Luisa García Solano, Miss Toledo 1936, de la kermés del Teatro de Rojas a las cárceles vascas
Los años treinta fueron la época dorada de los concursos de belleza en España. De la mano del periódico ABC, en 1929 se convocó el primer certamen de 'Señorita España'. Su finalidad era elegir a una joven para representar a nuestro país en el reto promovido por los diarios franceses Le Journal y L’Intransigeant para buscar a la mujer más bella de Europa. Luego, la vencedora se mediría con la representante de América.
La primera ganadora de esta convocatoria nacional fue la valenciana Pepita Samper Bono, mientras que en el ámbito europeo el triunfo fue para la húngara Erzsébt Simón. A partir de ese momento, y de manera sobresaliente durante la II República, estos concursos se prodigaron por todos los rincones de España. No hubo ciudad, pueblo, barrio, gremio, asociación deportiva o profesional sin convocar una kermés para elegir a la más bella de entre sus jóvenes.
Durante la feria de 1926, el Ayuntamiento de Toledo ya había convocado un concurso de belleza para rendir homenaje a la mujer toledana y animar el paseo de la Vega. Se concederían cuatro premios, dos para jóvenes rubias y otros dos para morenas. La convocatoria estaba dividida en las categorías de mujeres de 'buena sociedad' y de 'clase popular'.
En la jornada del 18 de agosto se seleccionó a las ganadoras: Carmen Parrillas y Petra Rodríguez de Velasco, por las morenas, y Lucila Navarro y Carmen Rodríguez, por las rubias. Cuando en las páginas de El Castellano y La Voz se publicaron sus nombres y fotos, no se especificaba a qué estrato social correspondía cada una de ellas. En su honor se celebró una verbena en el pabellón de la Sociedad 'Arte', siendo entregados los premios por el alcalde Fernando Aguirre y el conocido escritor cubano Alberto Insúa, que había presidido el jurado.
En Talavera, en febrero de 1932, Carmen García, joven de quince años, fue elegida 'Miss Talavera' en el transcurso de una función benéfica del Montepío de la banda municipal de música. En agosto de ese mismo año, en la prensa toledana aparecen referencias a la convocatoria realizada por la Sociedad Deportiva Toledo F.C. para elegir a la 'Señorita Toledo' durante una verbena previa a la feria de agosto.
Organizada por el Club Rotario de Toledo, en marzo de 1933 las participantes en el certamen de 'Miss España' hicieron una visita turística a la capital. Fueron recibidas por el alcalde Guillermo Perezagua en el Ayuntamiento y protagonizaron un evento en los salones del Hotel Castilla. De esa excursión ha quedado amplio testimonio gráfico en la revista Ahora.
Al año siguiente, el 30 de abril, en el Teatro de Rojas se procedió a la elección de 'Miss Toledo', quien representaría a la región de Castilla la Nueva en el certamen nacional de belleza.
La convocatoria fue realizada por la revista Toledanos, que se editaba en Madrid. Ganó Juanita Rojas, de 21 años, vecina del Arrabal. Gracias al semanario Crónica, una de las publicaciones ilustradas más prestigiosas del momento, todos los españoles pudieron admirarla en dos fotografías insertadas en sus páginas. En una de ellas, Juanita posaba en las orillas del Tajo con la silueta del Alcázar al fondo. Abelardo Linares fue el autor de las instantáneas.
A principios de octubre se celebró el certamen nacional, cuya ganadora fue Rosita Diez Hernández, representante de Castilla la Vieja.
En la prensa toledana no vuelve a haber noticias sobre otra elección de 'Miss Toledo' hasta febrero de 1936, coincidiendo con las fiestas de carnaval, celebradas en plena resaca por las recientes elecciones generales ganadas por el Frente Popular.
Ante el exaltado clima político del momento, el 19 de febrero, una semana antes de comenzar los festejos, el alcalde Justo García dictó un bando con las normas por las que habrían de celebrarse los mismos.
