No es la primera vez que un funcionario público en Murcia se salta la ley e interpreta la normativa a su antojo poniendo por delante sus prejuicios, sus convicciones políticas o religiosas. Afortunadamente hasta ahora hemos conseguido que estas personas, que piensan que sus ideales están por encima de todo, paguen las consecuencias. Un ejemplo de esto es el exjuez Ferrín Calamita, quien fue inhabilitado para ejercer como juez por el resto de sus días tras dilatar de manera maliciosa el proceso de adopción de una familia homoparental. No contento con ello años después volvió a la carga contra esta familia lo que acabó con una condena por un delito de odio.
Hasta ahora las leyes y las normas que todos nos hemos dado han servido de escudo para parar a estos autoproclamados adalides de la virtud, la pureza y la verdad absoluta. De momento no tienen mayorías suficientes para legislar, pero de seguir así pronto la tendrán y no habrá defensa posible. Este pasado fin de semana ha sido un inspector de la policía municipal de Murcia, mañana será cualquier otra persona. Este funcionario determinó que enseñar el pecho en un espectáculo público no era un hecho artístico sino una alteración del orden público. También consideró que debía complementar su actuación con una serie de apreciaciones insultantes que no venían a cuento. Comentarios tales como “no has trabajado en tu vida” muy tpicos de que aquellos que creen que solo ellos están levantando el país y pagando los impuestos de todos.
Si un servidor público que está ahí para protegernos, para velar por nuestra seguridad y bienestar antepone sus ideales a la ley ¿qué podemos esperar? Ya somos muchas las personas que llevamos tiempo avisando de que el fascismo es un fenómeno de crecimiento lento pero seguro. Tarda en madurar, pero una vez está metido hasta las entrañas de nuestra sociedad es muy difícil de combatir. Lo estamos viviendo además como un fenómeno mundial. Está ocurriendo hasta en los países que considerábamos más progresistas y civilizados. Es ahora o nunca. Son ya demasiados indicios los que demuestran que vamos por mal camino. El fascismo, el machismo, el racismo, la xenofobia, la lgtbifobia y todo el paquete de actitudes indeseables que aglutina la ultraderecha en su ideario está calando en muchos sectores de la sociedad.
Estamos viendo cómo personas de todo tipo aplauden o toleran estos comportamientos y las personas que no estamos de acuerdo con estas posturas somos totalmente incapaces de reaccionar. Por miedo, por desidia o por la mayor lacra de nuestro tiempo: por individualismo. No podemos seguir negando que estamos retrocediendo en derechos. Hemos empezado a retroceder incluso antes de que tengan capacidad para cambiar las leyes. Han conseguido que mucha gente se autocensure. Que algunas empresas empiecen a no querer relacionarse con determinadas causas porque no quieren perder clientes. Que los profesores se autocensuren en sus clases por miedo a que los acusen de adoctrinar. Que la gente no recrimine actitudes o comentarios por miedo a respuestas violentas. Por otro lado, han conseguido también que aquellos que tenían reprimidas estas actitudes se envalentonen y se crean con el derecho, cuando no el deber, de luchar por esa causa denigrando, atacando y violentando a todo lo que ellos consideran fuera de lo normal o deseable.
La eclosión ya ha comenzado, ya empiezan a asomar los brotes de lo que han ido plantando y regando durante los últimos años. Sus estrategias de desinformación y manipulación mediática están dando buenas cosechas y cada año son mejores. Mientras, nosotros no hacemos más que mirar horrorizados cómo crecen, cómo avanzan, cómo lo contaminan todo a nuestro alrededor. Lo comentamos entre nosotros, leemos más libros, escuchamos podcast, comentamos en redes para intentar entender el fenómeno, reflexionamos sobre las causas pero no somos capaces de articular soluciones para acabar con esta deriva hacia una sociedad basada en el odio al diferente, el fomento de la desigualdad y el retroceso de derechos. Todavía no es demasiado tarde. Tenemos el deber de luchar por nosotras, por nuestros hijos e hijas y por todos los que vendrán. Luchemos orgullosas contra los sheriffs de pacotilla que no han entendido que la sociedad que añoran, la que sueñan, nunca sucederá y que aquí están nuestras tetas para parar todo su odio.
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