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Tener hijos con amigos: “Construir una familia tradicional parece más fácil, pero los problemas son los mismos”

Saúl, Tomás, Gigi y Arnau en la casa de Saúl y Arnau, en Vallvidrera, Barcelona

David Noriega

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Gigi Higham tenía 30 años cuando se planteó por primera vez la posibilidad de tener un hijo con un amigo gay si, llegado el momento, no tenía pareja. Ya entonces compartió esta idea con su madre, que la animó a hacerlo de inmediato. Aún era pronto para ella, pero la idea siguió rondando en su cabeza. Siete años después, tuvo al pequeño Tomás con Saúl y Arnau, que son pareja y a quienes conocía desde hacía años. “Siempre me había parecido una buena opción y cada vez lo veía más claro. De hecho, tuve un par de parejas que quizás podrían haber sido los padres de mis hijos, pero no estaba segura de si tenía que quedarme con ellos porque quería ser madre y no tenía nada mejor... porque sí tenía algo mejor: esta idea”, explica.

La familia de Gigi, Saúl, Arnau y Tomás no es la más habitual, pero refleja la diversidad de los hogares y sirve de ejemplo a la coparentalidad, un modelo familiar en el que dos o más personas deciden tener y criar un hijo en común sin que exista entre todas las partes una relación afectivo–sexual. Esta opción propone también una solución a un problema que planteaba la última encuesta de fertilidad del Instituto Nacional de Estadística: el porcentaje de mujeres que no han tenido hijos o más hijos porque no han encontrado a la pareja adecuada. Las tasas más altas se sitúan entre los 40 y los 44 años y entre las de menos de 30, con el 9,7% de las mujeres. Son el 7,2% entre quienes tienen 35 y 39 años y desearían tener más hijos.

"La idea del 'amor romántico' ha convencido a la sociedad de que uno tiene que encontrar una pareja que le funcione para todo: en términos de convivencia, del día a día, sexuales... Y no es tan fácil.

La antropóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona y directora del grupo AFIN, que investiga sobre nuevos modelos de familia y cómo darles soporte y apoyo, Diana Marre, explica a elDiario.es que la idea del 'amor romántico' ha convencido a la sociedad “de que uno tiene que encontrar una pareja que le funcione para todo: en términos de convivencia, del día a día, sexuales... Y no es tan fácil”. Por eso, indica que a nivel antropológico la coparentalidad no tiene “ningún cuestionamiento”. “Son proyectos vitales que tienen diferentes características”, indica la experta, que señala que estos modelos de familia, con diferentes matices, “han existido siempre”.

“Tendemos a pensar que la forma en la que organizamos la familia en el occidente cristiano es la normal, pero ahí fuera hay 2.000 millones de personas haciéndolo de otra manera y no habría ninguna razón para pensar que ellos son los anormales”, continúa Marre. La experta cita a la antropóloga Margaret Mead, que ya en la primera mitad del siglo XX estudió culturas del Pacífico donde “los niños circulan entre diferentes unidades familiares y las mujeres no estaban obligadas a vivir con el padre de sus hijos”. Pero no hay que viajar a lugares exóticos. En 2013, California, EEUU, promulgó la ley de los tres padres, que permitía que un niño pudiera tener más que los dos progenitores biológicos.

Arnau, desde Catalunya, prosigue el relato de su familia a tres. “Mi novio y yo llevamos diez años juntos. En ese tiempo habíamos hablado alguna vez de tener hijos, pero como gays sabíamos las opciones que teníamos. Unos amigos se habían puesto en las listas para adoptar, pero era un proceso muy a largo plazo y no lo veíamos claro. Conocíamos a unos chicos que habían recurrido a un vientre de alquiler, pero nos generaba una discusión moral. Al final las conversaciones se estancaron un poco, hasta que llegamos a la conclusión de que lo guay sería hacerlo con una amiga. Para mí era una opción muy remota, porque es muy difícil encontrar a alguien y queríamos que fuera una amiga, no una desconocida”, continúa.

Finalmente, en una de esas conversaciones que se tienen medio en serio, medio en broma, Gigi respondió que sí. Ella había vivido en Berlín y ya conocía un caso de una familia coparental. A partir de ese momento, los tres comenzaron a pasar más tiempo juntos, a hablar sobre cómo sería el proceso, cómo se imaginaban esa triparentalidad, a analizar los plazos y plantearse cómo funcionaría. Fue un proceso de alrededor de un año que se plasmó en una “carta de intenciones” en la que recogieron esas conversaciones, las motivaciones del proyecto de tener un hijo entre los tres y los valores que les gustaría inculcarle.