Con el fin de que conservase su sentido festivo, “sin menosprecio para los sentimientos e ideales de nadie”, se prohibía la circulación de máscaras, comparsas o carrozas que representasen o caricaturizasen a instituciones o personas de carácter religioso, político o social.
Se podría transitar por las calles con disfraces hasta el anochecer. Quienes estos usasen, deberían quitarse los antifaces al entrar en fondas, tabernas y demás establecimientos públicos. También se prohibía pronunciar discursos satíricos o proferir frases ofensivas para el honor, la reputación, la moral o el decoro de personas y colectividades, cualquiera que fuera su representación social.
Al día siguiente de dictar estas normas, y a resultas del reciente resultado electoral, García fue sustituido en la Alcaldía toledana por Guillermo Perezagua, quien asumía el cargo por segunda vez.
Una modista, vecina de la calle Cristo de la Luz
Para el martes 25 de febrero, la Asociación de Dependientes de Comercio había organizado un festival en el Teatro de Rojas amenizado por la banda de música de la Academia de Infantería. Al terminar la primera parte de su actuación, se procedió a la elección de 'Miss Toledo 1936', honor que correspondió a Luisa García Solano, modista de diecinueve años, natural de Bargas y vecina de la calle Cristo de la Luz. El jurado estuvo compuesto por el presidente de la Asociación, Antonio Díaz, el pintor Enrique Vera y el fotógrafo Pablo Rodríguez.
La nueva miss fue ornada con una banda alusiva decorada por Bachetti, conocido artista local, a los sones de la marcha 'Toledo de Ohio', compuesta por el maestro Martín Gil, director de la orquesta militar. Como premio recibió un estuche de manicura y un ramo de flores. En el coliseo, la fiesta se prolongó hasta las cuatro de la madrugada. Y al igual que ocurriese con Juanita Rojas, en días siguientes, revistas nacionales, como Blanco y Negro o Crónica, publicaron fotografías suyas, también realizadas por Linares.
El golpe de Estado perpetrado en julio de 1936 por los sublevados franquistas truncó el desarrollo de estos concursos de belleza. A nivel nacional, no volvieron a celebrarse hasta 1961, año en que fue coronada como reina de la belleza española María del Carmen Rosario Soledad Cervera Fernández, a quien hoy todos la conocemos como Tita Cervera, baronesa Thyssen.
Tres años después de ser elegida miss, el nombre de Luisa García Solana volvió a ser impreso en los periódicos toledanos, pero, ahora, las razones eran bien distintas.
Terminada la guerra civil, en las páginas de El Alcázar se publicaban, casi a diario, las relaciones de republicanas y republicanos detenidos por la Guardia Civil y la Policía en Toledo y pueblos de la provincia. En su edición del 30 de mayo se daba cuenta del arresto de “dos fieras rojas”. Eran Luisa y su madre, Andrea Solano Moreno, de 44 años de edad. Estaban acusadas de haber profanado los cadáveres de algunas personas asesinadas, echándoles cera sobre sus rostros.
En esos momentos, Luisa tenía 22 años, era madre de un hijo y residía en el número 33 de la calle de San Cipriano. En su ficha de ingreso en prisión, conservada en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, figura como su cónyuge Otto Genne.
Ingresadas en la prisión provincial, que por entonces se encontraba en el antiguo convento de los Gilitos, hoy sede de las Cortes Regionales, el 25 de junio ambas comparecieron ante un consejo de guerra, presidido por el comandante Leandro López de Acuña Martínez. Fueron condenadas a la pena de doce años y un día de reclusión por el delito de auxilio a la rebelión.
En la sentencia se indicaba que ambas, “de significación marxista, hacían alarde de su regocijo por los desmanes de la horda y se burlaron haciendo mofa y escarnio de los cadáveres de tres personas de orden que habían sido asesinadas”. Nada se decía en la misma sobre la supuesta profanación de estos, arrojándoles cera. En el acta del consejo llama la atención, respecto a lo reseñado anteriormente sobre el estado civil de Luisa al ingresar en prisión, que ahora figuraba como 'viuda'.
