Prueba del Volkswagen Taigo 1.0 TSI DSG: un modelo que convence salvo por el cambio
Con el Taigo, el tercero de los modelos que fabrica en la planta navarra de Landaben, Volkswagen se ha propuesto explotar una veta en la que, como otros fabricantes, ha adivinado gran rendimiento. Trata, en resumen, de ofrecer la mayor variedad de opciones dentro del segmento de los SUV de tamaño compacto y, a su vez, de insistir en unas siluetas que cada vez cuentan con más adeptos, las de tipo cupé.
El Taigo utiliza la misma plataforma que el Polo y el T-Cross, los otros dos vehículos producidos en Pamplona, pero por medidas se halla más cerca del T-Roc, que compite ya en el segmento C. Para entendernos: puede pasar por un Polo sobreelevado o por un T-Cross estilizado, en el que la pronunciada caída del techo en el tramo final de la carrocería consigue combinar elegancia con deportividad.
En lo que atañe a la utilidad del coche en el uso diario, lo mejor es que ninguna de las decisiones de diseño adoptadas tiene una repercusión especialmente negativa en la habitabilidad de las plazas traseras. La altura disponible basta para albergar a pasajeros de más de 1,80 metros de estatura, y el espacio para las piernas es el que cabe esperar de un vehículo de solo 4,26 metros de longitud. En definitiva, el usuario del Taigo puede presumir de estilo, pero sin apenas pagar un precio por ello.
Más bien al contrario, pues el recién llegado es 15,6 centímetros más largo que el T-Cross y, además de conservar el espacio interior, se permite ampliar la capacidad del maletero hasta unos sobresalientes 438 litros (con los asientos posteriores en su posición normal; hasta los 1.222 si los abatimos). Eso sí, aquí el asiento posterior es fijo, mientras que el del T-Cross se puede deslizar 14 cm longitudinalmente.
Hemos tenido ocasión de probar en días pasados la versión intermedia -por potencia- de la gama Taigo, equipada con un motor tricilíndrico de gasolina que entrega 110 caballos y estaba asociado, en nuestra unidad, a un cambio automático de doble embrague DSG de siete velocidades. Este suma 1.325 euros a la factura final del coche.
No puede decirse que 110 caballos sean pocos para un modelo que no es precisamente grande ni pesado. De hecho, la aceleración hasta 100 km/h desde parado resulta aceptable (10,9 segundos) y el paso de 80 a 120 km/h, que se completa en menos de 8, nos garantiza una respuesta adecuada y, sobre todo, segura a la hora de realizar adelantamientos.
Sin embargo, en cuanto nos ponemos en movimiento a los mandos del Taigo queda de manifiesto inmediatamente una cierta pereza en el avance que nos desconcierta. Seleccionar los distintos modos de conducción disponibles (Eco, Normal, Sport e Individual) apenas sirve de algo, aunque el más deportivo mejora la respuesta y el primero convierte al coche directamente en una especie de tortuga.
Una cuestión de desarrollos
La conclusión a la que se llega rápidamente es que Volkswagen ha escogido en este caso unos desarrollos de transmisión desmesuradamente largos que lastran de manera notable las prestaciones del Taigo. Tras sucesivas probaturas, decidimos que lo mejor -y, de nuevo, lo más seguro- es circular siempre, incluido en ciudad, con la palanca de cambios en su modo más deportivo (S).
A diferencia de lo que sucede en muchas cajas dotadas de dos modalidades de funcionamiento, la normal y la deportiva, en esta no sufrimos de regímenes de giro elevados y molestos, sino que logramos que las marchas se vayan enlazando con suavidad y con el brío necesario para desenvolvernos de forma holgada entre el tráfico.
De esta forma, evitamos además tener que acelerar demasiado para obtener las prestaciones que resultan razonables. El resultado, que puede parecer paradójico pero no lo es en realidad, es que en modo S nos movemos más solventemente y con un consumo menor que usando el normal (D). En nuestro recorrido habitual de pruebas, el promedio se situó en unos moderados 6,3 litros/100 km a pesar de escoger en todo momento el modo deportivo.
En carretera, el Taigo tiene un rodar confortable y estable, como de vehículo bien asentado en el asfalto. Ni tiene un comportamiento deportivo ni lo pretende, y en consonancia con ello proporciona un habitáculo más que correctamente aislado del ruido exterior para que los desplazamientos discurran en un ambiente relajado y tranquilo.
Sin versiones con algún tipo de hibridación a la vista, el modelo alemán está a la venta con motores de gasolina que le hacen acreedor de la etiqueta C de la DGT. El más pequeño es un tricilíndrico de 95 CV que, ligado al acabado Life y con cambio manual de cinco velocidades, sale por 24.275 euros. La gama se cierra con el Taigo R-Line, de aire más deportivo, que, provisto de un motor de cuatro cilindros y 150 CV, cuesta 31.315 euros.
En medio queda el motor de tres cilindros y 110 CV que ha pasado por nuestras manos y que puede llevar bien la terminación básica Life bien la R-Line, así como caja manual de seis marchas o DSG de siete. Los precios oscilan en este caso entre los 25.025 y los 29.310 euros.