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ENTREVISTA

Tomeu Penya, cantautor: “Llenar una plaza te da orgullo, pero aprendes cuando fallas”

El cantautor Tomeu Penya atiende a elDiario.es.

Alberto Lliteras / Francisco Ubilla

Mallorca —
27 de octubre de 2025 06:00 h

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La tarde cae sobre el Pla de Mallorca con esa luz que parece dorar las piedras. La carretera que une Vilafranca con Palma se abre como un hilo de polvo y memoria. Es un trayecto que parece hecho de canciones: esas melodías que, como describía Oliver Sacks, se convierten en gusanos musicales, pequeños fragmentos de sonido que se instalan en la memoria y regresan cuando menos se espera. La voz que suena en la radio es la misma que una de las que va dentro del vehículo: grave, cercana, con ese acento que huele a tierra y a mar. Tomeu Penya viaja en el asiento del copiloto y la conversación con elDiario.es se da entre curvas suaves y canciones propias.

El mallorquín hace balance de un ayer, el suyo, que coge ahora fuerzas para un presente y un futuro donde quiere seguir al menos con la misma intensidad y entrega a al público como hasta ahora. Mientras, su discurso transcurre con el sosiego de alguien que reconoce no tocar nunca el claxon. “Un hombre no puede pensar en todo”, comenta, con esa ironía que parece su manera natural de estar en el mundo.

En sus inicios, Tomeu Penya reconoce haber escrito temas en castellano e inglés. Le gustaba el sonido de las palabras, la cadencia musical y la libertad de rimar sin límite. Pero llegó el día en que se preguntó por qué no hacerlo en su lengua materna. “¿Por qué no en mallorquín, si es el mío?”, arguye ahora. Nadie lo hacía en Mallorca por aquel entonces (cuatro décadas atrás). Apenas Toni Morlà o Los Valldemossa, “que cantaban alguna cosita en mallorquín”, explica Penya. Aquel cambio fue un gesto de fe. “Le puse castañetas eléctricas, bajo, batería y un sonido nuevo. Recuperé mis recuerdos de los payeses cuando iban a labrar. Eso era lo que quería cantar: lo mío”, apostilla.

Del campo al escenario

Desde entonces, su voz se convirtió en la de toda una isla. Lo que empezó como un experimento se transformó en una carrera de cuarenta y cinco años, treinta y cuatro discos y más de trescientas cincuenta canciones, con las que ha llenado plazas, teatros y festivales. En los ochenta y noventa, Tomeu fue una figura imprescindible de la música catalana y balear: un puente entre lo rural y lo moderno, entre la guitarra acústica y la eléctrica. Ahora, alguien que puede presumir de tener seguidores de todas las generaciones.

Ha compuesto country, rock and roll, baladas y temas tradicionales, pero siempre con el alma del payés que mira el cielo antes de sembrar. Y es que, aunque haya tocado en escenarios de media Europa, nunca ha perdido el sentido de pertenencia. “Siempre he sido de aquí. Lo demás son excursiones”, cuenta. De hecho, uno de sus temas, RDI Comunitat des Pla, es un retrato irónico de esa Mallorca profunda que conoce al dedillo. En él, denuncia los abusos de los aeropuertos, el overbooking y la resignación insular. “No vagis a reclamar, tanmateix no serveix per res” [No vayas a reclamar, no sirve para nada], canta con esa mezcla de sarcasmo y cariño que lo caracteriza. La canción es una declaración de identidad: un himno pequeño para una tierra que acaso ha aprendido a reírse de sí misma.

En los ochenta y noventa, Tomeu fue una figura imprescindible de la música catalana y balear: un puente entre lo rural y lo moderno, entre la guitarra acústica y la eléctrica. Ahora, alguien que puede presumir de tener seguidores de todas las generaciones

Entre el whisky y la ternura

Su biografía está llena de episodios que parecen partituras. Recuerda con humor su época en Barcelona, cuando recalaba a menudo por la ciudad condal y siempre terminaba en el mismo bar —del que no revela el nombre—, donde lo recibían con un cartel que rezaba “Ha llegado Cristina”, en honor a la mujer que inspiró su tema Cris. Le guardaban botellas de Ballantine’s con su nombre sellado en ellas. Unas quince. No para ingerirlas de una sentada, sino en custodia para un futuro y con una cadencia de media botella por concierto y otra unidad a compartir entre sus tres músicos. En los comienzos, cuando empezó a irse de giras, el cantautor recibía catering completo, con comida variada, pero pronto redujo la lista: solo whisky. Lo tenía claro.