Este tipo de acuerdos pueden ir desde lo más básico, como la manutención o el tiempo que pasará en cada casa, hasta lo más detallado, como el tipo de colegio, pero no tienen validez legal

Este tipo de acuerdos pueden ir desde lo más básico, como la manutención o el tiempo que pasará en cada casa, hasta lo más detallado, como el tipo de colegio, por ejemplo. “Lo hicimos por respeto al hijo y al proyecto”, señala ella, que puso tres condiciones: “Poner mi apellido primero, que es el de mi madre; que el tiempo con el niño nunca se dividiría entre tres, aunque ellos se separen; y que los gastos los cubriríamos entre los tres”. “Es el típico documento entre parejas separadas. Nosotros lo hicimos, pero no tan cerrado, porque sabemos que un bebé puede demandar cosas diferentes”, explica Arnau, que bromea con que su abogada les dijo que “ojalá todas las parejas redactaran un acuerdo similar antes de tener un hijo”.

Acuerdos sin validez legal

En cualquier caso, ellos saben que ese documento no tiene validez legal si aparecen discrepancias en el futuro. Lo explica la vocal de la Asociación Española de Abogados de Familia María Dolores López Muela: “Ellos pueden pactar, por ejemplo, que quieren una custodia compartida o que se van a repartir los gastos, pero todo eso lo tiene que ratificar un juez cuando nazca el bebé y revisarlo el Ministerio Fiscal, porque implica a menores, que es una materia de orden público”. “Es verdad que ese acuerdo se tiene en cuenta y si no hay nada en contra, se respeta, pero se puede luchar en un juzgado y el que decide es el juez”, continúa la experta, que recomienda contactar con un abogado especializado para redactar esos acuerdos y, sobre todo, “saber las responsabilidades a las que se someten” los futuros padres y madres.

Unas responsabilidades que no son diferentes a las de los padres de una familia convencional salvo porque, en el caso de estas dos familias, existen tres personas que son padres o madres de un mismo hijo. En España la ley solo permite que dos personas ejerzan la patria potestad sobre el menor. Esto es, que sea su hijo ante la ley. No obstante, el tercero en cuestión no estaría completamente desprotegido en caso de desavenencias. “Si la pareja se separa, el que ha ejercido de padre o de madre pero no tiene la filiación también podría pedir un régimen de visitas con ese niño, porque el derecho de visitas es del niño y el niño va a querer ver a esa persona que le ha criado”, explica López Muela.

En España la ley solo permite que dos personas ejerzan la patria potestad sobre el menor. Esto es, que sea su hijo ante la ley. No obstante, el tercero en cuestión no estaría completamente desprotegido en caso de desavenencias

Que esos pactos no son ley lo sabe Alfonso, que ha pedido utilizar un nombre ficticio en este reportaje. Actualmente, se encuentra inmerso en una batalla legal con la madre de su hijo por desavenencias sobre el acuerdo al que llegaron antes de que naciera el bebé, que ahora tiene tres años. Él también es gay y había tenido la típica conversación con alguna amiga: “Si a los 40 no tenemos pareja, tenemos un hijo juntos”. La mayoría de las veces, a los 40 no pasa nada y Alfonso estaba a punto de tirar la toalla cuando tropezó con una página para poner en contacto a personas que quieren tener un hijo pero no buscan pareja.

Auge de plataformas de coparentalidad

En los últimos años, este tipo de plataformas han proliferado en España y en el mundo. Una de las más recientes es Copaping, una página española “con vocación global”, según su CEO y fundador, David Reyes. El lanzamiento ha sido este mes de septiembre, y cuenta ya con más de 1.300 usuarios registrados, principalmente personas solteras, sobre todo mujeres, y LGTBI con infertilidad estructural. “El objetivo no es crear relaciones sentimentales, sino que personas que desean ser padres y madres puedan ponerse en contacto para empezar un proyecto de coparentalidad”, explica.

La página permite crear un perfil con una descripción, buscar a otros usuarios por diferentes características y chatear con ellos de forma ilimitada hasta el segundo mes. Después, es necesario recurrir a una opción premium: son 39 euros por un mes; 69 euros por seis meses; o 99 euros por un año. “Nosotros recomendamos que se contacten y se conozcan. Creemos que las conversaciones deben surgir de forma natural e insistimos en que hay que realizar una reflexión previa, establecer el tipo de relación que quieren tener entre los copadres, hijos e hijas y acompañarse por responsables médicos y legales”, indica Reyes.