Tres días de viaje, custodiada por la Guardia Civil
En el mes de diciembre, para cumplir la sentencia impuesta, por orden del gobernador civil de Toledo, Manuel Casanova, Luisa y su madre fueron trasladadas a la cárcel de mujeres de Amorebieta (Vizcaya). Tres días duró el viaje, custodiadas por la Guardia Civil. Poco antes, un tío materno de Luisa, Doroteo, había fallecido en la prisión toledana a causa de un carcinoma de laringe.
Desde 1939, el Hospital Prisión de Mujeres de Amorebieta ocupaba las dependencias de un edificio construido por los Carmelitas Descalzos, a principios de los años treinta, para ser utilizado como seminario. Durante la guerra fue hospital de sangre y cuartel de milicias. Al igual que Luisa y su madre, allí fueron trasladadas presas políticas de toda España, predominando las que procedían de cárceles madrileñas.
Del devenir de este centro represivo se ha ocupado con detalle Ascensión Badiola Ariztimuño, doctora en Historia Contemporánea, en su libro Individuas peligrosas. Su investigación se ha topado con el muro de no localizar las fichas, expedientes o actas de su Junta de Disciplina, los cuales permanecen ocultos o han desaparecido. No obstante, ella ha podido identificar a unas 1.300 de las presas que estuvieron allí, en los años que permaneció abierto este presidio.
Pese a ese hándicap, sí se ha podido constatar que las condiciones de vida dentro de esta prisión eran bastante duras, llegando las internas a realizar una huelga de hambre, pues en ocasiones solamente les daban agua caliente para comer. Aquellas reclusas que daban a luz podían conservar a sus hijos hasta que estos cumpliesen tres años. Si no se encontraban familiares que se hiciesen cargo de ellos al cumplir esa edad, eran dados en adopción o tutelados por establecimientos benéficos. Tan terrible era la vida allí, que, entre las presas, este lugar fue conocido como “la cárcel de las vivas”.
La custodia de las reclusas correspondía a las Hermanas de San José, si bien en un tiempo se encargaron de ello las monjas Oblatas. En sus dependencias se estableció un taller de costura, donde se realizaban prendas y uniformes para el Ejército.
“La vida en la cárcel —escribe Badiola— no es fácil. Las mujeres se hacinan en el suelo con sus hijos para dormir. Durante el día forman en el patio, saludan brazo en alto y cantan los himnos que les impongan las religiosas. Desayunan tras formar una larga cola para recibir un cazo de agua caliente; después, solo algunas de ellas tendrán el privilegio de poder trabajar en el taller”.
En uno de los anexos de su libro, esta historiadora da cuenta de cómo en 1945, de 411 reclusas censadas en Amorebieta, 35 de ellas procedían de la provincia de Toledo, varias de la localidad de Tembleque. Sobre estas últimas ha realizado un detallado estudio la Asociación 'Manuel Azaña', al hilo de sus trabajos previos para la exhumación de una fosa común en aquel pueblo manchego. Durante esa investigación, recuperaron unas coplas que esas presas cantaban allí y que transmitieron a sus familias:
Amorebieta, Amorebieta prisión
donde encierran (a) mujeres
y les dan de desayuno,
agua teñida… ¡Si tienen!
Además de esas coplas, el equipo investigador de la 'Manuel Azaña' recuperó una fotografía de un grupo de mujeres, algunas de ellas temblequeñas, en la prisión de Durango, con motivo del bautismo y primera comunión de Andrea Corps Fernández, joven de 29 años que aparece en el centro de la imagen. Poco después de retratarse juntas, algunas de ellas fueron trasladadas a Amorebieta.
