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Almeida, entre el lobby de las terrazas y los barrios conservadores que se levantan contra ellas

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, se para en una terraza durante una campaña electoral.

Carmen Moraga

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El Ayuntamiento de Madrid que preside el dirigente del PP José Luis Martínez-Almeida en coalición con Ciudadanos lleva meses lidiando con los dos frentes que se le han abierto desde que estalló la pandemia: por un lado, quiere contentar al sector hostelero, al que ha dado todo tipo de facilidades para que no paralicen su actividad al considerar que son “el motor de la economía madrileña”; por otro, está viendo cómo tanta permisividad ha generado un fuerte malestar entre los vecinos, fundamentalmente de aquellos distritos y barrios donde el voto al PP es mayoritario, como el de Salamanca, Retiro o Chamberí.

Mientras Ayuso, al grito de “libertad”, era venerada durante la campaña de las elecciones autonómicas por jóvenes y propietarios de bares, el alcalde se reunía con el lobby del sector, las asociaciones del gremio, como AMER, los restauradores de la Plaza Mayor y Hostelería Madrid, para prometerles una reforma urgente en la ordenanza de terrazas que ahora el Ayuntamiento está ultimando. El plan es que las llamadas terrazas COVID continúen abiertas más allá del 31 de diciembre con grandes posibilidades de que se queden para siempre. De hecho, la vicealcaldesa de la ciudad, Begoña Villacís, ya se mostró a favor de ello hace tiempo.

“Se tiene que valorar que muchas de ellas puedan quedarse porque es un uso más inteligente del espacio público”, dijo Villacís, y porque, en su opinión, Madrid “no se puede permitir el lujo de perder más de 2.000 puestos de trabajo”. El tema causó fricciones entre los socios de coalición, hasta el punto de que los hosteleros agradecieron la postura de Ciudadanos, que tiene las competencias. De momento, parece que su postura va ganando. Los empresarios de la restauración a cambio han ofrecido a la corporación local “pagar una tasa como terraza ampliada” desde el 1 de enero de 2022, ya que hasta ahora han estado exentos de hacerlo. El número de nuevas mesas en terrazas por la COVID asciende a 5.700.

Según explicó la semana pasada la portavoz de la Junta de Gobierno, Inmaculada Sanz, la idea es poder buscar un equilibrio para garantizar la actividad de los hosteleros y la convivencia vecinal y ese es el fin que persigue la nueva ordenanza en la que trabaja el Ayuntamiento. Todo un difícil reto. Este martes, Villacís daba algún detalle al respecto y anunciaba un plan de embellecimiento de las terrazas. Entre las propuestas están los toldos que aíslan de ruidos o sonómetros públicos en zonas tensionadas, es decir, en aquellas en las que ruido supere el umbral permitido.

Madrid regresaba este lunes a la “normalidad” tras la decisión de la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, de poner fin de las limitaciones de aforo y de horarios. Según el decreto de la Comunidad de Madrid, a partir de ahora se eliminan los aforos en todos sectores de actividad económica o social, tanto en interior como en exterior. En hostelería y restauración se suprimen por tanto los límites máximos de ocupantes por mesa en interior y exterior, y el servicio en barra se recupera parcialmente al permitir consumir en ella sentado.

Precisamente el mayor enfado de los madrileños viene generado por la proliferación de estas terrazas COVID –más de 5.700 desde junio de 2020– que han hurtado a los residente de numerosas plazas de aparcamiento al estar instaladas por lo general en las zonas verdes del SER. Pero también por el ruido y las incomodidades que generan.

“Andar por la calle se ha convertido en una misión imposible. Las terrazas lo invaden todo. En mi zona se han tenido que reubicar cubos de basura porque nos han quitado el sitio donde habitualmente los poníamos. Hay bancos condenados sin poder sentarse en ellos, rodeados de motos encima de la acera. Yo, personalmente, nunca había visto nada igual en los muchos años que llevo viviendo aquí. Estoy harta de esto y me consta que somos muchos más”, se queja Pilar, vecina del barrio de Salamanca y propietaria de una vivienda en la calle de Goya, justo enfrente del WiZink Center.