Tomeu Penya ha llevado sus composiciones por toda España, Europa y América Latina.

Recuerda Tomeu Penya aquellas madrugadas de concierto que terminaban con pan y botifarrón, con él y sus músicos beodos y bellas mujeres que desaparecían al amanecer. A entender por sus palabras, era un tiempo de desmadre sano y de inocencia. Él era feliz, muy feliz, porque por aquel entonces apenas le conocían y podía hacer lo que quisiera, a pesar de ser un tipo que dice en esta entrevista haber estado siempre comprometido con el savoir être. Ese compromiso se extrae también de sus palabras y de una mirada que destella nostalgia.

En el amor, la vida le ha enseñado a Tomeu Penya a saber perder con elegancia. Se casó dos veces, y las dos veces lo dejaron. “Nunca he sido buen jugador del ligue; siempre me han ligado a mí”, confiesa. Ahora, a estas alturas y con tinte sarcástico, asegura que algunas mujeres se acercan a él porque piensan que debe tener un bolsillo holgado y que ya le queda poco para estirar la pata. “Les digo que he firmado un contrato para vivir treinta años más; así las fastidio”, remata con desparpajo.

La hija que le enseñó América

De todas las mujeres de su vida hay una que lo revolucionó para siempre: su hija Alexandra, quien durante años fue “la niña” de casa. No obstante, fue durante un viaje a Estados Unidos cuando padre e hija se unieron de verdad. Alexandra, o Álex como la llama su padre, que había vivido tres años en EEUU, le mostró California, desde Malibú hasta San Francisco, y él la pudo redescubrir, ya como mujer brillante y culta que sabía todas las canciones que sonaban en la radio. La frase “Papá, ¿no te acuerdas que siempre me traías vídeos y música cuando volvías de tus viajes?” explicaría su destreza con las letras y la memoria. De esa complicidad nació su colaboración Has vist ploure mai, una versión mallorquina del clásico Have you ever seen the rain de Creedence Clearwater Revival. La grabaron con naturalidad, sin retoques. “El tuning no hace milagros”, bromea Tomeu. Pero “ella no lo necesitó”.

Por otra parte, en el Teatre de l’Aliança de Barcelona, vivieron padre e hija uno de los momentos más emotivos de su carrera: él comenzó a cantar solo, y poco después ella apareció entre el público, cruzó el pasillo y subió al escenario. Terminaron su Has vist ploure mai juntos, mientras el teatro entero aplaudía de pie. “Aquello fue...”, suspira Tomeu Penya sin acabar la frase. El público, embelesado, ante una interpretación a dúo que no esperaba. Algunos periodistas se acercaron al músico tras el concierto y, emocionados, le preguntaron: “¿Y esto, Tomeu?”. Nada, sorpresas que gustan mucho…

Con todo, el artista asegura solo haber llorado una vez sobre el escenario. Fue en Porreres, interpretando Un tassó de suc. Aquella tarde el cantautor había discutido con la madre de su hija, que tras el enfado y previo al concierto se había marchado con la pequeña a Palma. “No pude cantar. Me quedé sin voz. No se puede cantar cuando lloras”, sentencia.

Buika, Chenoa y una nueva alianza

En uno de los estudios de elDiario.es, ya en Palma, Tomeu agarra una taza con agua y habla de las mujeres que ha conocido, pero sobre todo de las artistas con las que ha trabajado. “He tenido suerte”, dice. De Concha Buika, con quien grabó Ho fem, recuerda su fuerza desbordante. “Tiene fuego en la voz, un volcán”. De Chenoa, con quien hizo Dona Reggae, cuenta que ya entonces se intuía que sería grande. Añade que es “pura energía”, una mujer que pronto supo lo que quería.

La conversación cobra un brillo especial cuando el cantautor menciona lo que viene. Está ensayando con el barítono menorquín de proyección internacional Simón Orfila para lanzar un nuevo proyecto musical. Se llamará Llavors t’enyor, una colaboración entre dos titanes de la música y cuyo sonido conocemos en exclusiva en este artículo de elDiario.es. Se le nota al mallorquín la impaciencia alegre de quien todavía sueña con un futuro prometedor, a pesar de sus setenta y siete años de edad.

Tomeu Penya ha colaborado con otros nombres importantes de la música. Lo hizo con Paco de Lucía, del que guarda ese recuerdo como un tesoro: “No tocaba la guitarra, la respiraba. Con él entendí lo que significa dejarse el alma en un acorde”. Joan Manel Serrat es otro de los nombres al que le unen las partituras y con quien guarda una sentida y duradera amistad.