El CEO de Copaping indica a elDiario.es que desde la compañía han enviado una aportación a la nueva ley de Diversidad Familiar en la que está trabajando el ministerio de Derechos Sociales, para que se reconozca a las familias pluriparentales y los acuerdos de coparentalidad entre adultos. También la donación de gametos altruistas entre personas, algo que en España no está permitido puesto que las donaciones deben ser anónimas.

En la misma idea incide Luis Arroyo, el fundador de Family4Everyone, otra plataforma que funciona desde 2018, con cerca de 2.000 usuarios. En su caso, su app cuenta con un test que facilita ese primer acercamiento entre las partes interesadas en tener un hijo sin tener pareja. “El tipo de familia coparental estaba muy poco difundido en España y en Latinoamérica, así que hicimos hincapié en transmitir el mensaje de que, aunque es diferente a la tradicional, tiene propósitos similares”, explica Arroyo de sus inicios. En su caso, la plataforma también cuenta con una opción gratuita y otra de pago, que permite enviar y leer mensajes de forma ilimitada, personalizar las búsquedas, ver las fotos de otros usuarios, guardar perfiles y consultar los niveles de compatibilidad. Un mes de esta suscripción cuesta 7,99 euros; tres meses, 20,97 euros; y seis meses, 35,94 euros.

“Conocí a un par de chicas y a una pareja de lesbianas y finalmente a la mamá de mi hijo, con quien hubo química a nivel humano, de personalidad y con quien encajé muy bien”, cuenta Alfonso en conversaciones con elDiario.es sobre su experiencia en una de estas plataformas. Tras tres meses conociéndose, decidieron tener un bebé juntos. Lo intentaron, primero, con uno de los kits de inseminación que venden en las farmacias durante un par de meses, pero finalmente recurrieron a una clínica. En España, las donaciones de esperma que se realizan dentro del sistema tienen que ser anónimas, pero esos kits escapan a esa restricción. En su caso, en la clínica nadie preguntó si eran pareja. “Todo el mundo lo daba por hecho”, señala Alfonso.

En el caso de Alfonso, con el paso del tiempo y un desacuerdo sobre la ciudad en la que debía vivir el niño, él y la madre tuvieron que recurrir a los juzgados. "Empezó una pelea legal que yo comparo a cualquier divorcio", señala

“Durante el embarazo fue todo muy bien y hacíamos planes juntos, con mucha ilusión. En el plan habíamos convenido que el niño estuviera en mi casa a partir del tercer año, pero al principio yo estaba con ellos mucho más de lo habíamos planeado. Como nos llevábamos muy bien, todo fue muy natural”, explica. Con el paso del tiempo y un desacuerdo sobre la ciudad en la que debía vivir el niño, los padres tuvieron que recurrir a los juzgados. “Empezó una pelea legal que yo comparo a cualquier divorcio”, señala Alfonso. “Aparte de eso, creo que tanto ella como yo estamos encantados por haber optado por esta solución. Una pelea legal no es bonita, pero somos padres y no creo que ninguno de los dos se arrepienta”, matiza.

“No queríamos un donante anónimo”

Juan, Elena y Alkmini son amigos desde hace media vida. Él vive en Alcalá de Henares y ellas con Pablo, el niño que los tres tienen en común, en Berlín. “Siempre quisimos ser dos madres, pero no queríamos un donante anónimo para nuestro hijo, sino una persona real en la que confiásemos y a la que admirásemos para que el niño pudiera tener la ventaja de mantener con él su propia relación”, explican Elena y Alkmini desde la capital alemana. “Yo no me había sentido nunca en ese momento de querer tener un hijo, hasta hace tres años. Se lo comenté y me propusieron esta opción”, añade Juan, que ahora tiene 50 años.

Lo intentaron durante un año, de forma natural –con el kit que se vende en farmacias– y después por inseminación artificial. Hace un año y cuatro meses nació Pablo. “Cuando tienes un hijo, en tu vida cambian bastante cosas, pero aquí no hay ningún manual. Todo es muy nuevo. Construir una familia tradicional parece más fácil, pero yo creo que todos los problemas y desconocimientos que te encuentras son un poco lo mismo”, explica este padre primerizo.

