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El encierro de la PAH en el BBVA acabó sin una solución

Afectados por las hipotecas, en la sucursal del BBVA / PSS

Pedro Serrano Solana

Murcia —

Era la tercera vez que ocupaban esa sucursal del BBVA. No había motivos para la sorpresa. La situación límite que atraviesan las quince familias que pidieron auxilio a las PAH’s murcianas seguía sin resolverse, y los afectados por la hipoteca volvieron a intentarlo. Cerca de 100 miembros del colectivo, de manera pacífica, tomaron su espacio en la céntrica oficina sobre las 10:30 horas y esperaron una respuesta. Y la respuesta, según su propia versión, no llegó en todo el día. Sólo hubo un amago, pero fue rechazado.

Cuando llega la hora de cierre de la oficina del BBVA, todos los trabajadores se marchan excepto el director y el jefe de zona, que ha acudido al lugar: “Se niegan a aceptar la dación en pago y el alquiler social”, me explica a última hora de la tarde Joaquín, el cura activista, en una conversación telefónica a través del cristal. Como en las prisiones. “Nos han dicho que no pueden hacer nada, que las familias tienen una deuda y que tienen que pagar”, prosigue.

¿Cómo estáis ahí dentro? “Después de tantas horas, la gente está muy cansada. No nos han dejado usar el aseo, algunos han tenido que orinar dentro de botellas”. El cura me hace un gesto y señala unas botellas de plástico llenas de orina, en el suelo, junto a la puerta del banco. ¿Y ahora? “Pues cuando nos desalojen de aquí, tendremos que seguir insistiendo”, concluye Joaquín sin fatiga, antes de volver a charlar con sus compañeros de viaje para darles ánimo.

Los ventanales del BBVA lucen muchas pegatinas y carteles. En algunos se lamenta que no les dejan usar en el aseo y que tampoco les han permitido meter comida para un diabético. En otros se denuncia la política de rescate a la banca y de desahucio a las familias sin recursos.

Sobre las 20:30 horas, poco después del primer intento de desalojo, desde la calle se les ve cansados y animados al mismo tiempo. Unos dormitan en los bancos de la oficina y otros hablan en pequeños corros mientras los vigilantes de seguridad pasean por la sala.

Una joven también hace uso de su teléfono móvil, para poder contarle a un amigo que permanece dentro el rifirrafe con la Policía. Después de que los agentes decidieran retirarse, el temor era que volvieran y lo intentaran por la puerta trasera de la sucursal. Algunos miembros de la PAH rodean la manzana para vigilar ese acceso.

 

“Me han agarrado de aquí, se me ha roto el forro del abrigo en la manga, seguro que me va a salir un buen cardenal…”, me cuenta la joven. “Uno de los policías tenía muy mala leche, pero conmigo no pueden. No saben quién soy yo. Nos hemos agarrado todos para que no pasaran y al final no han podido”.

De las dos furgonetas y varias motos de la Policía Nacional que había en la calle minutos atrás, sólo quedan tres agentes que se mantienen a unos cincuenta metros, en la acera de enfrente. Sólo apartan la mirada de la oficina del BBVA para hablarse unos a otros. El frío arrecia y a esas horas el termómetro cae en Murcia hasta los 7º.

Junto a la entrada de la sucursal, pancartas, pegatinas y una treintena de personas haciendo guardia. Hay varios ‘Yayoflautas’ identificados con su tradicional chaleco reflectante, y también miembros de las quince familias afectadas, varios periodistas y muchos curiosos que pasan y observan la escena. De cuando en cuando se grita el “no nos mires, únete”, y el “sí se puede”.

En ese momento muchas conversaciones giran en torno a qué momento va a elegir la Policía para volver a cargar y desalojar el banco. “Cuando cierre El Corte Inglés” –uno de sus centros comerciales de Murcia está a escasos metros-. “Cuando ya no pase tanta gente”. “Cuando ya no aguantemos más el frío y nos vayamos todos”. De pronto, los tres agentes que vigilaban a aquellos que les vigilaban, desaparecen.

Entonces se habla de política, de la ley electoral murciana, de los procesos de confluencia... Se hacen cábalas con los posibles resultados de cara a las municipales y autonómicas, y se piensa en las generales. Hay quien reflexiona: “Parece que queda un mundo, un año entero… Y en un año pueden pasar muchas cosas”. De pronto salen dos reporteros gráficos que estaban dentro del BBVA y son recibidos entre vítores, aplausos y gritos de “sí se puede” por los que esperan fuera.

Paco Morote, uno de los miembros fundadores de la PAH en Murcia, conversa con José Coy y con otros activistas contra los desahucios. “No entendemos por qué no negocian”, explican, porque “cuando estamos nosotros, se suele encontrar una solución”. “El problema es que a nosotros apenas nos llegan el 10% de los casos, y al resto es a los que los bancos machacan. Al final, por vergüenza, las familias no dicen nada. Recogen sus cosas y desaparecen, y nadie se entera”.

Morote hace memoria y reconoce con orgullo que la PAH de Murcia fue la segunda en constituirse de toda España, tras la de Barcelona. La sociedad murciana siempre ha sabido movilizarse, aunque fuera de la región parece que existe otra imagen. Después se fueron creando otras plataformas en otros lugares.

Entre aplausos, sale otro de los ocupantes del interior de la oficina con rostro de cansancio y ganas de ir al aseo, pero es abordado por varios periodistas y aguanta pacientemente la necesidad. Explica que el director el banco les propuso finalmente estudiar el caso y dar una respuesta a final de año, pero la PAH no lo aceptó. No se fían ya de las promesas, cuentan algunos.

La pancarta más grande que hay colgada en el exterior reproduce un texto bíblico (Jn 10, 1-10: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir”), aunque Paco Morote afirma que las PAH’s son “totalmente aconfesionales”, lo cual no impide que haya curas muy implicados, como el propio padre Joaquín. A través de las ventanas de la sucursal se observa otro símbolo religioso típico de las fiestas navideñas, un pequeño nacimiento.

Sobre el portal de Belén alguien ha colocado una pegatina de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas. Al filo de la medianoche, el pesebre será testigo del desalojo que llevan a cabo los agentes de la Policía. Algunos de los activistas acaban por el suelo, arrastrados. Después de casi catorce horas, termina la acción. Terminó, hasta la próxima.

 

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