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Ignorantes históricos

El secretario general de VOX, Javier Ortega Smith. EFE/Jose Manuel Vidal/Archivo

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La determinación llevada a cabo días atrás en el Ayuntamiento de Madrid de retirar del callejero el nombre de Indalecio Prieto destila un profundo desconocimiento de la historia de España. A instancias de Vox, y con el beneplácito del PP y Ciudadanos que allí gobiernan, Prieto perderá una calle en ese deporte tan español, practicado por nuestros ediles desde la época de la Transición, de ajustar cuentas con el pasado a base de borrar todo vestigio a través de las placas de calles y plazas. Lo responsabilizan, por ejemplo, del asesinato del político derechista José Calvo Sotelo, en 1936, y ya puestos podrían hacerlo también de la muerte de Manolete, en 1947.

Me consta que hay en Vox profundos admiradores de la figura del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. Sin ir más lejos, su secretario general, Javier Ortega Smith, a la sazón, concejal en la corporación madrileña. “Fue uno de los grandes hombres de la historia de España”, llegó a decir de él en un acto celebrado en 2018. Pues bien, si se hubieran molestado un poco en estudiar al personaje, habrían concluido en el respeto mutuo que el líder falangista y el político socialista se profesaban. Tanto es así que, estando preso en la cárcel de Alicante durante el estallido de la Guerra Civil, José Antonio confeccionó un listado de lo que consideró un gobierno de concentración nacional, en un intento para acabar con las disputas irreconciliables, que discurrieron por los derroteros execrables que todos conocemos, entre los unos y los otros. En aquel Ejecutivo, Primo de Rivera incluyó a Prieto como ministro de Obras Públicas, sabedor no solo de su talante conciliador sino de su decidida apuesta por la mejora de las infraestructuras del país, como quedó patente durante el tiempo que ejerció ese ministerio en la Segunda República.

Enfrentado al radicalismo de su compañero socialista Francisco Largo Caballero, al que también se ha privado de seguir teniendo calle en Madrid, marcó distancias y mantuvo que en España necesitábamos una República creadora, no simplemente un cambio de rótulo”, paradójica frase para ilustrar lo que ahora nos ocupa. En plena contienda civil, Prieto se enfrentó también a los ministros comunistas del gabinete, dejó el Gobierno y acabó exiliado en México. Hasta allí se llevó una misteriosa maleta que el general Franco buscó infructuosamente durante años. Se la había hecho llegar el comandante militar de Alicante, tras el fusilamiento de José Antonio, y en ella se contenían documentos y pertenencias personales del fundador de la Falange. Entre ellos, la lista del hipotético Gobierno ‘de salvación nacional’ antes mencionado. En esta, escrito de su puño y letra, aparte de Prieto, figuraban otros nombres ilustres de la época como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Melquiades Álvarez o Portela Valladares, bajo la presidencia de Diego Martínez Barrio, quien sustituiría a Manuel Azaña, tras el final de la Guerra Civil, como presidente de República en el exilio. La llave de la caja fuerte donde se hallaba esa maleta le fue entregada en 1977 a un sobrino de José Antonio por parte del albacea testamentario de Prieto.

La amistad entre ambos políticos se cimentó en 1934, en el Congreso, el día en que el socialista votó en contra -gran parte de la derecha lo hizo a favor- cuando se concedió el suplicatorio al falangista para ser juzgado por presunta tenencia ilícita de armas. En sus memorias, Prieto reconoció que estuvo tentado de fundar un partido social español con José Antonio y con lo más granado del socialismo, según este último le reclamaba. Y que no lo hicieron por mediar el drama de la guerra y su fusilamiento, consecuencia de aquel suplicatorio, que lamentó y condenó. Lo que también deben desconocer los impulsores de la moción es que la placa a Prieto se colocó en 1995, con un alcalde del PP que gozaba de mayoría absoluta, José María Álvarez del Manzano, en un bulevar del distrito de Vicálvaro. No es de extrañar que este se haya mostrado perplejo ante los que ahora pretenden retirarla del callejero madrileño, demostrando con ello una incultura histórica tan supina como morrocotuda.

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