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The Guardian en español

Theresa May: impredecible, moralista y a un paso de Downing Street

Theresa May, a la llegada este martes a su última reunión de Gobierno como ministra.

Gaby Hinsliff

Para una mujer que está a punto de tomar las riendas del país, la calma de Theresa May en los últimos días parece casi sobrenatural. “Sigue siendo la misma de siempre: relajada y alegre. Nada hace suponer que existiera una sensación negativa en su mente”, dice una amiga de toda la vida que la vio de cerca durante la campaña. También es cierto que a diferencia de Leadsom, aparentemente dolida por un solo fin de semana de cobertura periodística hostil, May sabe mejor que nadie lo que se avecina.

Durante los últimos seis años, May tuvo que lidiar con disturbios callejeros, estuvo presente en la votación para ir a la guerra, y en ausencia del primer ministro dirigió una reunión de emergencia del Comité COBRA tras el asesinato del soldado Lee Rigby.

Desde hace años, May viene haciendo la tarea de forma diligente y, aunque no tenía previsto que David Cameron renunciara bajo estas circunstancias (y menos que se cayeran todos sus competidores), está más preparada que nunca. La pregunta es si esa preparación es suficiente para los difíciles tiempos que se avecinan.

Es probable que los imprudentes comentarios del noble conservador Ken Clarke, que la describió como una “mujer endemoniadamente difícil”, hayan influido de manera positiva en el voto de las mujeres. May aprovechó esa ventaja también durante la última campaña electoral, cuando prometió que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, muy pronto se daría cuenta de lo “endemoniadamente difícil” que podía llegar a ser.

Pero hasta los amigos de May conceden que hay verdad en la frase de Clarke. “Puede ser molesta”, dice en pocas palabras un colega que por lo demás la admira. “No es fácil trabajar con ella”. May defiende su postura de manera feroz y no parece importarle caer bien, algo inusual para un político.

Fue gracias a su típica política de “tómalo o déjalo” que May ha logrado el apoyo del 60% de sus colegas parlamentarios, a pesar de haberse negado a sobornar con ofertas de trabajo a los parlamentarios indecisos. Según Eric Pickles, ex ministro y aliado de May desde hace muchos años, “no puedes presentarte y decirle ‘dame el cargo de subsecretario de Estado de lo que sea y tienes mi respaldo’”: “Ella no trabaja de esa forma. Debes aceptarla incondicionalmente”.

Podría decirse que la comparación política más interesante no es con Thatcher sino con Gordon Brown, la última gran figura política en llegar a primer ministro prácticamente por aclamación. Los dos fueron niños de gran sobriedad en familias donde el padre era un ministro de la fé, sumergidos en un propósito moral y poseídos por una rígida necesidad de control. May es conocida por su resistencia a delegar tareas: necesita saber exactamente qué están haciendo los que están a su cargo y estar al tanto de cada detalle de una decisión (un estilo de microgestión que no podrá aplicar a todo un gobierno). Al igual que Brown, también exige lealtad a toda prueba (aunque, al contrario que Brown, generalmente no diría a tus espaldas lo que no te diría a la cara).

A pesar de su aparente terquedad, en privado May se muestra sorprendentemente abierta a las discusiones bien fundamentadas. Según un ex subsecretario que estuvo cerca de ella mientras se hacía la dura en una negociación, May casi siempre termina llegando a un acuerdo: “No es ‘porque yo lo digo’. Si a Theresa le presentas un argumento válido, está dispuesta a cambiar de postura”.

Tal vez no la adoren pero inspira admiración, un respeto cauteloso y la profunda gratitud de muchas mujeres tories que reconocen a May por construir dentro del partido la “asociación de mujeres propiamente dicha”, en palabras de la viceministra de Empresas, Anna Soubry. Fue muy apropiado que el partido presentara una breve lista compuesta por mujeres para presidir el gobierno más de diez años después de que May actualizara el sistema de elección de candidatos parlamentarios para incluir a más mujeres y a más minorías étnicas en la carrera por los escaños.

Lo que está bien y lo que está mal

El impulso de May siempre ha sido más moral que ideológico, un sentido muy personal de lo que está bien y lo que está mal. Eso hace que su mandato sea interesante e impredecible. Sus momentos más radicales (cuando le hizo frente a la corrupción en la policía, su pelea con Downing Street para lograr una investigación sobre abuso institucional de menores, el rechazo a los consejos de los empleados públicos) siempre han sido motivados por lo que sentía como un atentado contra la decencia. May detesta cualquier manifestación de falta de decoro en la función pública o los comportamientos desordenados o interesados que a veces desembocan en injusticia.

El lunes, May dio a conocer la política económica con un enfoque igualmente moralista cuando resumió sus planes para frenar la remuneración de los ejecutivos y para poner a los consumidores y los trabajadores en los consejos de administración. Pisándole el terreno al Partido Laborista, May planea lanzarse como la defensora de los “olvidados”, las personas con problemas financieros que votaron para salir de la UE porque no creían que su situación pudiera ir a peor.

