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La histórica pizzería que cierra por la presión inmobiliaria en Huertas: “Levantamos esto cuando nadie daba un duro por el barrio”

Interior de la Pizzería Cervantes.

Mario Escribano

La pizzería Cervantes no podrá celebrar su 40 aniversario en su local de siempre. Ni siquiera en el propio Barrio de las Letras, donde llevan desde 1980. La inmobiliaria Decor II, vinculada a los hermanos Alberto y Pedro Cortina Koplowitz, ha comprado todo el edificio y lo quiere despejado. Mientras, el Ayuntamiento de Madrid no les permite explotar su licencia de bar en otro local de la zona. ¿La razón? Se trata de un área que el consistorio ha declarado como “saturada”, pues es parte de la denominada Zona de Protección Acústica Especial (ZPAE) del distrito Centro, aprobada en 2012.

“Estábamos dispuestos hasta a pagar una subida del alquiler, pero es que quieren que nos vayamos”, lamenta Lucas Farioli, hijo de la fundadora y socia Graciela Barbieri, que llegó a España huyendo de la dictadura argentina a finales de los años 70. “Soy uno más del equipo, llevo la web, las redes sociales y cuando falta gente vengo yo: he estado en la cocina, en los baños, en el salón, en la barra y donde necesiten”.

A su lado, en una pequeña mesa al aire libre que hay en la entrada, en el número 8 de la calle León, está Luis Cavani, el encargado del local y otro de los socios (en total son cuatro). “Todo el edificio era de un propietario, y por una cuestión de tiempos no se llegó a renovar el contrato. Encontró una gente que le compraba el edificio y decidió venderlo”, explica: “El capitalismo tiene sus reglas y no puedo hacer nada contra eso”.

Así, la intención es que la pizzería se “pueda trasladar a otro sitio cercano para mantener al público”. “El Ayuntamiento, al ser una zona protegida, pone limitaciones a los bares y entonces no me permiten que mi licencia la pueda llevar a otro lado”, asegura el encargado, que agrega que “tenemos público, empleamos a diez personas y queremos seguir haciéndolo porque tenemos capacidad para ello”. “Yo no puedo hacer nada para evitar que vendan edificios, pero ya que hay locales en la zona, lo que pido es que nos permitan seguir en el barrio”.

Consultados por este periódico, desde la Agencia de Actividades -dependiente de la Concejalía de Desarrollo Urbano Sostenible- se remiten a la normativa que regula la ZPAE, cuya revisión fue aprobada a finales de abril por el consistorio. “Prácticamente en todo el distrito no se pueden abrir nuevos locales de hostelería”, alegan desde este organismo, donde sugieren que sí “puede acceder a un traspaso o compra de local que tenga licencia concedida para la misma actividad o muy similar”.

El problema para la pizzería Cervantes es que solo han encontrado un local en el barrio con salida de humos y un alquiler asumible, pero no tiene licencia de bar o restaurante, sino de establecimiento con “barras de degustación”, pues antes allí había una churrería. Es decir, para recoger comida para llevar o, a lo sumo, no gastar mucho tiempo en consumirla en el interior. Esto les llevaría a un modelo de negocio similar al de las pizzerías abiertas 24 horas que han brotado en el centro. “Es ideal para los guiris borrachos, y eso es seguir ensuciando el barrio. No es lo que buscamos, sino seguir con nuestra marca”, critican. De hecho, varias decenas de bares y restaurantes han utilizado la figura de la “barra de degustación” como argucia legal para abrir nuevos locales que no se ajustaban del todo a lo estipulado.

Atrapados entre la especulación y la burocracia

“Estamos entre los fondos buitre, que llegan con la pasta y te mandan a la calle, y entre el Ayuntamiento, que está en parálisis y es implacable con la saturación de la zona”, plantea Lucas. “Siempre perdemos los mismos, los currantes. Aquí no somos millonarios, esto nos da para comer y enviar dinero a nuestra familia”, asegura también él, que espeta que su familia “vino sin un duro, escapando de la dictadura”.

