Siempre me gustó la manera de hacer cine de Truffaut, siempre regreso una y otra vez. Y siempre sin saber por qué, cuando al azar elijo una de sus películas, tengo la necesidad de ver otra y otra, como los que se enganchan a una serie televisiva de moda. Así vuelvo a ver otra vez esos 400 golpes y siento la misma emoción de la primera vez que me encontré con su protagonista Antoine Doinel.
La historia de ese joven adolescente parisino que, por falta de atención de la familia, se ve abocado al fracaso a escolar. Nada nuevo, también en nuestra actual realidad, para muchas familias que no pueden conciliar la vida laboral y familiar, les ocurre a otros Doinel.
La historia de Antoine Doinel es la historia de muchos Doinel. Así buscó y encontró Truffaut a ese actor: «En septiembre de 1958 puse un anuncio en el periódico France-Soir con el fin de encontrar un chaval de 13 años que representara al héroe de Los 400 golpes. Se presentaron unos sesenta niños y les hice pruebas en dieciséis milímetros a todos; me limité a hacerles preguntas sencillas, con la intención de encontrar un parecido más moral que físico con el niño que yo creía haber sido“
En la ópera prima de Truffaut, rodada entre diciembre de 1959 y enero 1960, con escasos medios hay fundamentalmente dos cosas: Verdad y Belleza. En esa rebeldía de Antoine, cualesquiera que sean los motivos, se plantea las rebeldías de cualquier escolar en cualquier época. Rodada ocho años antes del famoso Mayo del 68 en el que los estudiantes buscaron otro mar, como en la película lo busca Doinel, con aquel eslogan: “Sous les pavés, la plage! ”¡Bajo los adoquines, hay una playa!“.
En una secuencia de la película el profesor castiga a Doinel durante clase y exclama a los alumnos: “Ah, bonita Francia, dentro de diez años”, y en otra escena dos profesores comentan como los niños ya vienen maleados de casa.
No voy a hablar del sistema educativo y, sin embargo, ahí están siempre los tres pivotes: la educación que los niños reciben en casa. La enseñanza en las aulas y la calle, la vida social de cada alumno. Tampoco voy a hablar aquí de la última Ley de Educación, de su consenso o disenso, ni de las leyes anteriores, ni de algunos amigos que han hecho carrera escribiendo o criticando a la E.S.O., ni siquiera de los chiringuitos que utilizan la educación como negocio. Pues, eso.
Voy a hablar de esta hermosa película, como la vida misma, de esos 400 golpes que te llevan con emoción a tus años escolares, a tus primeros “novillos”, en los que saboreabas la ciudad en horas prohibidas, mientras inventabas la excusas, a tus padres, en el caso de que te descubrieran, que inevitablemente te recuerdan las caras y las características que tenían tus maestros. Ante las adversidades Doinel no le encuentra sentido a la educación que recibe y quiere trabajar. Y lo entiendo, yo que fui alumno de esas escuelas primarias, con leche en polvo americana, de esa época también de 400 golpes o palmetazos, en la que tuve que abandonar la escuela, antes de los 14 años, con aquella enciclopedia de Álvarez de 2º, pero eso es otra historia. Intensa y vívida.
Siempre me gustó el cine de Truffaut y también fui cumpliendo años con ese niño de la película, con ese actor Jean-Pierre Léaud, que se hizo mayor y protagonizó “Besos robados” o “Domicilio Conyugal. Nunca pierdo el tiempo cuando veo esos 100 minutos de ”Los 400 golpes“. Es una delicia esta película y siempre me place volver a acompañar a Doinel en su gran ilusión, ver el mar. Creo que en fondo y en la forma soy un hijo de la ”nouvelle vague“
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