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Maialen Ferreira

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A las 05.00 de la mañana de este miércoles, lo normal en los pabellones de las fábricas de Tubacex, en Amurrio y en Llodio habría sido que los trabajadores del relevo de la mañana entraran a ocupar sus puestos. Sin embargo, desde hace 91 días acuden cada mañana, tarde y noche –según el relevo que le corresponda a cada uno- a las puertas de las fábricas en una huelga que se supo cuándo empezó, pero que no se sabe cuándo acabará.

¿Las razones? Los recortes que progresivamente ha ido realizando la fábrica supuestamente a raíz de las pérdidas generadas por la pandemia y la crisis del sector con un ERTE convertido en ERE que se llevará por delante los puestos de trabajo de 129 y la incertidumbre del resto de los 800 trabajadores ante la posibilidad del cierre total de las plantas vascas.

En Amurrio, a la entrada de la fábrica los trabajadores han instalado dos campamentos donde sobrellevan las jornadas en paro. Juegos de cartas, un pimpón y hasta una de cocina creada por ellos les ayudan seguir en su lucha, que cada vez es más pesada. Al inicio del conflicto, patrullas de la Ertzaintza y antidisturbios se personaban durante los piquetes, protagonizando entre ambos escenas violentas que acabaron con tres detenidos. 90 días más tarde, la policía vasca ha optado por ignorarles como respuesta. Una actitud que según los trabajadores, es propia de una “guerra psicológica” para que se sientan solos y aislados y abandonen la lucha.

Entre los trabajadores de Tubacex hay casos de todo tipo:  padres de familia, jóvenes que tras estudiar habían encontrado su primera oportunidad laboral o madres, que como en el caso de una de las trabajadoras, tras quedarse viuda tiene que sacar adelante a tres hijos con un sueldo del que ya no cuenta.

Desde el 11 de febrero que empezaron la huelga, ningún trabajador ha entrado a las fábricas. Tampoco se ha producido ni un solo tubo. En un principio, la empresa estipuló unos mínimos, pero los trabajadores entraban, fichaban y volvían a salir acogiéndose a su derecho a huelga. Los únicos que actualmente cumplen con su jornada laboral son los trabajadores de mantenimiento, obligados a estar por si dentro de la fábrica ocurriese alguna emergencia. Aun así, cada uno de ellos cumple con su jornada, pero al salir deja parte del sueldo ganado en una caja instalada a la entrada de la fábrica, para mostrar su solidaridad con sus compañeros.

Nadie está preparado para una situación como esta

“Son sensaciones complicadas. Nadie está preparado para una situación como esta. Ha habido mucha lucha de convenios en esta empresa, hace tres años se firmó un convenio y hubo una división con los sindicatos, pero esta lucha ha sido diferente porque no es por el convenio, es porque nos han querido despedir y nos vemos todos en la calle. Aparte de los 129 despidos, la empresa no nos garantiza trabajo a los que nos quedamos dentro. Nos presentaron un ERTE que han convertido en un ERE y llegas a un punto de machaque psicológico brutal”, cuenta uno de los trabajadores de la planta de Amurrio a elDiario.es/Euskadi.

Tubacex se fundó en 1963 en Llodio, pero en 1992 tuvo una crisis que la obligó a cerrar. Desde 1993 hasta el año 2020 ha sido una empresa que ha tenido beneficios, con cotización en Bolsa de Madrid desde 1970 y cerca de 2.500 trabajadores repartidos en plantas por todo el mundo. El cambio de dirección en 2011 fue el comienzo de la diversificación de la fábrica y la compra en plantas de producción en  España, Austria, Estados Unidos, Italia, India y Tailandia.

Los despidos de Tubacex no se limitan a las plantas de Euskadi. De hecho, la cifra ronda los 600 trabajadores en sus plantas repartidas por el mundo, una estrategia para ahorrar costes y mejorar la rentabilidad. Según informó la propia compañía, la deuda neta alcanzó a cierre del trimestre los 310,4 millones, 12 veces el ebitda (beneficio bruto de explotación), un ratio que incluye las indemnizaciones por los 600 despidos y la adquisición de la filial india Tubacex Prakash.

