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Las armas de la red

Tarrant, momentos antes de comenzar el ataque en Christchurch

Miguel Roig

A finales de los años ochenta, cuando vivía en Buenos Aires, solía ver, al cruzar la Plaza de Mayo, delante de la Casa Rosada, al solitario corresponsal de la CNN con los auriculares calzados en su cabeza y micrófono en mano, encarando a una cámara mínima, montada en un trípode y operada por un camarógrafo que, a su vez, atendía a un pequeño equipo con el que enviaban la señal al satélite. A veces me demoraba observando su trabajo y alguna vez, incluso, conversé con ellos en algún momento de descanso. Unas décadas después, la cámara está en el bolsillo de todos y la pantalla, también. Incluso en la de los terroristas.

Casi todos, el 11 de septiembre de 2001, vimos, en directo, atravesar el segundo avión en la torre sur del World Trade Center. El primer avión lo vimos después, en diferido, como la apertura de un relato que aún retenemos. “Aquel segundo avión parecía afanosamente vivo, y animado por la maldad, y absolutamente extranjero. Para los millares de personas que estaban en la Torre Sur, el segundo avión significó el fin de todo. Para nosotros, su fulgor fue el fogonazo mundial del futuro que nos aguardaba” (Martin Amis, El segundo avión).

Amis reflexiona sobre razón y religión en su libro y en esa dirección apunta el futuro que señala, pero valdría la pena situarse en otra torre, la del Empire State, donde se encontraba la cámara que, creyendo registrar los daños causados por el primer avión, en buena parte, inocente aún de la intención destructiva de los terroristas, ve, esa cámara, su campo invadido por un segundo avión que se lleva por delante el nuevo siglo, milenio incluido.

Todos lo vimos y sentimos un déjà vu, el espectro de una producción de Hollywood porque, es verdad, la realidad se alimenta de la ficción. Otro escritor, Don Delillo, tratando de entender a los terroristas, llegó a afirmar que estos, en su acción, no entonaban cánticos de “Muerte a Microsoft” ya que la narrativa del terror, distante de las voces que entonces se levantaban en Génova, Praga o Seattle contra la globalización, apuntaba en el cuerpo de las torres al fin de una civilización y no de su sistema. La cita de Delillo se carga de ironía cuando vemos que es la tecnología la que nos acerca en directo y a través de Facebook la masacre en una de las mezquitas de Nueva Zelanda hace unos días. Un móvil con una aplicación de andar por casa, LIVE4, y una cámara GoPro, le permitieron a un supremacista transmitir en directo la matanza. La emisión duró 17 minutos. Antes de ser eliminada de la red, Facebook reporta que fue vista doscientas veces en vivo y unas cuatro mil antes de poder darle de baja. Pero un usuario de 8chan, un sitio que alberga todo tipo de contenidos extremos, puso un clip que permitió subir, posteriormente, millones de copias a Facebook que luego fueron removidas.

Desde hace años circulan por la red imágenes subidas por distintos grupos terroristas en los que se pueden ver todas las variantes posibles de tortura y ejecución de sus víctimas. Hay un consumo de estas imágenes, una alta audiencia que asiste desde el ordenador a esta producción que ha llevado a Michela Marzano a catalogar a los terroristas como productores de contenidos y guionistas. “En el fondo estas imágenes deleitan a una sociedad en la que se está a favor de los reality shows”, escribe Marzano.

Si los ataques de la guerra del Golfo se siguieron por televisión como si se asistiera a un video juego de la época, el episodio de las mezquitas en Nueva Zelanda, es similar a un juego actual como, por ejemplo, el Counter Strike, en el que se ve un arma disparando y matando gente.

Un arma, aquello que Vox propone que tengamos en casa o en la guantera. Suena disonante, pero circula la propuesta por todos los medios, en las tertulias y en las sobremesas. Circula como los videos en la red.

A casi nadie, en España, se le ocurre hoy adquirir o portar un arma. Es una variable que Vox introduce para verificar su levedad, de momento, en el cuerpo social. Son pocos, también, los que buscan y visionan en la red una snuff movie o material subido por los grupos terroristas pero al streaming de un accionar se puede acceder por azar. Una mínima casualidad entre miles pero que las tecnologías podrán llevar a más.

En 2001 era impensable, cuando Delillo descartaba a Microsoft como objetivo de los terroristas. No existían entonces las aplicaciones ni las cámaras en los móviles. Pero la herramienta avanza, sigue en su continuo desarrollo imparable.

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