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La absurda historia del ibuprofeno de 600 mg y el paracetamol de 1 g

Fto: Mateus Hidalgo

Esther Samper

Los seres humanos somos seres de costumbres, independientemente de que estas costumbres tengan o no sentido. La farmacia no se trata precisamente de una excepción a este comportamiento. Las personas recurren a ciertos tratamientos farmacológicos porque “siempre se ha hecho así”, sin que la absoluta mayoría de las veces tengan la oportunidad de saber si existe una razón justificada detrás. Simplemente se asume, pues bastante locos están ya los tiempos como para dudar de cada acción que tomamos. Ni siquiera muchos médicos y farmacéuticos se libran de la maldición de la rutina: la fuerza de la costumbre es poderosa y la inercia muy cómoda.

El ibuprofeno (600 mg) y el paracetamol (1 g) son los protagonistas de esta historia absurda que nos ilustra más sobre la naturaleza humana que sobre la farmacología. La última entrega de este relato sinsentido se origina y llega a los focos mediáticos por la entrada en vigor del Sistema Español de Verificación del Medicamento (SEVeM) en febrero. Este sistema supone un reforzado control de la administración de medicamentos en la farmacia, lo que obliga, entre otras cosas, a dejar de hacer la vista gorda con la dispensación de fármacos sujetos a prescripción médica (es decir, que necesitan receta).

Durante muchísimo tiempo, las farmacias han vendido medicamentos que legalmente necesitaban receta sin solicitarlas. En ese sentido, entre los fármacos más populares que se servían al margen de la ley se encontraban el ibuprofeno de 600 mg y el paracetamol de 1 g. Ahora, con el sistema de verificación, a las farmacias no les queda más remedio que ponerse firmes con la venta de estos medicamentos sin receta, como informaba El Confidencial.

Esta medida, que da un empujoncito a los farmacéuticos para que abracen con más fuerza la Ley de Garantías y Uso Racional de los Medicamentos (2015) porque ahora están más vigilados, ha abierto el debate. Por un lado, algunos farmacéuticos alegan que la ética se impone a la norma y que pueden encontrarse con pacientes que realmente necesiten ibuprofeno / paracetamol y que no cuenten con la receta por diversas circunstancias. Por otra parte, en diversas redes sociales han aparecido personas que ven mal la medida porque supone una restricción a la libertad y al derecho a recurrir a estos medicamentos si los necesitamos, especialmente para el dolor.

La cuestión, en realidad, es que no existe ningún debate para el paracetamol y el ibuprofeno a las cantidades que necesitan receta con la farmacología en la mano. A pesar de que se han recetado y vendido con alegría y desparpajo para los dolores leves y moderados, tanto el paracetamol de 1 g como el ibuprofeno de 600 mg están totalmente desaconsejados para la población general. Como alertaba la Sociedad Española de Farmacia Comunitaria hace años, se estima que existen 8,5 millones de españoles que reciben dosis diarias de ibuprofeno superiores a las recomendadas y que sólo se dispensan dosis de 400 mg para el 4,8% de los casos de dolor leve-moderado. De hecho, España es un caso raro en este sentido. En la mayoría de los países europeos, el ibuprofeno que se receta/dispensa es el de 400 mg. Además, en otros países, el ibuprofeno de 600 mg directamente no existe.

¿Por qué no tiene sentido que se dispense o recete a la población general paracetamol de 1 g e ibuprofeno de 600 mg?

Porque se sabe desde hace muchos años que estas cantidades de dichos principios activos incrementan el riesgo de efectos adversos sin que al mismo tiempo supongan una evidente mejora en sus efectos terapéuticos más demandados (principalmente analgésicos para dolores leves y moderados) en comparación con las presentaciones que no necesitan receta. En otras palabras, más dosis no tiene por qué significar mejor.

En el caso del ibuprofeno de 600 mg, se incrementa el riesgo de efectos adversos gastrointestinales, cardiovasculares y de infecciones, sin que ello tenga que suponer una mejora evidente en sus efectos contra el dolor, la fiebre y la inflamación. En el caso del paracetamol, se incrementa el riesgo de toxicidad en el hígado, especialmente cuando se alcanza la dosis de 4 gramos al día. De hecho, la Agencia del medicamento de Estados Unidos (FDA) reconoció hace 10 años que la hepatotoxicidad por paracetamol era un problema de salud pública y recomendó, por ello, limitar la dosis máxima por toma en adultos a un máximo de 650mg. En España, la Agencia Española del Medicamento optó en 2017 por poner el paracetamol de un gramo bajo receta médica por dicho riesgo. Además, el consumo de paracetamol en dosis de 1 g incrementa el riesgo de interacción con los anticoagulantes orales (como el Sintrom) y el riesgo de problemas en el estómago y cardiovasculares.

Todos los fármacos poseen lo que se denomina “ventana terapéutica”, que es el rango de concentración del principio activo que permite aportar efectos beneficiosos con una baja o nula probabilidad de provocar efectos tóxicos o letales. En general, los medicamentos se suelen presentar en dosis que permiten obtener el máximo efecto terapéutico con los mínimos efectos adversos posibles. En este sentido, tanto el ibuprofeno de 400 mg como el paracetamol de 650 mg son las dosis óptimas para la población general, las presentaciones más seguras y las que, con mayor probabilidad, van a ser útiles. Además, son precisamente estas presentaciones de medicamentos las que no necesitan receta y se pueden seguir solicitando en la farmacia sin ningún problema.

Por el contrario, el ibuprofeno de 600 mg y el paracetamol de 1 g necesitan receta (excepto ciertas presentaciones de medicamentos de marca, con un número de dosis limitada) porque presentan más riesgos, ya que la ingesta de estas dosis se acerca más a las dosis tóxicas. Además, deberían recetarse y dispensarse para ciertos pacientes que padecen enfermedades concretas (artritis reumatoide, artrosis, dolor más intenso...) y para las que en ellos sí está indicado una mayor dosis. Nunca para un dolor de cabeza leve y pasajero. Administrar estos medicamentos con mayores riesgos a la población general para dolores leves o moderados sin solicitar la receta carece no solo de sentido legal, sino también farmacológico y ético. Que se sigan utilizando con alegría en España refleja desinformación, tanto de la población general como de la sanitaria, e inercia a la hora de actualizarse con contenidos médicos que se conocen desde hace más de una década y que llevaron a muchos países a tomar medidas. Desafortunadamente, es muy difícil conocer las consecuencias que han tenido estas costumbres farmacológicas para la salud y la vidas de la población española. Lo que sí está claro es que esta historia absurda typical Spanish todavía no ha terminado.

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