"No pactamos muchas cosas, porque tampoco lo haces cuando tienes un hijo con tu marido o con tu mujer. Seguimos funcionando como cuando no teníamos un hijo

En el caso de Juan, Elena y Alkimi no firmaron ningún documento. “No sé si hemos pecado de inconscientes, pero no pactamos muchas cosas, porque tampoco lo haces cuando tienes un hijo con tu marido o con tu mujer. No tenemos un régimen de visitas: yo voy cuando quiero, cuando puedo y cuando a ellas les viene bien. Ahora acabamos de estar dos semanas los cuatro juntos en Grecia. Seguimos funcionando como cuando no teníamos un hijo”, explica él. “Uno de los acuerdos es que yo renuncié a la patria potestad para que la tuvieran ellas. Las dos querían ser madres independientemente de quién fuera la madre biológica y como el niño vive con ellas en Berlín, por cuestiones prácticas era más fácil así. En nuestro caso la paternidad no es tanto legal, sino real y emocional, aunque debería cambiarse la legislación para adaptarse a las nuevas realidades”, considera.

“Poner cada uno de su parte”

“Yo propuse mezclar el esperma, porque no podía elegir quién iba a ser el padre”, explica Gigi. Finalmente, el médico recomendó no hacerlo para aumentar las posibilidades de que se quedara embarazada y Arnau optó por que el semen fuera el de su pareja. “Me asusté, por miedo o por lo que sea le ofrecí a Saúl ser el padre biológico. Eso planteaba otros problemas, porque si no soy el padre biológico, en qué situación estoy”, explica con sinceridad. Porque tener un hijo normalmente genera miedos e incertidumbres que, en esta ecuación, incluyen a una tercera persona. Por ejemplo, “cómo va a afectar a tu pareja o a la relación con tu hijo”, recuerda Arnau, que plasmó su experiencia como padre en pandemia a través de su trabajo como ilustrador con un cómic de no ficción y una cuenta de instagram con algunas de sus viñetas en las que plasma las realidades con las que se ha ido encontrando en el proceso.

Gigi tuvo, dice, “un embarazo maravilloso”. Habían acordado que harían vida normal hasta el final del embarazo y que, entonces, ella se iría a vivir a casa de la pareja, donde estuvo casi un año después de que el bebé naciera y, también, durante la pandemia. Esos primeros días con el bebé los tres tuvieron que gestionar una explosión de emociones. “Me pasé los primeros diez días llorando por las esquinas. No es depresión, pero les ocurre a muchas mujeres después de dar a luz. Además, venía de ser la soltera de oro a estar viviendo con un niño en casa de dos gays. Arnau también pasó lo suyo pensando cómo ganar esa seguridad que teníamos nosotros (como padres biológicos), pero entre los tres supimos gestionarlo muy bien. Lo básico para sacar una situación así adelante es poner cada uno de su parte”, explica.

La vuelta a su casa, con una custodia compartida al 50%, tuvo su parte complicada. “Tú quieres estar más tiempo con él, pero tienes que volver a los orígenes y recordar que también quieres que esté con ellos porque son sus padres y quieres que sean sus padres. Si no fomentas esa relación, estás tirando piedras contra tu propio tejado”, señala Gigi, que también ve la parte positiva de su modelo de familia. “Al principio le echas de menos, pero luego empiezas a ver los beneficios, que te puedes ir de cañas con amigas o descansar. Yo nunca quise ser madre soltera y ahora veo por qué. Cuando estoy sola con Tomás, si me visualizo 24/7 no me gusta nada. Prefiero descansar y recuperar energía para cuando estoy con él. Los niños saben cuándo estás bien y yo estoy bien cuando tengo tiempo para mí”, explica. “Es la mejor elección que he hecho nunca”, añade.

“Una situación novedosa, pero no tanto”

La catedrática en sociología en la Universidad Carlos III de Madrid, Constanza Tobío, explica que la idea de adultos que cooperan en la crianza de un menor sin tener una relación conyugal o afectivo–sexual entre ellos rompe con la idea establecida de la conyugalidad y la procreación. “Son dos fenómenos distintos, pero que aparecen socialmente como indisociables”, señala. No obstante, apunta a que en las últimas décadas se ha venido observando una ruptura entre esos fenómenos. Primero, con la procreación fuera del matrimonio que provoca una “equiparación absoluta de los hijos que se tienen fuera del matrimonio con los de dentro”. Y, en un segundo paso, “con la organización de la crianza de los hijos en casos de separación o divorcio, que es algo parecido”, indica.

