Casado empieza con c, con c de corrupción
España ha conocido este jueves a la nueva dirección nacional del Partido Popular. Algunas caras nuevas, un notable rejuvenecimiento… y poco más. La falta de paridad es, sin duda, una de las mejores muestras de que estamos ante una mera operación de maquillaje para intentar cubrir la caspa. Aquí no hay regeneración, no hay renovación, no hay propósito de enmienda, no hay intención de dejar atrás la corrupción. El nuevo PP de Pablo Casado es el mismo PP de Bárcenas, de la Gürtel, de la apropiación de las instituciones, de la prepotencia y de la mentira masiva. La mayoría de los dirigentes territoriales y locales, así como al grueso de la militancia con derecho a voto, o son cómplices de los corruptos o no han interiorizado la gravedad de lo ocurrido durante todos estos años. Solo así se entiende que hayan puesto el partido en manos de un líder como Pablo Casado.
El joven (de edad) político abulense se presentó al congreso con un pie en el banquillo de los acusados. La jueza que investiga las irregularidades en la Universidad Rey Juan Carlos ya había solicitado al Congreso de los Diputados que confirmara su condición de aforado. Era el paso previo a la imputación y todos los compromisarios populares lo sabían cuando decidieron auparle a la presidencia. Durante meses le habían escuchado dar explicaciones, vagas y contradictorias, para justificar sus títulos universitarios obtenidos en el sospechoso instituto que regaló el máster a Cifuentes y en ese peculiar campus que ya es conocido popularmente como “Harvardaca”. Nadie se puede sorprender por las nuevas irregularidades que está desvelando eldiario.es y que apuntan a que al “flamante” presidente del PP le pudieron fabricar diplomas y obsequiar con sobresalientes.
Casado era más de lo mismo y los compromisarios lo sabían. Llevaban tres años viéndole en televisión actuar como portavoz del PP de la corrupción. Jugando su papel de poli bueno, de político joven y moderno, el entonces vicesecretario general de Comunicación actuó como todos los demás. Uno tras otro, y sin la más mínima autocrítica, fue defendiendo la inocencia de José Manuel Soria cuando su nombre apareció en los Papeles de Panamá, la honradez de quienes destruyeron los discos duros del ordenador de Bárcenas, las virtudes de una Esperanza Aguirre rodeada de ranas corruptas, la honestidad del imputado murciano Pedro Antonio Sánchez. Fue Casado y no otro el que respaldó con más intensidad a su compañera de máster Cristina Cifuentes, a la que expresó públicamente el “cariño, el respeto y la confianza” que tenía en ella todo el Partido Popular. En todos los casos, apariencias físicas aparte, nada en su mensaje difería del que lanzaban los supuestos corruptos, ni del que transmitían Rajoy, el gran Rafael Hernando o su amiga y valedora final Mª Dolores de Cospedal.
Casado no solo no ocultaba que él era más de lo mismo, aunque con 27 años menos, sino que hacía gala de ello. Durante la campaña previa al congreso popular no dudó en fotografiarse, orgulloso y sin complejos, junto al “panameño” José Manuel Soria. Nada relevante dijo sobre la corrupción que ha inundado de podredumbre su partido porque él tenía claro que en el voto de los compromisarios lo único que iba a pesar, aparte de las presiones orgánicas, era el ardor con que agitara la banderita de España. A Casado y a este PP se la bufa la corrupción porque creen que les sale gratis y que ya han aprendido a convivir con ella. Su única preocupación en este momento es presentar un proyecto que contrarreste la amenaza electoral que representa Ciudadanos. Y en este punto, los estrategas de Génova saben que Albert Rivera ha elegido jugar la partida solo para ver quién tiene más cartas rojas y gualdas, en lugar de pelear por echar de la mesa al tramposo que apuesta con dinero negro y tiene la baraja marcada.
El PP emprendió su huida hacia adelante en febrero de 2009, cuando estalló el caso Gürtel. En ese momento, prefirió no asumir responsabilidades y mantener aquello de que “todo era una trama contra el PP”. Actuaron así porque eran muchos, muchos, los que tenían las manos manchadas de dinero negro. Actuaron así porque los que no las tenían prefirieron ejercer de encubridores en vez de limpiar la casa de delincuentes. Lo que ocurrió después ya lo sabemos y lo he reiterado en numerosos artículos: negar los hechos, obstaculizar las investigaciones judiciales, destruir pruebas, utilizar los resortes del poder para proteger a los culpables, mentir, mentir y mentir.
Hoy, nueve años y medio después de la detención de Francisco Correa, los populares defienden la inocencia de Casado, hablan de una conspiración contra él y cargan contra la jueza del “caso máster” por seguir investigando las gravísimas irregularidades detectadas en su formación académica. La huida hacia adelante continúa.