Otro dramático apunte recogido del libro de Badiola. De cuarenta y dos reclusas fallecidas en Amorebieta entre 1939 y 1947, nueve eran toledanas: Teresa Arredondo Romero, 57 años, de Villacañas; Ana Díaz Cuesta, 49 años, de Villamuelas; Teresa Fernández Corrales, 24 años, de Quero; Martina Lozano Gómez, 40 años, de Corral de Almaguer; María Antonia Moreno Martín, 62 años, de Tembleque; María Mozas Pradillo, 51 años, de Urda; María Vergara Flórez, 69 años, de Pulgar; Juana Pintor Navas, 42 años, de Polán; y Juliana Sánchez Guerrero, 73 años, de Nambroca. En ese período, también murieron allí seis niños.
Cuando apenas llevaban dos meses en Amorebieta, el 23 de febrero de 1940 Luisa y su madre fueron trasladadas a la prisión de Orue, dependiente de la provincial de Bilbao.
Un Machado al frente de Amorebieta
Coincidente con ese traslado fue el nombramiento como director de la cárcel de Amorebieta de Francisco Machado Ruiz, hermano menor de los renombrados poetas, quien en los años veinte había sido subdirector de la prisión provincial de Toledo. Se daba la circunstancia de que Amorebieta era su primer destino tras haber sido sometido a expediente de depuración profesional al finalizar la guerra civil y separado del servicio por haber abandonado España en 1939, junto a fuerzas del ejército republicano y siguiendo el trayecto de su hermano Antonio y su madre Ana.
El paso de Francisco Machado por la prisión vizcaína fue muy breve. Tres semanas después de su nombramiento, quedó a disposición de la Dirección General de Prisiones, pasando luego a la situación de “excedente forzoso”. En su expediente profesional se le reconocía como un hombre de elevada cultura [se había formado en la Escuela de Criminología, entidad creada en 1903 al amparo de los aires renovadores de la Institución Libre de Enseñanza], educado y correcto con los penados, hasta el extremo de resaltarse que “confiado en su caballerosidad, no prevé que el material recluso con quien labora puede ser desleal y no siempre merecedor del sistemático trato humanitario que les dispensa”, cualidades que no parecían ser acordes con el desempeño de las funciones penitenciarias en los duros años de posguerra. En su libro, Badiola refiere testimonios sobre él como “buen director” y “buena persona”.
Dejar constancia en esta última entrega de la serie '2025, año de memoria y libertad' de que durante sus años en Toledo, de 1918 a 1929, Francisco Machado publicó el libro Leyendas toledanas (poesías) y aquí nacieron dos de sus hijas: Mercedes y Leonor.
La prisión de Orue se encontraba en un chalet propiedad de un reconocido carlista vizcaíno, habilitado como presidio ante la sobrepoblación penitenciaria en la provincial de Bilbao. Aunque el edificio estaba diseñado para alojar a unas treinta personas, llegó a tener hasta 600 o 700 mujeres a la vez. Entre quienes pasaron por allí se encontraba Rosario Sánchez Mora, conocida por 'la Dinamitera', a quien Miguel Hernández dedicó un poema basado en sus acciones en el frente de guerra. En esa cárcel, entre mayo y noviembre de 1941, Luisa redimió seis meses de condena por ser madre lactante. De acuerdo con una orden de la Dirección General de Prisiones, las reclusas que se encontrasen en esa situación quedaban relegadas de todo trabajo, computándoles como redimidos todos los días que estuviesen dando el pecho.
Prisión atenuada con las Oblatas de Valencia
El 6 de diciembre de 1941, Luisa abandonó Orue al acceder a la libertad condicional. Con carácter previo, se habían solicitado informes al Ayuntamiento de Toledo, Guardia Civil y Falange Española de las JONS sobre la conveniencia de concedérsela y si debía regresar a su ciudad o no. Todas estas instancias se mostraron de acuerdo en que pudiera acceder a tal gracia, pero la Delegación Provincial de FET de las JONS informaba de que no debía residir en Toledo, por considerar su presencia “contraproducente”, dados sus antecedentes izquierdistas.
