Las amazonas contra el amor tóxico
He de confesar que nunca he tenido muy claro si el mito de las amazonas, tal y como nos ha llegado a través de diversas fuentes e interpretaciones, puede leerse como una propuesta emancipadora de las mujeres o si, por el contrario, es un ejemplo más de ese dogma patriarcal que podemos resumir en el clásico “que todo cambie para que todo siga igual”. De la misma manera que no tengo claro si heroínas como Wonder Woman, que podríamos identificar con una especie de amazona pasada por la cultura del cómic y luego de la pantalla, nos ofrecen una mirada liberadora de las mujeres o más bien nos lanzan el perverso mensaje que consiste en entender que la igualdad pasa porque ellas actúen como nosotros.
De alguna manera, al patriarca siempre le ha interesado mantener en los márgenes lecturas aparentemente rompedoras sobre el sexo femenino, pero siempre que permanecieran justo ahí, en las afueras, o bien siempre que ayudasen a mantener el estatus de los poderosos. Nada más lejos pues de un futuro deseable en el que sería un error, a mi parecer, asumir que las mujeres, para superar su rol de víctimas y ser plenamente autónomas, asumieran como propias y valiosas las actitudes, estrategias y prioridades del macho. Entre otras cosas, porque esa alternativa nos lleva inexorablemente a un mundo no liberado de explotaciones y violencia.
El gran acierto de la versión del mito de las amazonas que nos ofrece Magüi Mira en Mérida es su mirada crítica sobre esa perversa lógica que puede llevar a muchos, y a muchas, a entender que la liberación femenina pasa por la asimilación de los comportamientos y valores masculinos. Algo que, por ejemplo, vemos con demasiada frecuencia en mujeres que alcanzan posiciones de poder durante siglos reservadas a los hombres.
Superando el romanticismo de la Pentesilea de Von Kleist, Mira ha metido sus dedos y su inteligencia en las profundidades de la mujer enamorada para, desde ahí, lanzar un grito de guerra. Un grito descarnado – la carne arrancada a tiras- contra el amor que destruye, que se convierte en sangre derramada, que siempre provoca víctimas.
Con su habitual capacidad para convertir el espacio escénico en una especie de danza en la que son las emociones más humanas las que nos interpelan, Magüi Mira nos lleva a las entrañas últimas del desgarro. Y ahí, justo ahí, intenta convencernos de que el comernos a besos, devorarnos para saborearnos, no es sino una forma de convertir a la persona amada en manjar que apenas dura lo que dura la pasión. Amar, comer, matar. Algo de lo que tanto saben las mujeres educadas para ser arrebatadas por el amor total, entregadas y sumisas al héroe que las conquista como si fueran un territorio más. Justo lo que en la obra hace, pero a la inversa, una Pentesilea (Silvia Abascal) que traiciona el espíritu guerrero de las que solo tienen un pecho, para convertirse en la peor de los animales heridos. El que, en nombre del amor, es capaz de subyugar, maltratar y, llegado el caso, asesinar.
La Pentesilea enamorada, la heroína a la que creímos empoderada, acaba siendo también una víctima. Del amor entendido como posesión, como control, como boca que engulle al amado para impedirle que otros labios se lo coman a besos. Nada lejos pues de las relaciones tóxicas en estos tiempos de redes sociales, teléfonos móviles y violencias que alimenta el patriarcado de la libre elección. De esta forma, y después de habernos puesto en alerta hace unos meses con su brillante puesta en escena de la necesaria Consentimiento, Mira aprovecha un mito y un espacio tan fuera del tiempo como el teatro romano de Mérida, para hablarnos de lo que estamos viviendo aquí y ahora. Tal y como siempre han hecho los clásicos, y las clásicas, claro.
En este sentido, no me cabe duda de que la inolvidable intérprete de Molly Bloom es una clásica y una moderna. Una actriz, una directora, una mujer feminista, que con sus Amazonas del siglo XXI trata de advertirnos de dos cosas esenciales. La primera, que el futuro pasa, sí o sí, por superar los esquemas patriarcales, los valores masculinos entendidos como universales, las violencias que nos han hecho siempre héroes y amantes. La segunda, que difícilmente podremos habitar un paraíso en el que Lilith no tenga ganas de huir si continuamos sintiendo que el amor es un candado. Esa oscura puñalada que a todas y a todos nos convierte en monstruos. Solo así será posible imaginar una Pentesilea liberada de sus cautiverios y un Aquiles (Xabier Murua) al fin no esclavizado por sus agallas de héroe. Esa es la gran revolución pendiente. La única capaz de dar sentido a los pétalos lanzados sobre los cuerpos amados por sacerdotisas que ya están hartas de implorar a los dioses que cesen las guerras.
Fotografías cedidas por la directora Magüi Mira.
Las Amazonas, en la versión de Magüi Mira, se representa en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, del 8 al 12 de agosto: https://www.festivaldemerida.es/programacion/las-amazonas/