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El despertar de la calle en Colombia entra en su segunda semana: “La política siempre ha estado ligada a la violencia y el miedo”

Ciudadanos se manifiestan el pasado domingo en Bogotá (Colombia). Al menos un millar de personas se sumaron al "Cacerolazo Latinoamericano" por los derechos humanos, protesta que estuvo liderada por al menos 150 guardias indígenas.

Mar Romero Sala

Bogotá —

Este miércoles, el país vivió su tercera jornada de huelga general, después del 21 y el 27 de noviembre, y las calles de las principales ciudades del país volvieron a acoger manifestaciones convocadas por los sindicatos y los movimientos sociales. Bogotá, Cali, Medellín y otras capitales vieron llenarse sus calles y plazas de multitudes de colombianos que acudieron al llamado del paro nacional: grupos indígenas, bloques feministas, marchas de estudiantes y grupos sindicales bloquearon las vías de Bogotá durante todo el día y parte de la noche.

La mayoría de las protestas transcurrieron de manera pacífica y terminaron en múltiples cacerolazos, que ya se han convertido en un símbolo de la indignación colombiana. Dos semanas seguidas de movilizaciones a nivel nacional es algo inaudito para la historia del país, acostumbrada a mirar de reojo la protesta.

El Comité Nacional del Paro, conformado por un amplio abanico de organizaciones y plataformas, busca reforzar en las calles el pulso contra el presidente Iván Duque, cuya popularidad cayó a mínimos históricos y ronda el 26% de aprobación de su gestión. El presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), uno de los impulsores de la huelga, Diógenes Orjuela, aseguró en las redes sociales que la movilización del miércoles busca “exigirle al Gobierno la apertura de la negociación”.

Desde que se convocó la primera jornada de protestas el 21 de noviembre, el Ejecutivo y el Comité no han logrado ponerse de acuerdo en los mecanismos de diálogo para revisar las exigencias del paro.

Duque quiere lo que llama una “Conversación nacional”: reunir en una misma mesa a organizaciones sociales y representantes de los gremios empresariales para hablar sobre los grandes temas que atraviesan las protestas, como la educación, el medioambiente y la salud. Sin embargo, el Comité Nacional del Paro critica que eso no es más que “un monólogo” y rechazó este sistema después de una sola reunión. Ellos quieren un encuentro directo con el Ejecutivo colombiano para tratar globalmente las 18 propuestas de las organizaciones sociales, que van desde asegurar las pensiones hasta implementar el acuerdo de paz con las FARC, pasando por evitar la deforestación y dar un mayor presupuesto a la educación.

De hecho, Duque abrió la puerta a aceptar el diálogo con el Comité tal y como lo proponían las organizaciones sociales, pero bajo una condición: que se desconvocaran todas las marchas y movilizaciones de la semana. Las entidades del Comité rechazaron la propuesta de Duque. Pero lo que muestra la iniciativa del Gobierno colombiano es que desconoce un factor importante en estas protestas: hace ya varios días que el paro nacional va más allá del Comité y del Gobierno.

Las protestas se trasladan a los barrios

Entre jornadas de huelga, los barrios de las ciudades han mantenido prendida la llama a través de cacerolazos y concentraciones. Mientras el Comité lleva la voz cantante en las grandes movilizaciones y es la interlocución con el Ejecutivo, las calles encuentran sus propios métodos de protesta. Solo durante la última semana, Bogotá, la capital, ha visto varias intervenciones feministas de 'Un violador en tu camino'; agrupaciones de artistas para hacer piezas gráficas a favor del paro; la llegada de 150 miembros de la Guardia Indígena para dar apoyo a las movilizaciones; conciertos en las calles; y un sinfín de cacerolazos.

“Se ha evidenciado que todo este paro ha llegado a los barrios. De hecho, el cacerolazo se ha vuelto emblemático en los barrios”. Habla Luz Ángela Pinto Rincón, vecina de Engativá, una de las localidades periféricas de Bogotá. En una capital de 7 millones de habitantes, es un triunfo de las protestas lograr penetrar en las zonas más alejadas del centro.