Las acciones de la empresa en la Bolsa se dispararon el miércoles con un aumento del 9,2%

A pesar de la coyuntura de crisis, las acciones de la empresa en la Bolsa se dispararon el miércoles con un aumento del 9,2% y una cotización en máximos no vistos desde el crash de marzo de 2020, en torno a los 2 euros. “Poco a poco nuestras unidades productivas van aumentando sus niveles de actividad y deberían recuperar progresivamente la normalidad, con excepción de las plantas españolas, que se encuentran actualmente en huelga”, ha explicado en una nota de prensa el Consejero Delegado de Tubacex, Jesús Esmorís, que al cierre de esta edición y tras varios intentos, no ha respondido a las preguntas de este periódico.

“Los trabajadores tenemos miedo a que la empresa sea autosuficiente sin contar con las plantas de Euskadi. En la India se abaratan los costes de producción y se puede trabajar igual y esa es la incertidumbre que tenemos. Dicen que ahora mismo estas plantas no son rentables y que invertirán en las que sí que lo son”, lamenta el mismo trabajador, que prefiere no decir su nombre.

El Comité y la empresa no han tenido contacto salvo en estas últimas semanas que los sindicatos tratan de introducir la figura de un mediador para agilizar el conflicto. Sin embargo, los trabajadores no confían en que un mediador pueda solucionar la problemática tras 91 días de huelga. “La única esperanza que nos queda es esperar al juicio. En el juicio están denunciados los 129 despidos, queremos que un juez dictamine si es verdad que una empresa como Tubacex, con los beneficios que tiene, con el capital que tiene y aprovechándose de un ERTE por COVID-19 puede despedir a 129 personas. Nuestra línea roja es cero despidos”, asegura el trabajador.

Nuestra línea roja es cero despidos

Los trabajadores defienden la suya como una “lucha obrera, sin siglas ni banderas”, en la que han recibido durante estos días el apoyo de los bares, comercios y vecinos de ambos pueblos. Como Idoia, propietaria de la cafetería Dani, un establecimiento que se encuentra a la entrada de la fábrica de Amurrio, que desde el primer día apoya a los trabajadores dándoles comida o café. “Lo he vivido mal porque estás viendo que los trabajadores están luchando por un puesto de trabajo. Yo les veo pelear, me solidarizo con este negocio y también me influye porque al estar en un polígono industrial vivo de estos trabajadores y de los camioneros que pasan”, apunta.

David es uno de los trabajadores que no se avergüenza de decir que está entre los 129 despedidos. Tras 14 años, a la hora de despedirle le han indicado que su trabajo es uno de los “amortizables”. David se encarga de transportar camiones de acería con cargas pesadas y en lugar de contar con él y sus compañeros, la intención de Tubacex es subcontratar a otra empresa y así abaratar los costes que conlleva tenerlos en plantilla.

“No te esperas que las empresas despidan a personas por ahorrar costes. Lo llevamos como podemos, hay personas que lo sobrellevan mejor, pero otros se hunden. Ves que ya no tienes trabajo y a pesar de que estás en una lucha para que se te readmita y recuperes tu puesto, la cabeza juega malas pasadas y puedes pensar que acabas en la calle”, cuenta a este diario David, que agradece la solidaridad de sus compañeros que no han sido despedidos, ya que desde el primer momento han luchado por su causa como si fuera suya.

Con el dinero que vamos recaudando ofrecemos préstamos sin intereses a los trabajadores para que ninguno deje la huelga por falta de dinero

A medida que iban pasando los días, los trabajadores de ambas plantas crearon una caja de resistencia con la que reciben donaciones de todas partes de España para que “ningún trabajador tenga que dejar la huelga por la falta de dinero”. “Con el dinero que vamos recaudando ofrecemos préstamos sin intereses a los trabajadores y sus familias, sobre todo para que ninguno de ellos sienta la necesidad de dejar la huelga por falta de recursos económicos. Es totalmente anónimo porque muchas veces da vergüenza tener que pedir, pero ya llevamos más de 90 días y no sabemos cuánto más va a durar. Hay muchas familias sin ahorros y con gastos que les superan”, explica Iñaki, uno de los trabajadores encargados de la caja de resistencia.

