Cargados de razones
Este mes de julio tan largo, con el delito medioambiental finalmente materializado, presente en cada gota de sudor inexplicable en el llamado Primer Mundo (que es el principal asesino del clima y, en nuestro caso, también el mayordomo, o palanganero de los criminales mayores) cuenta con la presencia de un ingrediente venenoso que nunca, antes, nos acechó con tanta premeditación y alevosía, así como intermitencia y frecuencia inmodulable.
Me refiero a las promesas electorales.
Escaldados como estamos por las experiencias vividas durante los últimos años, acelerados muchos de nosotros en el escepticismo después de haber sufrido un cursillo rápido de corruptoña combinado con un máster supremo de farsundia, endurecidos por lo que se nos arrebató tanto como por lo que se nos encadenó, mosqueados y asqueados por la basura con chorreras que el oficialismo mediático nos ha servido…
Bien, con todo eso a nuestras espaldas, con tanto esquivar completísimas mierdas ajenas y tragar frustrados amores propios, con tanto sube y baja de emociones relacionadas con la resistencia, y con este batir de buitres que no cesan…
Francamente, queridos, no sé cómo pueden creer los de siempre que vamos a creerles nosotros las tocadas de clítoris presodomizantes que nos dirigen, y más aún, cómo pueden creer que, de creerles, les votaríamos sin más. Sin más, y sin avergonzarnos de vender el voto por tan magro cuenco de lentejas, a tan rancia gente de costumbre.
Pero temo como a lodazal en nube que no todos los españoles hayan visto -y perdonadme el imperdonable giro televisivo educacional que toma esta diatriba- El Ala Oeste de la Casa Blanca con la insistencia suficiente como para comprender cómo se orquesta una campaña electoral y qué les conviene decir para convencer, ni cuánto dinero y asesores y little foxes que depredan la viña se esconden tras el careto aparentemente amable de los interiormente aterrados carcundios. Y eso que El ala… no era sino una amable versión para la tele del “sueño húmedo de los demócratas estadounidenses” (feliz definición acuñada por uno de los guionistas de The Good Wife), y que mejor sería remitirnos, para aprender, a esa película de George Clooney que tenía a Ryan Gosling de protagonista y que se titulaba Los idus de marzo.
Pero es posible que, adiestrados en el tanto tienes tanto vales, en el “porque tú lo vales” o el “tú sabes que te lo mereces”, y en las cuñas de lotería que tanto nos degradan (hemos pasado del calvo espiritual aquel que se paseaba por Navidad vestido de cura Aguirre y casi sin pisar el suelo, al rugido ambicioso del doblador del protagonista de Boss, excitando nuestra codicia), así como en los programas que rellanan copiosamente los espacios entre anuncios, es posible -digo, qué espesa me hallo- que muchos españoles sientan la tentación de rendirse. 50 sombras de Grey no triunfó masivamente porque sí.
Ello no obstante lo cual: no estamos solos y sabemos lo que no queremos.
Y si este artículo sobre expectativas no es mejor es porque estoy deseando que llegue agosto para dejar que mi cerebro, o lo que de él queda, se airee. Aún falta una columna: tened paciencia y pensad que nosotros tal vez fallezcamos de calor, pero que Al Gore, 10 - Aznar, menos que 0. Y ese cargarnos de razones contra el mal, por desgracia, no nos lo quita nadie.