Derecha destronada busca enlace con la “centralidad”
Van del asombro a la descalificación ¿Cómo ha osado este país darles estos disgustos? La reacción de numerosos miembros del PP a la pérdida de poder demuestra que la derecha española permanece inamovible en sus esencias. Como si cada noche entraran en un bunker para aislarse de cuanto sucede en el mundo, de la vida de otros seres humanos, de siglos de historia.
Con ellos marchan sus 6 millones de votantes, impermeables a un reguero insuperable de corrupciones y trampas y a una gestión que solo a una mínima parte de ellos beneficia. Andan de corrillos por la calle haciéndose oír. “Los comunistas” les van a quitar la segunda residencia y hasta la COPE o el ABC de los que se nutre -al margen de ideologías- una ignorancia y obtusez difícil de encontrar en personas desarrolladas. 6 millones de personas aún. Casi increíble. Tienen a quienes parecerse.
A Rita Barberá se le desmoronó literalmente el esqueleto el 24M. Aunque –potente como es ella- enseguida reaccionó para pedir un pacto de Estado con el PSOE que la mantuviera en el puesto. Esperanza Aguirre, por su parte, ha recorrido toda la gama de las emociones, sin el más mínimo temor a hacer, a seguir haciendo, el ridículo. Ofreciendo la silla -que en principio no tiene- con tal de echar a la bestia que amenaza a los madrileños. Esa Manuela Carmena obstinada en destruir la civilización occidental.
La prima navarra, Yolanda Barcina, mezcla en su desasosiego la Alemania previa a Hitler, la Argentina peronista o la Venezuela actual. La ex ministra Ana Palacios -aupada por Aznar a la vicrepresidencia del Banco Mundial en pago a sus grandes servicios tanto en la guerra de Irak como en el 11M- añade a similar amalgama la nostalgia por el gran Califato del siglo XI y la ultraderecha de Le Pen.
Todo eso y mucho más son Ada Colau, Manuela Carmena y Pablo Iglesias. Ineludible echarse en brazos del PSOE. Y, en Cataluña, no se descartaría ni a los rompedores de todas las Españas –versión CiU-. Que una cosa es la unidad de la patria y otra el bolsillo. Llegados a este punto, a Sánchez-Camacho hasta las elecciones le sobran y pide a Mas que las aplace. Se trata de “evitar que lleguen los antisistema al Parlament”. Peor aún es la zozobra de los empresarios catalanes que claman “no podemos seguir así”, cuando Ada Colau ni siquiera es todavía alcaldesa. Algunos perdedores han optado por dejar la butaca de la oposición. Bien por coherencia con su fracaso, bien porque ése no es asiento para notables. Al menos lo han hecho con cierta discreción.
Si por Esperanza Aguirre fuera, el mundo seguiría regido por monarquías absolutas. Es lo que cabe deducir de aquellas frases que dedicó al 15M comparándolo con los jacobinos golpistas. Como mal menor que al menos se respete el hecho incuestionable de que ellos, la derecha, han nacido para mandar y decidir. Y en puestos vitalicios.
Toda la vida así. Parando cualquier avance, aplastando o echando del país a quien intentara modernizarlo y corregir el enorme atraso en educación, madre de esa secular tendencia al involucionismo. En España los periodos progresistas se cuentan por bienios; los conservadores por centurias y los ominosos –de entre estos- por decenios.
Y siempre el mismo retrato. Prepotentes, cortos, osados, egoístas hasta la puerilidad. Con el rosario en una mano y el látigo en la otra. La eterna escopeta nacional. El gusto por las cacerías, los toros, el vino, el jamón y el puterío. A cada nuevo detenido por corrupto en el PP le pillan con el rifle cargado (véase el delegado del gobierno en la Comunidad valenciana). De ahí que hayan entregado los montes públicos castellano-manchegos o los aragoneses –con menor ruido mediático- al solaz de los cazadores. La operación Púnica del viceaguirre Granados ya nos mostró la oportunidad de negocio que brindan.
A este cerrado grupo, se accede por cuna, por la riqueza o el abolengo que no pregunta el origen o por simples delirios de grandeza bien usados. María Dolores Cospedal García se añadió un “De” para codearse con los grandes de la derecha siendo el único caso conocido en el que el padre hereda el apellido de la hija. No así el hermano que conserva el de su partida de nacimiento. También se hace uno un hueco en el coro de aficionados, por vocación, a ver si la fortuna se pega.
Todo apariencia. Rencor. Aunque ganen, aunque cumplan sus sueños de poseer mucho más de lo imprescindible. Necesitan demostrarlo, sentar sus reales. Siguen representado a esa España masoquista, cruel y teatrera, amante de la sangre y de la muerte, que exige pleitesía para marcar la diferencia social.
El PP sabe que lo ocurrido en las elecciones del 24 de Mayo no es lo mismo de siempre. No se trata de alternar el poder con el PSOE escenificando discrepancias en público. Teme que ahora sí puede ser llegada la hora de solventar desajustes y acabar con impunidades y privilegios casi ya calcificados.
El PSOE aparenta andar algo más desorientado. Ya no es solo que crea haber ganado cuando ha seguido perdiendo votos y solo las carambolas electorales han acrecentado su poder. Oportunidad de oro sin embargo para obrar con tino. El peligro reside en los asesores e intérpretes de lo conveniente que les rodean.
Susana Díaz llamando a la “centralidad” y a “no disfrazarse de lo que no somos”. Todo un tratado de socialismo. Que haya quien tema que PSOE y PP pacten, que no se vea impensable que Carmona entregue la alcaldía de Madrid a Aguirre o viceversa, da mucho que pensar. Y mucho más se lo daría a los electores.
Es la “centralidad”, el nuevo tópico horribilis, al que apremian sus diarios de cabecera. También el poder económico que, por si acaso, se ha buscado un Ciudadanos dado que el PP empieza a ser un pretendiente poco presentable. La “centralidad”, vocablo que usó inicialmente Pablo Iglesias para Podemos, es la novia ideal, según insisten todos los actores en liza. Lo que no deja de ser curioso cuando la sociedad ha votado, rotundamente, cambio.
Sería un error histórico darle dos tazas de derecha altanera y “centralidad”. Sobre todo para sus ejecutores. La sociedad quiere que dejen de pisotearla y hacerse dueña de su destino. Y por fin se ha atrevido a intentarlo.