Desde su circunscripción de Harlow, el ministro sin cartera y héroe conservador de la clase trabajadora Robert Halfon está de acuerdo con la descripción. En parte, Halfon le brindó su apoyo porque espera que May abogue por un capitalismo socialmente más responsable. Halfon no cree “que pase por su mente barajar y dar de nuevo”: “Creo que se enfrentará al capitalismo clientelista. Dije que deberíamos ser partidarios del Servicio Nacional de Salud (NHS) y no de las grandes empresas, no de esta gente nefasta que se aprovecha de los trabajadores”.

No resulta difícil imaginarse de dónde sacó May ese sentido del deber un tanto anticuado. Hija única del reverendo Huber Brasier y de su esposa Zaidee, nació en un pueblo rural de Oxfordshire, en el seno de una familia que vivía para satisfacer las exigencias de los feligreses de su padre. Como hija del pastor, se le inculcó desde pequeña que siempre estaría “expuesta”. Hasta el día de hoy mantiene su vena puritana; el dato más jugoso de su declaración jurada es que dona una gran suma a obras benéficas.

Tuvo una educación de clase media acomodada: dos años en una escuela privada, luego un bachillerato en un colegio local y después Oxford. Además, su matrimonio es conocido por ser muy sólido. Su marido, Philip, es banquero. Lo conoció en una discoteca para estudiantes del Partido Conservador.

Pero la vida de May no siempre ha sido fácil. Su padre murió en un accidente automovilístico poco tiempo después de que ella se graduara, y su madre, que tenía esclerosis múltiple, murió al año siguiente. Luego llegó la amarga noticia de que los May no podían tener hijos. Theresa May vio también cómo, uno por uno, sus compañeros varones de Oxford entraban al Parlamento antes que ella. A pesar de que obtuvo un rápido ascenso cuando por fin llegó a Westminster en 1997, May nunca logró formar parte del círculo interno de ningún líder político.

Tal vez haya sido necesaria cierta cuota de objetividad a la hora de dar el fuerte discurso tras la derrota de 2001, en el que May advertía que los Conservadores no volverían a ocupar el poder mientras se los considerase un “partido sucio”. Ese discurso sigue siendo un momento crucial en la historia de los tories, que presagió la modernización revolucionaria de Cameron cuatro años después. Mientras tanto, sobrevivir a las feroces repercusiones que siguieron a sus palabras le enseñó que era más fuerte de lo que pensaba.

Si el cielo se cayera, ella sabría qué hacer

Pero esos actos de arrojo siguen siendo poco frecuentes. Según un importante ministro compañero de May, a la nueva premier “le gusta seguir los caminos habituales”, es cuidadosa y no demasiado creativa. En muchas formas, May es la candidata de la continuidad. Los conservadores especulan con que los colegas de confianza puedan quedarse en sus cargos para hacer más fácil la transición. Hasta George Osborne ha hecho todo lo posible por ayudar, manteniendo varias charlas privadas con May en los últimos días.

En este momento de crisis nacional, ser cauteloso tiene sus beneficios. Halfon dice que, cuando le preguntó a los electores qué opinaban de un nuevo líder, la palabra que repetían era “seguridad”. May tal vez no tenga una gran visión política, pero da la sensación de que, si el cielo se cayera, ella sabría qué hacer.

Aún así, sigue habiendo preguntas que incomodan. Si May es una líder tan fuerte, ¿por qué desapareció durante el referéndum de la UE? ¿No estaría cuidando cínicamente sus apuestas, verdad? ¿Es posible que alguien a favor de permanecer en la UE pueda diseñar un Brexit que satisfaga a la derecha tory sin provocar la ira de sus fieles más centristas?

El fin de la carrera por el liderazgo implica que May no se ha visto obligada a aclarar sus puntos de vista sobre varias cuestiones polémicas relacionadas con el Brexit, con la inmigración como tema más importante. En su función de ministra del Interior, May se las arregló para tomar una posición marcadamente liberal en cuestiones de raza (por ejemplo, cuestionó los cacheos policiales porque muy a menudo se discrimina a los jóvenes negros) a la vez que estricta en cuestiones de inmigración. El año pasado, en la conferencia del partido declaró descaradamente que los niveles de inmigración actuales no eran cuestión de Estado. Una gran cantidad de parlamentarios se preguntan cómo puede conciliar dos posturas aparentemente tan opuestas.

“Realmente he luchado contra esto”, dice un parlamentario a favor de la modernización que apoyó a May solo después de mucha reflexión. “Sus puntos de vista acerca de los cacheos policiales, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la esclavitud simplemente no encajan con esto”.

Pero Pickles, que durante años trabajó con ella en la unión de la comunidad, dice que la ministra simplemente fue más rápida que los demás en entender lo tóxica que se había vuelto la cuestión de la inmigración. “Siempre pensé que, si se deja salir al genio de la lámpara, se hace muy difícil, pero creo que May detectó los primeros síntomas”, dice. “Creo que su discurso fue un intento genuino de sacarnos del abismo en el que caímos”.

Sea cual sea la verdad, los conservadores ya están dentro de ese abismo. Ahora es tarea de Theresa May sacarlos de ahí.

Traducción de Francisco de Zárate

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