlo. Peor aún, esta barrera invisible sigue creciendo, sin que gran parte de la sociedad se sienta impelida a actuar.
La conmemoración de un nuevo 8 de marzo cobra, así, si cabe, más sentido que nunca. Varias son las razones. Una primera, no por reiterada su denuncia, solucionada aún, le compete al Departamento de Educación del Gobierno vasco. En 2010, año en que firmó con CCOO Irakaskuntza y FETE-UGT el Acuerdo Regulador de condiciones laborales para los/as docentes no universitarios/as, se recogió, entre otras mejoras, la creación de una Comisión de Igualdad Intersectorial e Interterritorial (artículo 84, Medidas para la Igualdad de género), que no se ha reunido una sola vez desde entonces. En tal comisión se deberían construir las líneas estratégicas de impulso para la coeducación del sistema educativo vasco con el trabajo colaborador de los sindicatos del profesorado. Hasta la fecha, silencio administrativo absoluto, uno más de los que nos tiene acostumbrados el departamento. Un documento más de trabajo acumulando polvo en algún cajón de mesa con la pegatina “EZ UKITU”.
La segunda situación decepcionante del papel actual que se asigna a la mujer en el ámbito educativo proviene de la constatación de dos tipos de datos que confluyen en invisibilizar a la mujer en ciertos espacios de la enseñanza. De un lado, los datos publicados por el propio Departamento vasco de Educación (“Distribución de mujeres y hombres en el sistema de Enseñanza. Profesorado y ámbito de decisión, 2009-2010”) demuestran cómo pese a la importantísima presencia femenina en la enseñanza vasca (en las dos redes, pública y concertada), en la docencia directa, (más del 71% del profesorado), este peso desciende al 47% en el caso de aquellas comprometidas en labores de dirección a cuatro años y al 38% entre el cuerpo de inspección. Algo no se está haciendo bien desde la Administración –y desde la propia sociedad- para que la profesora no dé el salto a directora o inspectora en un porcentaje similar.
El otro dato lo aporta un estudio académico en la Revista de Educación del Ministerio (2014) analizando la ausencia de las mujeres en los manuales de la ESO (subtítulo: “Una genealogía de conocimiento adecuada”). La conclusión es tristemente esclarecedora: de 115 manuales analizados (de 2007) de tres editoriales (Santillana, Oxford y SM) la presencia de las mujeres entre todas las disciplinas que se imparten en los cuatro cursos de Secundaria no supera el 12,8%. Tal insignificancia supone en la práctica su exclusión de la visión del mundo que se traslada desde la enseñanza. Además, esta escasa presencia va disminuyendo a medida que se avanza en contenidos de dificultad (4º ESO, respecto a 1º) y en asignaturas de enfoque histórico, respecto de otros científicos o lingüísticos. Y no es baladí esta penuria de referencias femeninas cuando es en estas disciplinas donde se construye la memoria colectiva y las identidades sociales. El estudio acaba afirmando que “(…) estas carencias en el sistema de enseñanza afectan (…) a la formación académica en su discurso no revisado y androcéntrico (…) y a la formación cívica, con marcados patrones de desigualdad (…)”.
Una prueba evidente de esta desproporción en el uso del género en las disciplinas educativas, que ha hecho reaccionar al mundo editorial: ANELE (Asociación Nacional de Editores de Libros de Texto) se ha dirigido a la Federación de Educación de CCOO para poner en marcha un grupo de trabajo conjunto que detecte y suprima el sexismo en los libros de texto.
Ante esta realidad, la pregunta surge inmediata: ¿Se trabaja suficientemente la igualdad en las aulas? Las investigadoras Usategui y Del Valle insinúan que en el medio escolar se ha instalado la creencia de que en materia de igualdad no queda mucho por hacer, pero advierten: El profesorado ha de ser consciente de que la escuela no es ajena al peligro que conlleva un “discurso igualitario formal” que oferta “uniformidad y supuesta neutralidad” y oculta la “hegemonía de una educación masculinizada sobre la devaluación de una educación amplia y comprehensiva de todos los valores (…). Desde una perspectiva de género, la misma escuela que provee de igualdad de oportunidades, que tiene incorporado el discurso de la igualdad en su currículo, que trabaja y pone en valor actitudes, contenidos y conocimientos que cuestionan el mandato de género, es la escuela que sigue revelándose activa y responsable en la práctica y vivencia de la desigualdad. No hay duda de que estamos ante una tarea inacabada” [1].[1]
Tarea inacabada en la que también insistía Sonia Sotomayor, cuando en su discurso de aceptación del cargo de jueza de la Corte Suprema de los EEUU. al que le había propuesto el presidente Obama, afirmaba categóricamente: “Hasta que no tengamos igualdad en educación, no vamos a tener una sociedad igualitaria”.
En fin, un año más tenemos que seguir observando un techo de cristal en el entorno educativo que pese a manifestar grietas, se resiste a ser pulverizado. Una barrera invisible que continúa visibilizando la desigualdad de género. Una desigualdad que no superaremos mientras que la sociedad -o sea, nosotros y nosotras- siga construyendo identidades en clave de guerreros y princesas.
[1] “Coeducar, una tarea inacabada”, Gaiak nº 322. abril, 2011. Especial: Educar para la Convivencia
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