La madrileña confiesa que el sábado pasado llamó a la Policía Municipal: “No podía pasar con el carro de la compra porque uno de los bares cercanos a mi casa había colocado frente al espacio habilitado para su terraza, que ya es enorme, una mesa alta con un cartelón con el menú y apenas dejaba sitio para pasar”. Cuando volvió de sus compras, la mesa y el tablón de anuncios había desaparecido. “Por lo menos comprobé que me había hecho caso”, se alegra Pilar.

Salamanca, junto con Retiro, es uno de los distritos más 'castigados' por la concentración de terrazas tanto permanentes como provisionales (permitidas por el COVID). De hecho, la saturación de terrazas en la ciudad ha llegado a tal extremo que la Junta Municipal de Retiro decretaba el pasado jueves la suspensión de la tramitación de las nuevas solicitudes de terrazas y veladores, tanto COVID como no COVID, en las zonas más “tensionadas”. De este modo, el Ayuntamiento paralizará todo lo que suponga un “incremento del espacio utilizado por las terrazas o la instalación de toldos, separadores fijos anclados, maceteros o decoración vegetal, cerramientos o estructuras ligeras o cualquier otro elemento con fijación al pavimento” en las calles de Ibiza, Sainz de Baranda y Menéndez Pelayo. Según aclaró posteriormente la portavoz municipal, se trata de un “proyecto piloto” que no se extenderá de momento a otros barrios.

Pero las protestas arrecian sobre todo en zonas que antes eran consideradas tranquilas. “Al principio las terrazas no me molestaban porque el ruido y la juerga se acababa pronto. Luego se alargó hasta la medianoche. Los chavales se quedan por ahí bebiendo, en la plaza, hasta que alguien avisa a los municipales y los echan, explica Luis, vecino del barrio de la Fuente del Berro.

Muy cerca de su colonia, en la calle Hermosilla casi esquina con Doctor Esquerdo, está ubicada 'La Cocina de Hermosilla', un bar regentado desde hace cuatro años por un matrimonio de la República Dominicana, uno de tantos por la zona, que logró permiso para instalar en el hueco en donde antes aparcaban los coches una de estas terrazas COVID. Escar Pérez, el Flaco, como le llaman familiarmente, lleva en España 12 años y trabaja el negocio con su mujer, Epifania. Según dice, en todos estos meses no ha tenido “ningún problema” con el vecindario.

A medianoche, Escar desaloja la terraza y deja que los clientes consuman dentro del local en mesas o en la barra hasta las dos de la madrugada. “Yo soy apolítico. Soy neutral”, aclara, aunque no oculta que está contento con la gestión que están haciendo el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad. “Nos dan facilidades. Si no, no podríamos sobrevivir”.

Otro distrito, quizá el que más ha demostrado un gran predicamento por la presidenta de la Comunidad de Madrid, es Chamberí. Ahí, donde el 4M el PP arrasó, muchos hosteleros de la calle Ponzano –atestada de terrazas COVID– colocaron en sus establecimientos durante la campaña fotos de la candidata del PP en las que se decía: “Yo, con Ayuso” y carteles con el lema “Ayuso somos todos”.

Junto a Ponzano, la Plaza de Olavide, centro neurálgico de este distrito, es otro de los mayores puntos de concentración de terrazas tradicionales. Allí, en contra de lo que ocurre en otras de las zonas visitadas por esta redacción, tanto los vecinos como los hosteleros consultados aseguran que están “encantados” con la “vidilla” que hay. Así lo asegura Francisco, dueño del Kybey II, el bar que regenta “desde hace 33 años”. Según afirma, durante todo ese tiempo “jamás” ha tenido problemas ni con la vecindad ni con la Policía Municipal. “Hay que activar la economía”, dice, asegurando que en su opinión tanto el Ayuntamiento como la Comunidad “lo están haciendo muy bien”. “Lo que hace daño son los botellones que montan los jóvenes irresponsables”, apostilla.

Francisco vive a la vuelta de la esquina de su negocio, en la calle Palafox, al igual que Sandra, una joven madre de un bebé que lleva en el cochecito, con el que se para en la puerta del local mientras charla con Gloria, jubilada y también vecina de la calle Palafox. Ambas bromean sobre sus respectivas simpatías políticas. Las dos coinciden en que es bueno que la hostelería funcione ya con “normalidad” y aseguran que la convivencia con el ruido en la plaza es “tolerable”. “Aquí se respetan los horarios y nunca hay líos”, afirman.

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