De hecho, Lucas admite simpatizar con la alcaldesa, Manuela Carmena, por lo que afea que el consistorio “no tenga ni un ápice de piedad”, aunque matiza que es algo que debería ocurrir “sea del color político que sea” pero “ya que son progresistas, que lo demuestren”. “Me gustaría que respondiera ante la gente e hiciera algo ante los buitres”.

También señalan la llegada de franquicias a la zona, como Goiko Grill o Tony Roma’s, mientras “apenas quedan bares de toda la vida”. “Queremos seguir trabajando, queremos seguir pagando impuestos y queremos seguir dando trabajo a nuestros empleados, que son diez familias que se van a ir a la calle, y eso también nos preocupa”.

De sastrería de toreros a pizzería

La desaparición de los comercios ‘de toda la vida’ en el centro de Madrid se aceleró desde enero de 2015 con el final de los contratos de renta antigua, y aún no parece haber llegado su fin. A 300 metros de la pizzería Cervantes está el Café Central, que hace un lustro estuvo al borde de cerrar, pero consiguió una prolongación del alquiler que acaba en 2020. “Allí tienen el mismo problema, aunque es un lugar icónico, la meca del jazz en Madrid, y se han movilizado mucho más, pero tienen los días contados. Al final, el objetivo es echarlos y que monten otra franquicia”, advierte Lucas.

León 8 no es un edificio protegido, con valor histórico o patrimonial reconocido, pero sí que ha tenido historia ilustrativa de las transformaciones del comercio en el centro. Cuando la fundadora de la pizzería llegó allí, estaba completamente abandonado, pero antes había sido una tasca castiza, de la cual se mantienen algunos elementos de la decoración a día de hoy (por ejemplo, a través del azulejado). Antes, a principios del siglo XX, fue una sastrería de trajes de torero.

Tras hacer una ampliación del local, descubrieron varias mesas de costura hacinadas en un almacén. Ante la escasez de recursos para amueblar el bar, decidieron rescatarlas y, desde entonces, son un elemento más de la pizzería. A día de hoy, buena parte de los comensales se sientan a unas mesas de costura que aún conservan su correspondiente rueda y pedal.

La Cervantes abrió primero como heladería, pero luego añadió los crepes. Después, empezaron con las empanadas argentinas -“lo que sabemos hacer”, sonríen- y más tarde añadieron la pizza que, destacan, “es muy popular en Argentina” y la prefieren a la italiana. El negocio fue evolucionando hasta hoy, donde también es un local concurrido en la hora del desayuno.

“Se está destruyendo todo el centro”

“Hace 40 años que lo llevamos. Es mucho tiempo y mucho esfuerzo para que nos manden a la calle. Le hemos puesto mucha dedicación, la hostelería no es fácil”, reivindica Lucas, el hijo de la fundadora, que subraya que “levantamos esto cuando nadie daba un duro por el barrio, y ahora nos quieren echar y nos parece una vergüenza”. En los años 80, la situación del barrio era completamente distinta, con serios problemas de suciedad y drogadicción en sus calles. “Recuerdo todo eso, pero hemos estado resistiendo”, comenta antes de admitir que “nos da rabia tener que irnos ahora del barrio, que no te diría que está muy bien tampoco, pero es otra cosa”.

Lucas cuenta que, además del comercio, “lo que ha cambiado es la población”: “Recuerdo que había gente del barrio, que nos contaban sus historias, pero se han ido desplazando y es una pena”. De hecho, los vecinos de León 8 ya se han comenzado a marchar. Además, según estos hosteleros, en el edificio “no se puede vivir” por su mal estado, por lo que tendrá que ser reformado en profundidad, si no derribado.

“Toda la gente que vivía arriba se ha terminado yendo, es la modalidad que está surgiendo en la ciudad. Ahora todo son turistas”, agrega el encargado mientras Lucas resume: “Me parece genial que haya turistas, pero tiene que ser un turismo que aporte, no un turismo destructivo y de borrachera”.

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