Exactamente a 15 kilómetros de la planta de Amurrio, en la fábrica de Llodio, ubicada en el centro del pueblo en lugar de en un pabellón alejado, también se concentran desde hace más de 90 días los trabajadores a raíz de los despidos y su situación actual. Al comienzo de la huelga, el Ayuntamiento de Llodio, del PNV, permitió cerrar la carretera de paso de la fábrica, para evitar que los trabajadores se apelotonaran en la entrada y tuvieran más espacio para salvaguardar las distancias por la pandemia. No obstante, tras varias quejas de camiones y autobuses, han terminado abriendo la carretera. Aun así, los trabajadores la han vuelto a cerrar con un cordón y pancartas para poder seguir protestando frente a la fábrica.

“Seguimos en la puerta, pero creemos que el abrir la carretera es una estrategia para anularnos, quitarnos visibilidad y sacarnos de aquí. Estamos cada día 50 o 60 personas al lado de la carretera y si se abre pasan coches a 50 kilómetros por hora y es solo por una estrategia política. La situación en la empresa no viene de ahora. Han ido extendiendo sus redes, se han ido diversificando y es más barato producir en otros países que aquí. Están intentando abaratar costes de alguna manera. No es que no tengamos trabajo. Si el precio del barril de petróleo está como se encuentra en estos momentos, la fábrica gana mucho dinero, pero es un interés”, cuenta a este periódico Unai, que lleva trabajando desde hace 17 años en la planta de Llodio.

Aitor cumple 22 años en la empresa. Según opina, la situación ha llegado a ese punto porque en lugar de contar con un propietario, Tubacex pertenece a un grupo de accionistas y es gestionado de un modo cortoplacista. “Esto ha sido parte de un proceso. Llevábamos unos años en los que la dirección no ha parado de apretarnos las tuercas. Como ha llegado la pandemia han encontrado la excusa perfecta para agilizar ese proceso y aprovechar para precarizar. Han intentado tener el mayor beneficio posible a corto plazo. Los gestores viven de los datos a corto plazo y no se preocupan lo suficiente del largo plazo. Ellos no son los propietarios de la empresa, esta no es una empresa en la que exista un propietario detrás que esté arriesgando su dinero, esto está lleno de pequeños accionistas que tienen o tenemos porque algunos tenemos acciones de la empresa y lo dirigen unos gestores que cobran un montón de pasta y a los que les importa una mierda el devenir de la empresa porque cuando salgan de aquí van a ir a otro sitio”, explica este trabajador.

Según los trabajadores, los recortes en maquinaria para abaratar costes que ha ido realizando la empresa en los últimos años han aumentado el peligro de sufrir accidentes laborales. En 2019 un joven de 24 años perdió la vida. El departamento de Seguridad informó de que se le había caído una pieza encima, sin embargo los trabajadores apuntan que se quedó atrapado. También aseguran que se trataba de un joven que acababa de terminar las prácticas y llevaba poco tiempo en la empresa y “teniendo en cuenta su limitada experiencia, no podría hacer el trabajo que estaba realizando en solitario y lo dejaron solo”.

Ibón Caballero, miembro del Comité de Empresa en Llodio, señala que a pesar de que es cierto que la empresa ha tenido pérdidas y por consecuencia los trabajadores han aceptado un ERTE “sin problema” no están de acuerdo con el ERE que la empresa quiere realizar. “Esperaremos al juicio, es nuestra esperanza”, confía. La esperanza de los trabajadores se basa principalmente en el precedente emitido por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) que ha declarado nulo a principios de mayo el ERE aplicado por la dirección de PCB y obligó a admitir a los 87 trabajadores que iban a ser despedidos en las plantas de Barakaldo y Sestao.

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