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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Qué se juega Estados Unidos en las elecciones legislativas

Donald Trump

María Ramírez

Millones de personas ya han hecho cola para votar en Estados Unidos con el sistema de voto anticipado por correo y presencial. Las llamadas de las campañas no dejan de llegar incluso a quienes no podemos participar. Aquí en la Universidad de Chicago hay flechas pintadas con tiza por el campus para llevar a los estudiantes hasta las urnas en uno de los salones neogóticos del Reynolds Club, un edificio popular donde los estudiantes comen, se ponen la vacuna contra la gripe y juegan al billar.

En las elecciones a mitad de mandato que he cubierto desde 2002 nunca había visto un interés similar. “Decir ‘no’ es lo que motiva a la gente a moverse”, repite Paul Tewes, consultor político, arquitecto de la victoria que lanzó la campaña de Barack Obama en los caucus en Iowa en 2008 y ahora colega en el Instituto de Política de la Universidad de Chicago.

En las elecciones legislativas de 2014, las que se pueden equiparar a esta cita, apenas votó el 36% de la población. Aquel año fue especialmente soso, pero es habitual un entusiasmo limitado por participar en unos comicios en los que el presidente no está en la papeleta y en los que la mayoría de las carreras no son competitivas. Se renuevan los 435 escaños de la Cámara de Representante y un tercio de los 100 del Senado. Pero la polarización del país y el cuidadoso rediseño partidista de los distritos hacen que sólo haya emoción en unos pocos lugares.

El récord de participación en unas elecciones a mitad de mandato fue del 49% en 1966, con el país metido en la Guerra de Vietnam y la lucha contra la discriminación de los negros. Entonces los votantes cambiaban más de partido y todavía había muchos demócratas en los estados conservadores del sur del país.

A menudo, quienes votan en estas elecciones son más conservadores, más blancos, más educados y más mayores que quienes votan en las presidenciales. Pero esto puede cambiar en la primera cita nacional que tienen los votantes para responder a los dos primeros años de Donald Trump.

El presidente no está en la papeleta pero es inusualmente impopular e insiste en centrar su mensaje en la inmigración y no en la economía que crece con el paro más bajo desde 1969, como destaca esta noticia del Washington Post. Una de las incógnitas de estas elecciones es si el enfado contra su retórica y sus políticas conseguirá movilizar a los jóvenes, mayoritariamente demócratas.

“Estas elecciones son un referéndum entre el miedo y el enfado”, explica Steve Israel, excongresista demócrata y ahora también parte del Instituto de Política, una organización no partidista que le ha unido durante este semestre con Tom Davis, excongresista republicano, para explicar qué está pasando en sus partidos y qué puede pasar en el país.

Davis cree que Trump insiste en la estrategia que le funcionó en 2016, aunque duda de que el plan vaya a funcionar más allá de él. “Los republicanos tenemos que reorganizarnos. Necesitamos más votantes que no sean blancos”, dice sobre el futuro de su partido. 

Los últimos días han sido similares a los últimos dos años: un presidente centrado en su discurso contra los inmigrantes sean indocumentados, demandantes de asilo y tengan los permisos laborales necesarios en Estados Unidos; obsesionado con atacar a la prensa y a sus críticos tras el asesinato de 11 personas en una sinagoga en Pittsburgh a manos de un antisemita xenófobo y el envío de 14 paquetes bomba a críticos del presidente; decidido a ridiculizar a la mujer que denunció la agresión sexual del recién nombrado juez del Supremo Brett Kavanaugh y dispuesto a culpar a sus colegas republicanos si pierden escaños.

Cada carrera es local y los estadounidenses suelen tener una relación cercana con sus representantes. En Estados Unidos, los congresistas acuden a menudo a rendir cuentas en asambleas locales y reciben miles de mensajes, llamadas y visitas cada día de los habitantes de su distrito. Algunos protestan por baches en la carretera y otros explican su posición sobre asuntos como el aborto y el control de las armas. Sin embargo, lo extraordinario de estos dos años hace inevitable que el 6 de noviembre sea también un test sobre Trump. La forma en que ha erosionado las instituciones que han servido de contrapeso a la Casa Blanca, ya sea el Congreso, los jueces o la prensa, es inédita en la historia del país.

Trump no ha encontrado suficientes aliados entre los miembros de su propio partido. Ha aprobado menos medidas legislativas que otros presidentes pese a tener el control de las dos cámaras y a que pocos congresistas republicanos se han atrevido a enfrentarse en público con él. No logró la derogación de la reforma sanitaria de Obama, aunque sí el recorte de impuestos que ansiaban los líderes conservadores. Si los demócratas recuperan la mayoría de la Cámara de Representantes, como predicen la mayoría de las encuestas, Trump estará sometido a una vigilancia más estrecha y podría ser el centro de más de una investigación.

La sombra del ‘impeachment’

Las elecciones a mitad de mandato no suelen ser buenas para quien está en el poder. En 35 de las 38 elecciones legislativas desde la Guerra de Secesión, el partido del presidente ha perdido escaños en la Cámara de Representantes. Las excepciones son 1934 (Roosevelt durante la Depresión), 1998 (Bill Clinton en pleno debate sobre su impeachment) y 2002 (George W. Bush, unos meses después del 11-S).