Pero no solo los cacerolazos sacaron a la gente a la calle: el fin de semana pasado se convocaron varias asambleas populares en las distintas zonas de Bogotá para articular la movilización a nivel local. Bosa, Ciudad Bolívar, Usme: en estos barrios populares y periféricos, la ciudadanía se reunió para debatir. “Fue bonito, porque se empezó contando a muchos que no habían estado nunca en una asamblea lo qué es una asamblea”, cuenta Luz Ángela, que estuvo presente en la de Engativá. “Asistieron personas del barrio que nunca habían participado en estos espacios”, agrega.

Las asambleas, que transcurrieron a lo largo del último fin de semana, son el principal espacio autónomo surgido a raíz del paro. Marcela Rodríguez es una de las impulsoras de estos encuentros ciudadanos en Armenia, un barrio central de Bogotá que ya acumula una destacada trayectoria de organización social: “Este es el reto del paro, que logremos ampliar la base de las personas que son receptivas a la información y actividad política”.

Rodriguez recuerda que, en Colombia, “la política siempre ha estado ligada a la violencia y el miedo” y ahora hay una oportunidad de “darle la vuelta”. Para Marcela, estos espacios locales son claves de cara a una posible pérdida de fuerza del paro, que se empieza sentir en unas calles no acostumbradas las marchas constantes. “Podemos pasar a una fase distinta, y ahí la organización en los barrios es crucial, y más en las ciudades, donde el tejido social está deshecho”, subraya.

La llama de las protestas en el continente

Colombia ha sido el último país en sumarse a las protestas que atraviesan América Latina. Por eso fue especialmente significativo para muchos colombianos el cacerolazo latinoamericano que se celebró el pasado 1 de diciembre, donde varios países del continente recogieron el símbolo de las protestas en Colombia para dar apoyo a las marchas.

Rodríguez cita especialmente a Chile como un motor para las manifestaciones colombianas: “El hecho de que haya una manifestación sostenida en Chile ha dado mayor impulso, porque la gente se da cuenta de que es posible hacer algo así”.

A pesar de la distinta fuerza, duración y logros de las manifestaciones que han sacudido Ecuador, Chile, Haití y ahora Colombia, para el politólogo e historiador de la Universidad Nacional Carlos Medina existen vínculos en los motivos que sacaron a los latinoamericanos a la calle. “Es un fenómeno de convergencia silvestre de movilizaciones que se producen por la difícil situación que pasan nuestros países en materia de política económica y social”, subraya.

Otro ejemplo del contagio latinoamericano es la vuelta al mundo de “Un violador en tu camino”, la canción que denuncia la violencia machista y estructural contra las mujeres creado por un colectivo chileno. Un día después de que se viralizara la intervención, se reprodujo en Bogotá, y en las jornadas siguientes saltó a México, Argentina, Perú, e incluso España y Francia. “Las movilizaciones han tenido un importante sesgo en términos de los movimientos juveniles y de mujeres, que han jugado un papel determinante en Chile y ahora también en Colombia”, recuerda Medina.

El politólogo destaca que hay una agenda común entre estos países que piden reformas y protestan contra la desigualdad. “El problema de la salud es un problema generalizado, igual que la política pública en materia de pensiones, la incertidumbre de los jóvenes y los trabajadores, al igual que la desigualdad”. El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), presentado hace una semana, determinaba que “una alta proporción de la población de ingresos medios” en el continente “experimenta importantes déficits de inclusión social y laboral”, además de “un alto grado de vulnerabilidad a volver a caer en la pobreza”.

De hecho, la proporción de latinoamericanos viviendo bajo la línea de pobreza aumenta sin parar desde 2015 y alcanzó el 30,8% en 2019. Eso significa que 185 millones de personas están bajo el umbral de la pobreza y 66 millones se encuentran en la pobreza extrema.

Frente a los reclamos de las protestas, “hay una especie de autismo institucional”, según Medina, “una simulación de arreglos y no de soluciones concretas y objetivas que respondan a las expectativas de la gente”. Así lo evidencia la manifestación de este 4 de diciembre, convocada por la falta de diálogo con Duque, un presidente que no parece dispuesto a ceder frente a un movimiento que lleva catorce días consecutivos de protestas.

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