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Credibilidad en entredicho

Pedro Sánchez

Rodolfo Irago

La credibilidad en política es uno de los valores más cotizados, aunque también de los más escasos. De hecho, no hay mas que ver el éxito de experiencias como Maldita Hemeroteca y la extraordinaria viralidad de cualquier video que demuestre la “flexibilidad” de los principios de nuestros políticos.

Las últimas semanas están poniendo a prueba la resistencia de la opinión pública y en esto no hay colores; todos los partidos tienen su credibilidad en entredicho.

Para empezar por el Gobierno, en cuatro meses ha dado tantos bandazos que por momentos se hace difícil seguirle los pasos. Seguramente muchos de sus votantes y simpatizantes lo han disculpado hasta ahora por la falta de experiencia en el poder del presidente y de la mayoría de los ministros o en su delicadísima situación de debilidad en el Congreso que le lleva a depender todos los días de Podemos y de los grupos nacionalistas e independentistas.

Sánchez y el PSOE se juegan también su credibilidad en Cataluña y se acerca un momento decisivo. El Gobierno necesita enviar mensajes de humo y tal vez algo más al independentismo para sacar adelante los presupuestos y es evidente que se le ve incómodo con la acusación de rebelión contra los responsables del procés.

Ahora bien, tiene que tener cuidado porque, hace sólo 6 meses, el propio presidente estaba convencido de que en Cataluña sí había habido una rebelión. Lo dijo una y otra vez en teles y radios cuando era el líder de la oposición y no necesitaba el apoyo de los independentistas, y no parece muy convincente agarrarse ahora, nada menos que a Federico Trillo, menudo referente para la izquierda, para poner en entredicho la acusación de la Fiscalía General del Estado.

Así que, o lo explica bien, o parecerá que su criterio sobre un asunto de semejante importancia se adapta a las circunstancias que más le convienen. Y eso sería un duro golpe a su credibilidad.

Pablo Casado no anda mejor. En su cruzada para recuperar el voto de la derecha dura y sin complejos, falsea la realidad sobre Irak o sobre la corrupción, dice cosas raras cada fin de semana y se ha convertido en el principal azote de la política de su propio partido en los últimos años sobre Cataluña, la inmigración, el aborto o lo que haga falta. Esa estrategia tiene un serio problema y es que el propio Casado era el portavoz del PP en esa etapa que ahora quiere censurar. Por eso, cada vez que reclama un 155 eterno, la gente le recuerda defendiendo el 155 blando de Rajoy; cuando exige una ley del aborto del siglo pasado, le recordamos en la dirección del partido que acabó echando a Gallardón del gobierno por intentar hacer lo mismo. Y además algunos de sus portavoces aseguran que Casado pretende ahora apuntalar el lado derecho del PP pero que luego volverá al centro. ¿Cuál es el verdadero Pablo Casado? Parece evidente que el que camina junto a Aznar.

Ciudadanos ha tenido desde su nacimiento ese carácter voluble que le permite tanto gobernar con el PP en la mayoría de las Comunidades o con Rajoy como apoyar al gobierno socialista de Andalucía. Pero Rivera y los suyos deberían tener también precaución porque ahora que proclaman todos los males de lo que denominan sanchismo no deberían olvidar que fueron ellos mismos los que llegaron a un acuerdo de gobierno con el PSOE y votaron hace solo dos años a Pedro Sánchez para que fuera presidente del gobierno; investidura frustrada entonces por Pablo Iglesias. Desde aquel día, Ciudadanos fue, por cierto, potenciando su rostro más conservador alejándose del centro como reflejan las encuestas. Espacio de centro donde ahora tendría, tal vez su oportunidad para crecer.

Por último, Unidos Podemos se enfrenta también a las contradicciones de su apuesta por apoyar la continuidad del gobierno de Sánchez. La dirección morada decidió tras un intenso debate que era mejor convertirse en el socio preferente del PSOE que provocar la caída rápida de un ejecutivo con solo 85 diputados. Según su análisis, la gente de izquierda no le perdonaría a Podemos un nuevo fracaso de las fuerzas progresistas. Era seguramente una visión acertada, pero habrá que ver si tiene coste para Podemos seguir apoyando a un gobierno que, por ejemplo, no suspende la venta de armas a dictaduras como la de Arabia Saudí o mantiene a ministras como Dolores Delgado tras conocerse sus contactos con el comisario Villarejo, una de las bestias negras de Pablo Iglesias.

La crisis de credibilidad no afecta solo a los partidos. Debilita también seriamente a otras instituciones del Estado. A la monarquía, cuestionada ampliamente en Cataluña o Euskadi y por sectores no pequeños de las generaciones más jóvenes; a la justicia con un Supremo que afronta su juicio más importante en décadas por el procés después de un ridículo mayúsculo con los impuestos de las hipotecas por el que no ha dimitido nadie, a la Iglesia que puede recibir la puntilla si le meten el cadáver de Franco debajo de la Catedral de Madrid o a los propios medios de comunicación, algunos que nacen solo para verter basura y otros alineados acríticamente a un lado o al otro de la trinchera.

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