En 2010, durante las primeras elecciones legislativas con Barack Obama como presidente, los demócratas perdieron 63 escaños en la Cámara de Representantes por la movilización de los republicanos contra el plan para extender la cobertura del seguro médico en el país, entonces muy impopular.

La Cámara de Representantes es precisamente la que tiene el poder de iniciar el procedimiento de impeachment o destitución del presidente, una de las grandes incógnitas a la espera de las conclusiones del fiscal especial Robert Mueller, que investiga la interferencia de Rusia en las elecciones de hace dos años y varios posibles casos de corrupción y obstrucción a la justicia de Trump y su campaña presidencial.

La mayoría de los congresistas demócratas han esquivado el tema para no alienar a los independientes o porque no quieren tomar una medida tan drástica. Pero la presión de sus votantes será grande después de las elecciones y puede crecer con la publicación del informe de Mueller, que ya ha encontrado indicios de delito en el entorno del presidente. Casi ocho de cada diez demócratas aseguran que Trump debe ser sometido a un proceso de impeachment de inmediato.

En cualquier caso, el Senado es el que decide en último término si destituir o no al presidente. Es necesaria una mayoría de dos tercios. Sin los votos de unos 15 senadores republicanos, sería imposible destituir a Trump.

La composición actual del Senado refleja una mayoría muy justa de los republicanos: 51-49. Lo más probable es que sigan manteniéndola porque el tercio que toca renovar en estas elecciones afecta a más escaños demócratas: 26 frente a nueve republicanos. Diez de los escaños demócratas representan a estados que Trump ganó en 2016, entre ellos algunos de los más conservadores del país, como Dakota del Norte, Misuri o Virginia Occidental. Hillary Clinton sólo venció en uno de los que ahora defienden los republicanos, Nevada.

También se eligen gobernadores en 36 estados, se votan representantes locales y se decide sobre iniciativas sobre la vivienda o el registro de voto (por ejemplo, en Michigan, para que sea automático).

El año de la mujer

Las elecciones pueden traer novedades y tener peso en los candidatos a las elecciones presidenciales de 2020.

Algunos de los cambios ya han sucedido. En las elecciones donde se espera un récord de brecha de género entre demócratas y republicanos, se presentan 23 mujeres al Senado, 237 a la Cámara de Representantes y 16 a gobernadoras.

El número de candidatas ya ha batido los anteriores récords en las tres categorías y también en órganos legislativos locales por todo el país. El “año de la mujer”, como se etiqueta a estas elecciones en referencia a un fenómeno parecido en 1994, tiene un peso simbólico que puede afectar a las decisiones de 2020.

El resultado será probablemente más mujeres en las dos cámaras, aunque pocas más porque la mayoría se presentan en escaños donde ya hay mujeres y otra parte tiene difícil ganar. Algunas de las candidatas son estrellas ascendentes del partido demócrata, como Stacey Abrams, que puede convertirse en la primera mujer gobernadora de Georgia y en la primera mujer negra en cualquier estado, y Alexandria Ocasio-Cortez, candidata de 28 años por un distrito de Nueva York y que será la mujer más joven elegida en la Cámara de Representantes.

El test sobre inmigración

El principal mensaje de la campaña de Trump en 2016 fue contra los inmigrantes hispanos. Dada la buena acogida de ese discurso en regiones clave del país, está intentando volver a replicarlo, forzando los gestos aunque sean inconsecuentes.

La semana pasada, anunció un decreto para que los hijos de inmigrantes nacidos en Estados Unidos no sean ciudadanos de forma automática pese a que no tiene poderes para hacerlo: ese derecho está recogido por la Constitución y reafirmado por el Tribunal Supremo. Trump anunció también que mandaría 15.000 soldados a la frontera aunque la caravana de inmigrantes centroamericanos que intenta llegar a Estados Unidos para pedir asilo esté todavía a semanas de distancia caminando hasta la frontera y los soldados enviados no tengan autoridad para intervenir en asuntos migratorios.

La mayoría de los hispanos que viven en Estados Unidos reconocen ahora que se sienten más incómodos en su país, aunque tengan documentos e incluso hayan nacido aquí.

El mensaje de Trump ha envalentonado a quienes no quieren escuchar español por la calle y a quienes desconfían de cualquier persona por el color de su piel. Se han disparado los incidentes xenófobos, antisemitas y racistas en Estados Unidos, como documenta el medio sin ánimo de lucro ProPublica.

La estrategia de Trump de movilizar a su base más leal es difícil de entender dado su apoyo menguante, pero puede ser clave en unos pocos estados donde los republicanos lo tienen más fácil para conservar el Senado. “Ningún presidente ha hecho algo así”, recordaba en Chicago hace unos días Doris Kearns Goodwin, la historiadora presidencial que acaba de publicar un libro sobre el liderazgo de Abraham Lincoln, Teddy Roosevelt, Franklin D. Roosevelt y Lyndon B. Johnson.

El excongresista demócrata Israel también se sorprende de que Trump ahonde en su personaje y ni siquiera intente cortejar a los independientes o a los que están disfrutando de la mejoría de la economía y la rebaja de impuestos. “Si habla de economía, perdemos”, dice.

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