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Gane quien gane, Estados Unidos proseguirá su declive

Mitin del presidente Obama. / Efe

Carlos Elordi

Hace cuatro años, la victoria de Barack Obama alentó en el mundo, y sobre todo en Europa, la esperanza de que de Norteamérica podían llegar la fuerza y las ideas que le iban a sacar de la crisis. La izquierda europea, matiz arriba, matiz abajo, llegó incluso a ver al primer presidente negro de Estados Unidos como al líder fresco y renovador que por esos pagos no existía ni se esperaba. Hoy Obama no sólo está al borde de la derrota electoral, aunque puede que también de la victoria, sino, lo que es más importante, Estados Unidos ya no es, ni de lejos, una guía para la política mundial y no inspira camino, solución o proyecto alguno. Sus problemas internos son tantos y tan serios que lo más que pueden esperar los demócratas del resto del planeta es que no gane Mitt Romney cuyo programa confuso e indefinido sólo tiene un punto nítido: el que dice que los republicanos aumentarán los gastos militares, cuyo monto, a día de hoy, supera a la suma de los de los 26 países -incluidos China, Francia, Rusia y Gran Bretaña- que le siguen en ese ranking funesto.

Es imposible hacer un pronóstico fundado sobre lo que van a deparar hoy las urnas. Porque ninguno de los analistas norteamericanos más reputados se ha atrevido a hacerlo –al menos en público- y porque hay demasiadas incógnitas que sólo se desvelarán cuando se hayan computado todas las papeletas. O, mejor, los votos electrónicos, que es lo que se estila por esos pagos. El resultado es totalmente incierto en nueve estados que pueden inclinar la balanza, porque pequeñas diferencias de voto pueden dar todos los compromisarios, o delegados del voto popular, es decir, los electores finales, a uno u otro candidato: las incógnitas más decisivas están en Ohio, Florida y Virginia, pero tampoco se sabe lo que puede pasar en Nevada, Colorado, Iowa, Wisconsin y Vermont.

Se desconoce, además, cual será la participación del electorado latino, que puede decidir la suerte de alguno de esos estados: los sondeos coinciden en que el 70 % de los “hispanos” votarán a Obama, que podría ganar gracias a ellos, pero no se sabe qué porcentaje se abstendrán: entre otras cosas porque se ha detectado que muchos de esos ciudadanos no dan respuestas claras a los encuestadores si les preguntan en inglés y no en castellano. Y tampoco está del todo seguro que todos los negros que apoyan a Obama -y que son el 90%- vayan a votarle. Y no sólo porque muchos se abstendrán, sino porque unos cuantos pueden haber mentido en las encuestas. Lo dicen expertos en los que se puede confiar. Que añaden que la fiabilidad de los sondeos norteamericanos es un mito, que allí también hay fallos, aunque puede que no tantos como en Europa.

Está claro que no es lo mismo que gane Obama o que lo haga Romney. Más allá de las simpatías, o de las ideologías, -demócratica, a grandes rasgos, en el caso del primero, conservadora y neoliberal, con incrustaciones, o imposiciones, ultraderechistas, en el del segundo-, sus programas tienen claras diferencias, aunque no sean muy concretos: los estrategas electorales, que son los que han mandado en esta campaña, han ordenado a los candidatos que no asuman muchos compromisos claros. Además de las citadas diferencias en política de defensa, Obama no va a subir los impuestos a las familias que ganen menos de 250.000 dólares al año, pero sí querría hacerlo a los más ricos. Romney, él mismo un hombre muy rico que paga pocos impuestos, no está por esa labor. Obama quiere dar más becas a los estudiantes de familias menos pudientes y también apoyar a la escuela y a los maestros. Romney se limita a proponer que el dinero privado se invierta en los centros. Obama quiere mantener lo que ya ha logrado en materia de reforma sanitaria, que es mucho menos de lo que prometió en 2008. Romney quiere cargárselo. Obama quiere abrir al la mano en política de inmigración. Romney quiere cerrar a cal y canto la frontera con México.

Sin embargo, los propósitos de uno o de otro –y sobre todo los de Obama- pueden quedar en muy poco si los pronósticos aciertan y los republicanos se vuelven a hacer con la Cámara de Representantes, desde la que han boicoteado prácticamente toda la acción legislativa del presidente en los últimos cuatro años. Un obstruccionismo que no sólo ha alejado aún más a los estadounidenses corrientes de su clase política, sino que ha confirmado que el sistema democrático norteamericano, paradigma mundial, presenta problemas insolubles y que país necesita una reforma constitucional profunda, que, por otra parte, nadie quiere propiciar.

Ese es sólo uno de los indicadores del “declive norteamericano” del que viene hablando desde el estallido de la crisis financiera mundial en el corazón de Wall Street en 2008 y el fracaso de Irak. Pero que se muestra día tras día. Der Spiegel subraya que lo que ha evidenciado el huracán Sandy no es la capacidad de respuesta de Obama, sino el desastroso estado de las infraestructuras en los Estados Unidos y, particularmente en ciudad bandera, Nueva York. Y añade este apunte de Aaron Sorken, el creador de muchas legendarias series televisivas: “No hay absolutamente ninguna evidencia de que seamos el mayor país del mundo: somos los séptimos en literatura, los vigesimoséptimos en matemáticas, los terceros en ingresos de una familia de tipo medio, los cuartos en fuerza laboral y exportaciones. Y sólo lideramos el mundo en 3 categorías: la de ciudadanos presos per cápita, la del número de adultos que cree que los ángeles existen y la de gastos en defensa”.

Desde el desastre del año 2000, cuando el Tribunal Supremo le dio la victoria a George Bush en Florida, a pesar de que su rival, Al Gore, sacó más votos que él en ese estado, se han hecho cambios en la mecánica del recuento de votos. A pesar de ello, los expertos no descartan que vuelvan a producirse episodios similares y no son pocos los que dicen que el resultado electoral definitivo puede tardar varios días en llegar. Eso, si no hay sorpresas, que no se descartan, y se confirma rápidamente una victoria clara de uno u otro candidato, lo cual también podría ocurrir.

No es muy distinta la incertidumbre que existe en el resto del mundo respecto de cual será la política internacional del futuro presidente. Éste ha sido uno de los capítulos en que más claramente ha decepcionado Barack Obama. Sus promesas electorales se han visto arrumbadas por la realidad –la diplomacia norteamericana ni se olió que se estaba cociendo una primavera árabe- y por la crisis económica, que ha obligado al presidente a concentrar sus esfuerzos en el frente doméstico: con un cierto éxito –Estados Unidos está mejor que Europa en ese frente- que, sin embargo, no ha convencido a buena parte de la población, en la que hay muchos que sufren por el paro y la postergación y muchísimos más que creen que Estados Unidos sigue sin salir del todo del agujero: ahí está la mayor fuerza electoral de Romney y de su neoliberalismo.

¿Volverá el sueño imperial y agresivo de Bush a la Casa Blanca si éste gana mañana? Hay quien lo teme. Lo que sí está claro es que prácticamente todos los diarios de referencia del mundo occidental y los latinoamericanos, pero no los de India o Pakistán, han votado por Obama (Financial Times, The Guardian, Le Monde). Pero el alcalde de Londres Boris Johnson podría estar en lo cierto cuando dice que, si gana Romney, buena parte de esas opiniones cambiarían radicalmente de signo en unos días (Daily Telegrah).

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