Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.
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Un barco de salvamento se acerca a una zona de un naufragio, llega tarde por los impedimentos administrativos de Europa y el hostigamiento militar libio, acordado con la Unión Europea (UE). Se encuentra una maleta flotando agarrada por una persona sin vida. Era su maleta, es una maleta vieja y rota, asegurada por una cuerda. En su interior, pocas pertenencias: una fotografía de su hijo, de su familia, una pequeña poesía cuando se declaró porque era tímido y no supo hacerlo de otra manera. Tal vez una maleta llena de esperanza y de miedo a la misma vez. Una maleta que nunca pensó tener ¿para qué.
Vivía en su país, vivía con poco, con muy poco, pero con una inmensidad de cariño, ternura, amor y amistad. Una maleta ¿para qué? Nunca pensó salir de su país, quería morir donde nació, con los suyos. Una maleta ¿para qué? No tenía grandes aspiraciones, ni grandes pretensiones, ni grandes ambiciones, ni siquiera viajar, sólo quería vivir y vivir en paz.
Pero, un día la violencia y la guerra y el hambre apareció con toda su crueldad, se llenó de gente armada, vio nombres que nunca había visto ni oído, con el tiempo se enteró que eran nombres de multinacionales, acompañadas con la publicidad de la solidaridad y la ayuda, con dibujos de personas sonrientes y con las manos tendidas.
Las nubes negras del terror, de la sangre cubrieron el cielo claro y el cielo estrellado, ese cielo hermoso y brillante que hasta ahora contemplaban, como un cielo protector y cálido. Sabía que lo iban a obligar a coger un arma, tal vez española, francesa, china o rusa o alemana; que tendría que matar, asesinar y violar; y que esto llegaría más tarde o temprano. Y si se negaba le pegarían un tiro a él y a su familia y, posiblemente, antes de matarlo le obligarían a ver la violación de su mujer y la muerte de su hijo. La ambición de las trasnacionales y la corrupción política destruyen la vida. La sonrisa dio paso al llanto, el amor dio paso al odio, el arraigo dio lugar al éxodo, a la huida.
Nunca pensó tener una maleta ¿para qué? La codicia vestida de política y de argumentos cínicos de democracia y Derechos Humanos arrasa la bondad y lo entrañable de la vida. Sabía que tenía que poner a su familia a salvo y buscar un futuro fuera de su tierra, de esa tierra que tanto amaba.
Buscó una maleta en el vertedero y encontró una maleta vieja y rota, la arregló como pudo, metió sus pocas pertenencias y sobre todo, algunos recuerdos, que pudiera mirarlos y le dieran fuerza. Se encaminó a Europa, pagó a una mafia todos sus ahorros porque no hay corredores humanitarios. A la gente se les deja en manos de mafias, la ONU se lava las manos, es un buen negocio los refugiados.
Coge su maleta y mira hacia atrás, con lágrimas en los ojos, con el corazón desgarrado, entre la certeza de la muerte si se queda y la probabilidad de morir. Elige la probabilidad porque es un hilo de esperanza. Es un viaje entre la muerte y la esperanza.
¿Qué hace posible que una persona resista este éxodo terrible y horrible? El amor a los suyos, él sabe que de su supervivencia depende la supervivencia de los suyos, su fracaso es condenar a los suyos. Sus pies destrozados, el hambre, la sed, la enfermedad, la violencia no pueden con él. Cuando desfallece se acuerda de su hijo, de la sonrisa de su mujer y como un milagro le hace retomar el camino.
Sufre robos, le abren la maleta y le tiran las pocas pertenencias sin ningún valor para los ladrones. De nuevo mete sus míseras pertenencias en su maleta vieja y rota, pero que para él es toda su vida y su futuro. No se resiste, porque resistirse supone morir. Ha visto como han disparado a gente por negarse a entregar el móvil, ese instrumento, no de capricho, que les permitía comunicarse, negarse al robo y a los golpes supone el asesinato.
Sigue caminando con su maleta, con sus pensamientos y sus sentimientos, esquivando a la gente que cae al suelo muerta o moribunda porque las fuerzas físicas les ha abandonado. No pueden parar ni para enterrarlos.
Por fin, llegan a la costa. Europa está más cerca, la esperanza es posible, es cuestión de días embarcar. Le gustaría poder comunicarse y mira al cielo estrellado y les pide a las estrellas que cuiden de su familia y que les diga que le queda poco para llegar, que en un tiempo no muy largo se reencontrarán, que se darán un abrazo interminable, que caerán al suelo acariciándose y que sus corazones se entrelazarán. Su vieja y rota maleta le sirve de almohada, de vez en cuando la abraza y se cobija en ella para soportar el frío y, de alguna manera, para sentir el cariño de su gente.
Duerme tranquilo, hasta que los gritos y una patada lo despiertan, tiene que embarcar inmediatamente, su corazón se acelera y monta en un lateral y ve como en su lado opuesto hay unos padres con sus hijos, llorando de pánico. Pero, él no sabe que la sensibilidad y la conciencia han dado paso a la indiferencia, al casi olvido, que la política de los gobiernos del miedo y el egoísmo ha dado resultado, que el presidente francés Macron, en nombre de la UE, se reunió con los generales libios y se les dio dinero con el objetivo de hostigar militarmente a los barcos humanitarios, que el Gobierno italiano ha aprobado un protocolo que dificulta a estas ONG el salvamento, que muchos países han cerrado sus fronteras, han puestos concertinas, que los gobiernos están incumpliendo el Derecho Internacional, los Derechos Humanos, entre ellos el español, mientras siguen vendiendo armas y robando sus recursos.
Se adentra en el mar, aferrado a su vieja y rota maleta, el silencio de la gente “se escucha”, sólo el llanto de los niños produce sonido. El barco se mueve y a la hora siente el agua en sus pies, el barco deteriorado no resiste, cada vez entra más agua, la angustia y el pánico se apodera de todos, el motor deja de funcionar y lanza una señal de socorro, señal escuchada por un barco de una ONG y avisa, pero las autoridades administrativas piden calma ante la exasperación de la gente de salvamento.
Cada segundo que se tarde es una vida que se pierde, cuando logran la autorización administrativa se dirigen a toda velocidad hacia la zona, y para más desesperación un guardacosta libio lo hostiga, cruzándose en su camino con la acusación falsa de que están en aguas libias, el acuerdo con la UE funciona, cuando deja de hostigar sigue su camino, han perdido mucho tiempo.
¿Qué ha pasado en ese tiempo? La barcaza ha naufragado, los gritos se convierten en aullidos de dolor, él sigue agarrado a su maleta vieja y rota y con la cuerda logra atarse a la maleta formando un solo cuerpo. Cada vez se oyen menos gritos y los llantos de los niños se apagan, el mar se los ha tragado, ve el cuerpo inerte de una madre abrazado a su hijo.
Intenta mantenerse a flote, pero las fuerzas les fallan y cada vez traga más agua, se serena sabiendo que es su final, pide perdón a su familia porque ha fracasado, por no poder despedirse, su última imagen es su familia, el primer beso que le dio a su mujer, la alegría del nacimiento de su hijo y el abrazo de sus padres cuando inició su éxodo. Brota unas lágrimas que se confunde con el mar. Sus ojos se cierran definitivamente. No hay odio, hay dolor, mucho dolor. Al poco tiempo, llega el barco de salvamento.
Mientras tanto, nosotros hacemos nuestras maletas para viajar y los maletines llenos de dinero llegan a los paraísos fiscales. La maleta vieja y rota sigue flotando en el Mediterráneo.
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