Entre estos, se indicaba que durante la guerra había trabajado como enfermera en un hospital ubicado en la calle Alfileritos, que junto a otra joven conocida como 'la Aguirra' había participado en el saqueo del convento de los Carmelitas Descalzos, que se alegraba “enormemente de los crímenes cometidos por los rojos” y que, portando unas velas, fue con su madre a ver los cadáveres de unas personas asesinadas que se encontraban en el Cristo de la Luz.
Tras estos informes, a principios de enero, en el Boletín Oficial del Estado se publicaba la orden del director general de Prisiones, Esteban de Bilbao Eguía, por la que se le concedía dicha condicional, pero con la pena accesoria de destierro, que debía cumplir a más de 250 kilómetros de Toledo. Como no tenía medios para poder sobrevivir en el lugar que eligiese para residir, ni familiares que pudieran ampararla, Luisa comunicó que se trasladaba a Valencia acogiéndose al amparo de las madres Adoratrices y Oblatas en uno de sus conventos, en calidad de libertad atenuada. El 26 de enero de 1942, se presentó en la prisión provincial valenciana para comunicar a sus responsables esta circunstancia.
Unos días antes, su madre, Andrea, había sido trasladada desde Orue a la prisión provincial de mujeres de Saturraran, en San Sebastián.
Apenas llevaba Luisa unos meses en Valencia cuando se le levantó la pena del destierro, por tener extinguida la mitad de la pena que cumplía, la cual ya le había sido conmutada a seis años y un día de reclusión. Ante esa circunstancia, el 27 de mayo, Luisa remitía una carta al director de la prisión valenciana solicitándole que se le remitiese con celeridad la documentación correspondiente para poder recoger a su hijo de tres años de edad. En ninguno de los documentos consultados para realizar este texto se indica dónde podía encontrarse ese niño, por lo que puede deducirse que el pequeño había permanecido con ella en las prisiones de Toledo, Amorebieta y Orue, quedando luego, al cumplir los tres años, tutelado en alguno de los establecimientos benéficos que para tal fin colaboraban con el Patronato Central para la Redención de Penas.
Obtenida la libertad definitiva en mayo de 1945, Luisa se trasladó a La Línea de la Concepción. Desde allí, en febrero de 1946, el director de la prisión de Orue recibió una carta remitida por Manuel Valenzuela Gómez, quien se presentaba como esposo de ella, solicitando que remitiesen la orden oficial de dicha liberación a las autoridades linenses para normalizar su estancia allí. Como domicilio familiar, indicaban el número 3 de la calle Blanca de los Ríos. En agosto de 1941, él había accedido a la libertad condicional como preso de la provincial de Valladolid.
El 19 de noviembre de 1947, la prisión de mujeres de Amorebieta cesó su actividad punitiva, siendo devuelta su titularidad a la congregación carmelita. Entre las últimas presas allí recluidas se encontraba la orgaceña Petra Cuevas Rodríguez, bordadora, quien en febrero de 1936 había sido elegida secretaria general del 'Sindicato de la Aguja', de la UGT.
Durante la guerra comenzó a militar en el PCE, participando en los talleres de confección de prendas para el Ejército republicano. Hecha prisionera, fue condenada a la pena de doce, cumpliendo condena en distintas prisiones. Estando presa en la Maternal de San Isidro, de Madrid, dio a luz a una niña que murió a los seis meses. Tras salir en libertad mantuvo una activa militancia clandestina. Participó en la creación del Sindicato de Pensionistas y Jubilados de CCOO.
Falleció en Madrid el 26 de febrero de 2014 a la edad de 106 años. En la actualidad, las dependencias de la prisión de Amorebieta continúan teniendo la finalidad educativa para la que fueron construidas en los años treinta.
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