Parte del Palacio de Ustáriz ha dejado de existir
Las máquinas y las vallas de obra ocuparon la semana pasada la calle Mejía Lequerica. Incluso en una zona acostumbrada al polvo de las demoliciones, por la cercanía de las obras del mercado de Barceló, la presencia de las máquinas extrañó al vecindario. A nadie se le escapa que el estado del Palacio de Ustáriz era ruinoso, pero su valor patrimonial no invitaba a imaginar un final -si quiera parcial- de piqueta.
Entrando en la década del 2000 el palacio se iba a haber convertido en hotel. Merced a aquel inicio de reforma nació el recrecido metálico con el que se le iba a subir un piso y la techumbre metálica que aún hoy se puede ver. Sin embargo, la corrupción urbanística, encarnada en el proceso Malaya (el palacio fue adquirido por José Antonio Roca), entró súbitamente en la vida del inmueble, con protección máxima de edificio singular. Mientras que el palacio se convertiría en hotel de lujo, el jardín histórico sería un aparcamiento. Finalmente, su destino fue el abandono.
Según los operarios que dirigían la demolición, no hay previsto construir nada en el solar, simplemente la parte derribada del edificio amenazaba derrumbe. También según ellos, esta parte correspondía a un añadido posterior que carecía de la protección de la escuadra que aún queda en pie, que sería la construcción original. La parte derribada sería parte del palacio, pero no la “zona noble”, sino que correspondería a la zona de servicio y las cocheras.
El de Ustáriz es uno de los pocos entornos palaciegos del siglo XVIII (aunque reformado en el XIX) que quedan en pie y tiene una peculiar arquitectura neoclásica que tampoco abunda en la ciudad. Hay quien no hace tantos años, cuenta haber entrado en él y haber podido contemplar los restos de lo que se adivinaban lujosos salones y bellos frescos. Durante parte del siglo XX, en el 25 de la calle San Mateo (la bella puerta del palacio corresponde a este número) estuvo la comisaría del distrito de Hospicio, y los más viejos del lugar pueden recordar también una vaquería en el inmueble. En el jardín, devastado también por el abandono, hay valiosos árboles de edad avanzada, que han convivido en los últimos tiempos con el material de obra amontonado allí.
Algunos vecinos consultados por este medio señalan que nadie conoce en el barrio la situación del inmueble tras el
turbio episodio de Malaya, aunque algunos apuntan que podría haber vuelto a
manos de sus antiguos propietarios.
Sea como fuere, la sensación que queda ante el boquete visible en la calle Mejía Lequerica es que una vez más se ha dejado morir parte de nuestro patrimonio. El palacio está en un estado lamentable y los restos del amago de intervención que asoman sobre sus muros recuerdan que no hace tanto la edificación era útil para construir sobre sus mimbres. Unos años de abandono han sido suficientes para casi matarlo. Esperemos que se dé pronto solución al jardín y al palacio para que no acabe sumándose al nuevo solar con el que contamos en el barrio desde la semana pasada.
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