Para mito, el de que las deudas siempre se pagan
Está claro que nuestros analistas andan muy puestos en cultura clásica: qué manejo de la mitología griega, qué capacidad para encontrar en dioses, héroes y batallas de la antigua Grecia todo tipo de metáforas con las que explicarnos lo que está pasando en la Grecia de hoy.
Yo no quería ser menos, y pensaba escribir hoy un artículo sobre Grecia con la muleta de algún mito, leyenda o tragedia famosa, que siempre lucen bien. Pero hago repaso de lo publicado en las últimas semanas, y ya no queda ninguno libre, los han cogido todos: del rapto de Europa a la batalla de las Termópilas, de Cronos devorando a sus hijos a la caverna de Platón, de la victoria de Pirro al vuelo de Ícaro, el laberinto de Teseo o la desobediente Antígona, no queda ya una entrada de la Wikipedia que no haya sido visitada estos días por los articulistas.
Así que, puestos a usar un mito, recurriré a uno de los más viejos, y de los más venerados todavía en nuestros tiempos: ese que dice que las deudas siempre se pagan. Lo repiten estos días gobernantes, expertos, articulistas, tertulianos: las deudas siempre se pagan, si te dejan dinero tienes que devolverlo, las deudas son sagradas. Y para reforzar la idea te suelen decir, en plan cuñao: “si tu me prestas dinero, quieres que te lo devuelva, ¿verdad?”. El problema de Grecia, insisten, es que no quiere pagar, y mientras se niegue a pagar sus deudas no habrá acuerdo posible.
Pues no, perdonen: lo de que las deudas son sagradas es un mito tan cierto como las mil formas en que Zeus fecundaba a sus ninfas favoritas. La historia económica está llena de impagos de deuda a lo largo de los siglos. Prácticamente no hay país, entre los grandes, que no haya dejado de pagar una parte a sus acreedores en algún momento, bien sea tras una guerra, bien por una insolvencia total. España, sin ir más lejos, acumula más de una docena de suspensiones de pagos en el siglo XIX. Y entre los más recientes, la mismísima Alemania, que como bien se le recuerda estos días, vio cómo le condonaban buena parte de sus deudas al terminar la II Guerra Mundial. Por no hablar de los muchos ejemplos de condonaciones totales a países pobres.
Grecia no va a ser una excepción. No pagará toda su deuda, no porque no quiera, sino porque no puede, porque es impagable. Incluso aunque toda ella fuese deuda legítima (que no lo es), no podría pagarla. Todos los actores de este teatro lo saben, y todos tienen asumido que tarde o temprano habrá que reestructurarla, con quita incluida, pero se hacen los tontos y se aferran a la mitología: las deudas son sagradas.
Por supuesto, la historia no solo nos dice que las deudas no siempre se pagan. También nos dice que las consecuencias son muy diferentes según la correlación de fuerzas, la voluntad de los acreedores o los acuerdos que se alcancen. Hay reestructuraciones que alivian y otras que siguen asfixiando; hay impagos que liberan, y otros muchos que sirven para disciplinar por la vía de imponer duros ajustes y reformas indeseables.
Lo que está en discusión hoy en Europa no es si Grecia paga o no todas sus deudas, sino quién asume el coste del impago, cómo se reparten las responsabilidades y esfuerzos entre acreedores y deudor, qué obtienen a cambio quienes aceptan la reestructuración, y qué consecuencias tendrá para los griegos. Todo lo demás, mitología.