Un paseo de cinco kilómetros de escombros a la orilla del Manzanares
Los vecinos del Ensanche de Vallecas, en el sureste de Madrid, piden andar hasta el río Manzanares sin tener que esquivar vidrios y escombros; frigoríficos, sillones y váteres; llantas y hasta placas de amianto. La asociación de vecinos del barrio reclama a las autoridades desde hace tres años recuperar el camino que conecta el parque de La Gavia con el río. Es un recorrido transmutado, en la práctica, en un vertedero ilegal de cinco kilómetros.
Más allá del Ensanche de Vallecas (54.000 habitantes), hay campo. Colinas que antes fueron vertederos y han sido recuperados, un arroyo estacional que no lleva agua, olmos, almendros y algunos pájaros. Un paseo agradable hasta el río Manzanares si no fuera por los vertidos ilegales que se acumulan en los bordes y en el medio del camino, como en otras zonas de Madrid. Montículos de basura que crecen semana a semana.
“Uno renueva la cocina y te encuentras con todos los muebles antiguos aquí tirados. Esto es cartón yeso, allí hay cristales de lunas de coches, tubos de electricidad, un aire acondicionado. Pues aquí... la decoración de un chino”, señala Enrique Villalobos, vocal de la asociación vecinal PAU Ensanche de Vallecas mientras avanza por el terreno. Villalobos cuenta que con frecuencia los vecinos ven furgonetas y coches particulares descargar vertidos en la zona.
“Y luego en verano, sobre todo, pero en otros momentos también, hay gente que llega y le mete fuego. Y te encuentras aquí una humareda negra que te comes tú”, lamenta. Pasa por zonas donde el suelo está quemado y divisa un par de fuegos activos; se tapa la nariz para protegerse del olor a plástico quemado. Detrás, asoman los edificios amarillos, verdes y grises del Ensanche: “Estamos muy cerca”.
La ruta, que se conoce como Camino de la Magdalena, comienza en el parque de La Gavia y transcurre por una cañada, que por ley debería estar protegida, asegura Villalobos. Hacia un lado, está Mercamadrid y en la otra orilla, la carretera de circunvalación M-45. En estos terrenos solía haber huertas antes de la década de 1990, según recuerda. “Con la aparición de Las Barranquillas, uno de los poblados de la droga más grande de Madrid, se degradó mucho y la gente lo abandonó. Cuando a principios de siglo se desmanteló el poblado, se dejaron todos los escombros de las chabolas”, explica Villalobos. “Como ya estaba hecho una porquería han traído más porquería todavía”.
Pedro Romero, de 53 años y vecino de Vallecas, iba de excursión a la zona cuando era pequeño: “Lo recuerdo limpio, lo recuerdo campo”. Pero ahora es un lugar olvidado, dice, y a la gente que antes venía ya no le apetece acercarse. Piensa que ya está bien: “Llevamos 30 o 40 años con Valdemingómez, llevamos toda la vida con la basura, Vallecas no puede ser el basurero de todo Madrid”.
Los vecinos han reclamado a las diferentes administraciones que recuperen la zona, que la limpien y la hagan transitable a pie y en bicicleta; que pongan barreras en los accesos para restringir el paso de vehículos; que la policía vigile para evitar vertidos. “Si no fuera por las cantidades ingentes de basura los vecinos podrían dar una paseo agradable con la bici, con sus hijos”, lamenta Juan Freijo, miembro de la asociación vecinal, que llama a que los vecinos también se impliquen: “O presionamos o esto va a ser permanente”.
Las competencias de limpieza, tratamiento y gestión de residuos en el Ensanche de Vallecas son municipales, señalan fuentes de la Comunidad de Madrid, mientras que las competencias de disciplina medioambiental corresponden al Gobierno regional. Sin embargo, “es un camino complicado” porque tiene tramos que son públicos, otros privados y zonas por las que pasa una vía pecuaria, cuyo mantenimiento corresponde al Gobierno regional, aseguran las mismas fuentes. Tanto la Comunidad como el Ayuntamiento afirman que en la zona se hacen inspecciones y se abren expedientes sancionadores a los infractores. Pero la basura se sigue apilando.
Rosa María Pérez, presidenta de la asociación vecinal, opina, sin embargo, que “los primeros responsables” son las personas que tiran residuos allí de forma ilegal para no pagar las tasas de vertido. Para Pérez, “una de las cosas por las que se viene a verter es porque no hay nadie”. Mientras camina por la zona un domingo, apenas se cruza con un par de ciclistas y dos personas que han montado una chabola en los terrenos. “Con que la gente lo utilice ya no va a haber vertidos”, asegura. A su alrededor, ahora, hay basura en todas las direcciones. A cada paso se sorprende: “Esto no estaba, se ha triplicado”.