Por lo tanto, la catedrática ve en estos modelos de familia “una situación novedosa, pero no tanto”. En el caso de una pareja que tiene un hijo con otra persona, Tobío apunta a “una constelación de formas de crianza que combinan de distintas maneras las relaciones de pareja presentes o pasadas y las relaciones de cooperación entre adultos para la crianza”. A lo largo de las conversaciones con las diferentes expertas que participan en este reportaje, surgen ideas de modelos familiares que podrían encajar en la coparentalidad y que están asumidos en el día a día. “No es lo mismo, pero existe una similitud entre una pareja y una abuela cuidadora o las familias que tras la guerra civil dejaban a un hijo al cuidado de algún pariente porque tenían demasiados hijos y poco dinero”, ejemplifica.

En la misma línea se pronuncia la profesora de psicología e investigadora en diversidad familiar en la Universidad de Sevilla Mar González, para quien la clave está “en la calidad de la vida familiar y no en la estructura”. Esta calidad, explica, la puede dar “una madre sola, una madre separada, dos señores que crían a los nietos o dos amigos que se comprometen responsablemente en el cuidado de los hijos”. “No tengo datos que confirmen que están siendo buenos arreglos, pero no tiene por qué suponer un problema siempre y cuando la vida de los niños sea estable”, señala. “Hoy en día existen diferentes modelos de familia, pero lo importante es que todo el mundo pueda encontrar su lugar y ser tratado con respeto. Al final, lo principal debe ser un entorno seguro y equilibrado para el niño”, coinciden Elena y Alkmini.

Mientras realizamos este reportaje, hemos conocido otros casos de familias coparentales, principalmente entre personas gays y lesbianas, con hijos adultos que han declinado participar con su testimonio. “Creo que esto debe decirse”, señala Marre, “porque es la prueba de que la gente se siente juzgada o siente que puede exponerse a algún tipo de discriminación”.

Conflictos

En su libro 'Padres como los demás', la antropóloga Anne Cadoret estudió varios casos de parejas de lesbianas que tenían hijos o hijas con parejas de gays en Francia, donde la reproducción asistida estuvo vetada hasta este verano a mujeres sin pareja varón y las parejas del mismo sexo no tuvieron permitido adoptar hasta 2013. Su conclusión fue que la llegada de un bebé generaba tensiones y disputas por la crianza, pero que estos conflictos eran similares a los que se originaban entre parejas heterosexuales.

"Al no ser pareja, no nos permitimos ciertas cosas: no nos podemos pelear, existe un respeto mutuo y siempre hay una atmósfera de paz absoluta. Quizá en este último año hemos discutido dos veces

“¿Va a haber conflictos? Siempre. También entre ellas y si metes a una tercera persona, más. Pero es normal, es la vida”, plantea Juan. “Si nos hacemos los interesantes podemos decir que vamos a aplicar esto o aquello para abordarlos, pero con un hijo las cosas se hacen como mejor puedes y sabes. No hay un manual y a una pareja no se le pregunta cómo va a abordar los conflictos en la crianza”, razona. Gigi plantea otra cuestión sobre su familia: “Al no ser pareja, no nos permitimos ciertas cosas: no nos podemos pelear, existe un respeto mutuo y siempre hay una atmósfera de paz absoluta. Quizá en este último año hemos discutido dos veces”.

Para solucionar los conflictos, ella aboga por la generosidad. “No te puedes cerrar en banda y decir 'esto o nada', porque no puede ser 'nada'. Tienes que escuchar al otro, dejar que te escuche, plantearte qué argumentos tienes para defender tu idea, informarte y ser generoso con las ideas de los demás y no pensar que tu opinión vale más que la del resto. Si no, está todo perdido”, explica. Además, señala que los tres se apoyan en temas educativos. Si el niño ayuda a poner la mesa en una casa, si se viste solo o cuánto tiempo puede ver la tele son dinámicas consensuadas que se repiten en la otra.

“Nos encanta pasar tiempo juntos y tenemos la necesidad de compartir con los otros lo que nos está pasando con nuestro hijo. Cuando pasa algo que no había pasado nunca, lo primero que te apetece es explicárselo a ellos y eso está muy bien. Siempre lo hemos tenido y siempre lo tendremos. Es una tranquilidad gigante”, explica Gigi. “Somos dos unidades familiares, pero funcionamos como una”, añade Arnau. “Cada equis semanas hacemos una salida o pasamos un fin de semana todos juntos. Intentamos cuidar ese espacio en común”, indica, mientras señala que “la comunicación es importantísima”.  

“Algunos colegas nos han dicho que somos unos revolucionarios”, indica Arnau, “pero para nosotros ha sido natural. Ahora nos vamos haciendo mayores y te das cuenta de que el niño crecerá y nos pondrá ante muchos retos”.

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