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La nostalgia del futuro a la vuelta de la esquina

Madrid anima a compartir fotos para una crónica colectiva del confinamiento

Guido Stein / Profesor del IESE

Profesor del IESE —

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Porque la vida se vive hacia delante, pero se entiende hacia atrás hemos descubierto que la clausura nos ha colmado de regalos, por definición, inesperados y gratuitos: la cercanía física ineludible ha empujado el roce anímico de los ariscos, que somos amplia mayoría; la mirada que acerca más que la palabra; la convivencia dentro de las familias cuajada de conversaciones intrahistóricas, que en circunstancias antes “normales” nunca se hubieran producido; los gestos, que van más allá de los gestos, de generosidad y de comprensión hacia los vecinos próximos y distantes; el encuentro con lo obvio y olvidado: más no es sinónimo de mejor; o la revelación de la no comprada gracia de la vida, que Umbral cifraba, mortal y rosa, en que “sólo los pequeños detalles, y no los grandes rasgos, dan espesor a la realidad”.

Me visita con insistencia el sentimiento de que en breve vamos a añorar la reclusión física, tan áspera como odiosa en sus comienzos, que sin embargo ha multiplicado exponencialmente nuestra libertad y su fruto: haber hecho tanto con tan poco.

Sin dar un paso, hemos vivido a manos llenas, soñado con los ojos abiertos, afrontado el presente, y temido con lo que no pasará. A los duelos desconsolados, que tantos hijos han padecido por sus padres desparecidos sin su compañía física, la distancia los ha teñido de una penetrante y dolorosa ausencia, a la vez que los ha llenado de un amor cercano e intenso. Antes de lo que vivimos hoy, nos hallábamos desparramados de nosotros mismos, la clausura nos ha ofrecido colmarnos con nuestra mejor versión, a base conjugarnos en plural.

Hemos redescubierto que somos como Ulises, de quien Homero decía que no era un recurso, sino “rico en recursos”. Si el futuro depende de la creatividad humana, que siempre es individual, aunque sus resultados se miden en plural, el horizonte brilla innovador, esperanzador; además, este sol no se va a poner por Sillycon Valley.

¿Padeceremos trastornos ocasionados por la desaparición brusca del confinamiento? ¿Descubriremos que hemos desarrollado una vehemente dependencia de la reclusión como a una sustancia vitalmente adictiva? ¿Qué latirá en el “síndrome de la clausura”?

Lo cuenta el que lo hace, y nosotros lo hemos hecho. En este bosque de las paradojas que es la vida nos hemos ganado el derecho a la nostalgia por un tiempo que se acaba.

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