Fiel a su lema —“La vida sin cachondeo es poca cosa”—, el mallorquín sigue conquistando a admiradores de todas las edades

El tiempo, la casa y las letras

Con los años y tras adquirir y vender varias propiedades, Tomeu Penya ha vuelto a la casa familiar de Vilafranca de Bonany. Allí su madre cosía y su hermano Jordi jugaba antes de que un coche lo arrollara en bicicleta e hiciera que traspasara a otro estadio de la existencia. “Mi madre y mi hermano murieron jóvenes, con poco más de cincuenta años. Mi padre lo hizo a los setenta. Y mírame a mí, que era el más vicioso y juerguista, y aquí sigo”. Lo dice a carcajadas, pero con ternura y con el aliento puesto en un pasado congelado cual tiempo preciado.

Mi madre y mi hermano murieron jóvenes, con poco más de cincuenta años. Mi padre lo hizo a los setenta. Y mírame a mí, que era el más vicioso y juerguista, y aquí sigo

Tomeu Penya Cantautor

También conserva el de Vilafranca una casa en Menorca, una isla que para él es sinónimo de refugio, limpieza y espacio natural sin aderezos, “lo que era Mallorca hace cuarenta años”. Agradece viajar a la isla menor por ver a una sociedad en la que “todos” son artistas, ya que o bien cantan, o bien hacen glosas, o incluso tocan algún instrumento. No se refiere el compositor a una sociedad mejor ni peor, sino a la pureza, a la autenticidad que se destila de sus gentes, a “algo que se está perdiendo”.

A pesar de los éxitos, en su vida no todo han sido escenarios llenos. Recuerda los primeros tropiezos, como aquel concierto en la plaza del Rei de Barcelona, donde apenas acudió público. “Aquello me bajó a la tierra”, confiesa. “Allí entendí que debía hacer algo para impactar”. De esa experiencia nació Mallorquins i catalans, un tema que presentó en el programa de La Trinca No passa res y acabó siendo número uno. “Si haces lo tuyo, y sigues haciéndolo, al final algo bueno llega”, concluye.

'Aquello me bajó a la tierra', confiesa Tomeu Penya sobre un concierto en Barcelona donde apenas acudió público en sus inicios

La lección del tiempo y el mundo actual

En más de cuatro décadas de carrera, Tomeu Penya ha recibido discos de oro, premios y reconocimientos, pero lo que más valora es el cariño del público: “Ahora tengo seguidores de cuatro generaciones. Es increíble ver a abuelos, hijos y nietos cantando las mismas canciones”. Lo subraya alguien quien cree que la música debe aliviar, no añadir peso, y debe convertirse en un antídoto para las vicisitudes y problemáticas del día a día. Tal vez por eso sus conciertos acaben siempre con una elección, la del público, que en cada cierre de velada puede elegir qué quiere escuchar. De las más de trescientas composiciones, una se lleva la palma, De tot cor, que casi siempre es la más pedida. “Es de mis favoritas también”, reconoce el artista.

Tomeu Penya expresa con tristeza que el mundo actual no es el que desearía habitar. Lamenta que, tras la pandemia, lejos de surgir una sociedad más humana y solidaria, “nos hayamos vuelto más egoístas y distantes, viviendo en un constante conflicto y bajo el dominio de grandes potencias mientras olvidamos la empatía y el apoyo mutuo”. Cree que la verdadera mentira de nuestro tiempo es pensar solo en uno mismo, cuando en realidad el sentido de humanidad está en preocuparnos y ayudarnos unos a otros. Sin embargo, confiesa que siente que, en vez de avanzar, “hemos retrocedido” en nuestra condición humana.

Por último, en el estudio, le prestamos una guitarra que no espera. Afina con precisión y rasguea las primeras notas de Pedra Foguera. Su voz, más áspera que antes, conserva esa calidez que hace que cada palabra parezca una confidencia. Luego, casi en un susurro, reflexiona: “Llenar una plaza con miles personas te da orgullo, pero no te enseña nada. Realmente aprendes cuando fallas”. Sale del estudio alguien ‘grande’. Y lo hace con paso tranquilo. Se sube al coche, el motor del coche se enciende y de nuevo su propia voz suena en Spotify en forma de canción. Su chófer y él no dejan de cantar y cantar… El coche se pierde en la carretera que le devuelve a su Vilafranca querida y, por un momento, parece que el paisaje entero también canta con él. De nuevo, todo es música.

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